lunes, 1 de noviembre de 2010

El día de los Santos



El primer día de noviembre la gente va a los cementerios a recordar a sus seres queridos. Se ponen flores en las tumbas, se adecentan nichos o simplemente se está allí en silencio. No obstante en este país todavía hay miles de familias que no pueden ir al cementerio porque aún no saben donde están sus muertos. Pero esto es para otro artículo. Solo lo digo a modo de recordatorio. El día antes del uno de noviembre, se celebra Halloween. No es que no sea partidario de celebrar la fiesta de Halloween, tan arraigada en las tradiciones seculares de nuestro país, sino que en un par de días oyes la palabra Halloween centenares de veces y se te repite más que la morcilla con alioli. El hombre del telediario pone el rostro de las noticias poco relevantes, pero su cara se transforma en hastío y piensa ¡Dios mío! ¿otra vez me habeis colao esta noticia? Y voluntarioso nos vende la moto.

La dichosa fiesta de Halloween importada de los Estados Unidos como tantas cosas inútiles (políticos o algunas series de televisión por ejemplo) ha venido para quedarse. El mecanismo de Halloween es muy simple. Tiene dos modalidades, la primera es la de hacer el tonto disfrazado de algo que dé miedo, sales por las calles a hacer el payaso o vas a alguna fiesta con más gente haciendo lo mismo . La segunda modalidad es la que estás en tu casa tranquilo viendo una buena película y llaman al timbre cada cuarto de hora grupitos de niños para pedirte caramelos. El panorama que te encuentras al abrir la puerta es desolador, disfraces de brujas, zombis idos de la olla, tullidos con el cuello abierto por un hachazo, cuchillos clavados en la cabeza, caras blancas, ojeras, cicatrices, etc. Pura tradición, vamos.

Por otra parte la cara de cemento armado que tienen algunos espabilados es de tamaño XXL. En tiempos de crisis o te inventas algo o las neuronas te vuelan la cabeza las muy cabronas. La picaresca es una flor que crece en los sitios y cabezas más insospechadas. Al ver la noticia en la tele, no me escandalicé pero me faltó un pelo para vomitar las mandarinas no de asco sino de rabia. Pues resulta que cuando se muere alguien y su familia en vez de enterrarlo lo incinera, hay una empresa que se dedica a tirarte la urna al mar. Soltando la manteca, claro. ¿Llegará el día en que tengamos que pagar por respirar en edificios públicos por ejemplo? O sea que si decido coger la urna con las cenizas de la bisabuela y tirarlas al mar, pues no puedo porque la ley me lo impide y la misma ley no le impide a una empresa cobrarte por hacer lo mismo. ¿y eso no es para nombrarle a sus muertos, sin redundancia que valga al negocio este y al que hizo la ley?. Es un nuevo tipo de funeraria mucho menos engorrosa. Sale el lumbreras responsable de dicha empresa y dice: como vimos que había un vacío legal, pues allí que nos metimos, compramos un barquito coqueto a motor y como para tirar algo al mar hay que alejarse cinco millas hacia adentro, por ley (menuda coletilla nos hemos aprendido en España –por ley- que lo mismo sirve para un roto que para un descosido) pues cogemos a los familiares con las cenizas, les damos un paseo, y previo pago de setecientos euros por garbeo, tienen derecho a una música suave, les leemos un poema y les damos una cajita con pétalos de flores. Ah pronto estaremos en más ciudades. Y se quedó con una cara como si acabara de salir del wáter. El hijoputa.



José Miguel Casado García ©