viernes, 27 de enero de 2012

El proceso

     A eso de las ocho y media amanecí un domingo. Torpe y dormido, como un oso que sale de la hibernación, bajé las escaleras sin hacer ruido para no despertar a los demás. El maldito microondas hace más ruido que una reunión vecinal de tartamudos. Tiene más pitidos que las fiestas del pueblo. Café con leche. Tostada de aceite y ajo. Inciso. Me encanta el ajo. Pero los que tienes cerca te condenan al ostracismo más absoluto. Te conviertes en un arma biológica con gafas. Mientras bebo café pienso en cómo enfocaré el proceso. Cómo se supera el pánico inicial. Ese horror vacui a lo infinito y que se enfoca de mil millones de maneras diferentes y lo mismo tardas un minuto que cinco años. Y con mil millones de técnicas diferentes. Es algo tan vasto como el horizonte oceánico que ve un náufrago desde su madero. Es como asomarte a un precipicio que te hace cosquillas en el estómago y te repele. Pero te atrae al mismo tiempo. A través de la ventana veo cómo cae la lluvia. Hace frío. En el salón ya se oye a Bob Esponja. Ese ser omnipresente que oyes aunque no esté. Sigo viendo la lluvia a través de la ventana de la cocina. Mi mano derecha sostiene la taza de café con leche. Esa espada flamígera de los domingos que te da alas y con la que eres capaz de emprender las más descabelladas empresas. Y te crees poderoso porque crees que eres libre. Porque ese día es así. Los demás días solo sostienes una taza de café. Mientras la cafeína activa neuronas como interruptores apagados, se enciende de nuevo el proceso en el cerebro. Vuelvo. El proceso o cualquier otro pensamiento parecido a ¿no se puede mejorar el sabor del Frenadol? o tengo que comprar el periódico, tengo que leer estupideces inexorables porque no me queda más remedio o tengo que cambiar la bombilla del patio. Otro producto de la paranoia continua en la que me tiene el proceso y que cojo al vuelo porque casi se me escapa, me sumerge desnudo en el patio mojado bajo la lluvia. La vecina cotilla ya tiene material para años y el vecino bipolar empieza a hacer fotos. Mi cabeza vuelve a la cocina con un escalofrío recorriendo el espinazo. Estas ocurrencias son el impuesto que hay que pagar por devanarte los sesos y que van a acabar conmigo.  En la ducha sigo pensando en el proceso que me hace buscar miles de motivos para empezar y que proyecto como una cascada de iconos. Pero no sé cómo. Con la cantidad de cosas que hay coño. No entiendo a los que se dedican a eso. Y algunos hasta ganan dinero aunque la caguen. Lo importante es que la gente te conozca y luego para bien o para mal, ya se sabe. Con razón algunos… Nada. Todo es un pandemónium como una “canción” de black metal, que oyes mucho ruido pero al final te queda un caos en el tarro, que si no te estalla a lo mejor puedes sacarle algo. Mejor el ejemplo de un vino que te deja un buen sabor de boca. O su recuerdo antes de probarlo por segunda vez. Abro la puerta del patio y lleno mis pulmones de olor a tierra mojada. Adoro ese olor. Cierro rápido para que no entre el frío en la casa. Corriendo me voy al sótano donde creo que voy a comenzar la obra faraónica a la que me ha llevado el proceso. Por fin voy a desenmarañar la madeja. Por fin voy a juntar las piezas del puzzle a ver qué sale. Antes de matarme escaleras abajo con las zapatillas en chancla, de nuevo me asalta la duda. Dios otra vez no. Hay que empezar ya como sea. Ya lo he demorado bastante, me niego a retrasarlo más. Aterrizo en el sótano por fin como un águila caótica. El proceso es ya impepinable y va hacia adelante. Antes de nada me pongo la bata blanca de científico loco y pongo en la oreja a Ryuichi Sakamoto para que me baje un poco la cafeína. No hay vuelta atrás. El proceso inicia su andadura. Miro el blanco infinito del lienzo y empiezo a pintar un cuadro.

                                                                                               José Miguel Casado ©

miércoles, 4 de enero de 2012

La Toma de Granada

“Hay dos cosas infinitas: el Universo y la estupidez humana. Y del Universo no estoy muy seguro.”

                                                                                                                                   Albert Einstein




      El día 2 de enero en Granada es una carrera hacia la meta de la imbecilidad más absoluta. Un día 2 de enero de 1492 el rey Boabdil capitula y entrega las llaves de la ciudad a los Reyes Católicos. Desde el siglo XIX se conmemora esta fecha con un tremolar de banderas desde el balcón del ayuntamiento y con la parafernalia propia de cualquier efeméride histórica de cualquier ciudad que ame su historia. Entre las filas de los maceros desfilando, soldados y el alcalde con los concejales, se encuentran tres bandos. Los de extrema izquierda, los de extrema derecha y en medio los de la gente normal que se pasan por la plaza del Carmen o que están de paseo con la familia como cualquier día festivo. El coro de los illuminati de la extrema izquierda voceando su verdad por un lado de la plaza e identificados y confundidos con ideas y banderas independentistas, perro-flautas, anti-sistema o como queramos ver al circo y a los payasos. Se ponen del lado del progreso y del pobre musulmán magrebí expulsado por los fascistas reyes católicos. Ojo con llamar a los musulmanes, moros ya que es una palabra también del glosario fascista. En el coro de los otros illuminati de la extrema derecha nos encontramos con los ociosos abuelos cebolletas cantamañaniles que cara al sol y brazo en alto ladran la vuelta de Isabel y Fernando y del pequeño ruiseñor. Todo ello con sus banderas preconstitucionales y sus camisas oscuras del siglo pasado. Total. Una vergüenza. Sin embargo aunque en el siglo XV los Reyes Católicos expulsaran a los moros y se cargaran hasta al apundador, era el siglo XV y las guerras se hacían así. Si Boabdil no hubiese sido expulsado a su tierra, Granada a lo mejor hoy sería otra provincia de Marruecos ¿no?. Los 300 espartanos dieron su vida en el desfiladero de las Termópilas pero antes hicieron albóndigas con los persas que representaban no solo a los malos sino a la peor idea de todas: el fanatismo. Que no quiero ser demagogo pero la historia es así aunque luego no le guste a los que viven cómodamente, sean de la izquierda mora o de la derecha racista, en un país democrático cinco siglos después. Cualquiera de Málaga, de Jaén o de Australia que estuviese de vacaciones en cualquiera de los múltiples hoteles de la ciudad más turística de España, se preguntarían ¿Pero qué espectáculo es este? ¿Es que en esta ciudad se han vuelto todos gilipollas?. Para más inri matan al mensajero y le parten la cara a un periodista por ser de un medio determinado y no de otro. Me da igual del medio que fuera el periodista. Es una auténtica aberración y una vuelta al pasado más cavernícola cargarse derechos fundamentales como la libertad de expresión. Que no estamos ni en el Congo, ni en Irán, ni en México, ni en Rusia.

                                                                              José Miguel Casado ©