viernes, 23 de diciembre de 2011

Paisaje tras la lotería

         Para mitigar el vacío y la desolación que me deja el sorteo de Navidad de la lotería, ya a toro pasado y tras comprobar que la fortuna ha dado la espalda a mis números, pongo en el comprobador de internet el número del gordo y una cantidad jugada. Pongamos por ejemplo sesenta euros y debajo sale: Le han correspondido un millón doscientos mil euros. Lo hago varias veces. Es mano de santo y quieras o no, te relaja un poco y te cura en parte ese hueco y esa cara que se te queda siempre después de perder lo que has jugado y ver que no te ha tocado ni un céntimo. Es como un post operatorio que hay que seguir cuidadosamente. Un año más. No es que sea ludópata pero en Navidad que si un décimo de la prima de Utrera, otro del colegio de los niños, otro del bar y así vas sumando y subiendo y mayor es el batacazo. Creo que influye algo en nuestro cerebro el anuncio hipnótico del hombre calvo de la lotería que va soplando el polvillo de la suerte por donde pisa. Este año el calvo no estaba y salía una fábrica de bolas de lotería. Una fábrica enorme, casi alemana, en tiempos de paro endémico. Son ganas de provocar. No sé. A decir verdad este año no llevaba muchos números porque ni siquiera tengo horno para los bollos del refrán. Hay un cura en un pueblo de Granada donde el año pasado le tocaron cien mil euros. Después del susto inicial, ese ¡ay! que todos daríamos con cien mil euros (y con menos) que nos tocan en un sorteo, el hombre lo está repartiendo todo entre las familias necesitadas del pueblo y apuntándolo todo, cual tendero de ultramarinos, en una entrañable libreta en la que lleva las cuentas de la vieja al dedillo. La verdad es que hoy en dia con la que tenemos encima hay que estar hecho de una pasta muy especial para hacer eso. Hay gente que le pide para comprar comida o para pagar el recibo de la luz o seis mil euros que dio para un niño enfermo. Eso es un cura con dos cojones y consecuente con la teoria y con la práctica no ya de la Iglesia, sino del sentido común. Otros curas, ni en la práctica ni en la teoría. Podían tomar ejemplo desde ellos mismos hasta las imágenes de sus iglesias que algunas parecen raperos poligoneros con la cantidad de oros que les cuelgan. Este año la cantidad que toca en los premios de la loteria de Navidad ha subido. De trescientos mil a cuatrocientos mil euros al décimo por el mismo precio. Qué derroche de generosidad, pensarán algunos, por parte del estado que nos aflige y nos compunge cuando nos aprieta el cinturón casi hasta dividirnos como a células indefensas. Pellizquémonos y despertemos al que se haya quedado dormido por si sueña. Ni que decir tiene que las probabilidades de que el gordo sea nuestro número son mucho menores porque hasta el año pasado se jugaba hasta el número 85.000 y este año se juega hasta el 99.999. Casi nada. Subimos los premios pero ya redondeamos y metemos hasta cien mil bolitas en el bombo. No podía faltar la figura navideña del político al que mientras están juzgando le tocan un huevo de millones. Ya pudiera haber un millón de bolas en el bombo que le toca. Con la crisis que hay, como si dijéramos “con la gripe que hay”, la crisis es ya una cuestión casi de salud pública, la recaudación de las loterias crece exponencialmente. No falla. Cuanto más tiesos estamos, más viciosos nos volvemos. Yo ya no sé qué ritual seguir para que toque algo. Desde disfrazarte con muchas moneditas pequeñas pegadas al cuerpo como algún lumbreras de los que salen en la tele hasta visitar a alguna tribu del Amazonas a que me suelten con una cerbatana, vía nasal un viaje de peyote. Menudo viaje. Hasta el día 22 de diciembre me lo han cambiado. Recuerdo como un ritual antiguo, cuando veía de niño a los niños de San Ildefonso por la tele. Siempre en pijama y sentado bajo las enaguas de la mesa camilla. El colacao, las galletas, el tebeo, etc. En la calle hacía un frío del carajo. El gordo siempre tocaba donde había caído la gota fría ese año. Siempre tocaba en Madrid y en Valencia. Ya ni eso. Ni siquiera hay gota fría. El invierno es ahora un sospechoso calorcillo primaveral raro, raro, raro, como diría papuchi. Antes casi todo venía de Madrid. Los invasores de Marte venían de Madrid, Pixie y Dixie venían de Madrid, hasta los niños venían de Madrid y no de Paris. Mi amigo Paquito Corbalán me decía que todas las tias buenas que salen en la tele, los anuncios y todas las películas sin excepción, venían de Madrid. El gordo o los siguientes premios siguen cayendo en Madrid. O de Madrid para arriba. Está claro, toca donde han hecho el anuncio del calvo de la lotería. O cayendo en lugares donde me veo siempre diciendo desde que era un niño, “joder qué lejos” como Huesca. Y apago la tele.

                                                                   José Miguel Casado ©


domingo, 11 de diciembre de 2011

Cada uno en su sitio

         En un zafarrancho de combate como caso extremo y en las situaciones de emergencia, generalmente para la llegada a buen puerto del desaguisado y del estropicio, es imprescindible que cada persona esté en su puesto a la hora de los tiros. Desde la última rata del barco hasta el capitán. Esto es impepinable. En un país con tradiciones tan ancestrales como la envidia, la chapuza y el bandolerismo público nuestras luchas y batallas no han salido muy airosas a lo largo de la historia. Ni las antiguas ni las modernas. La picaresca, hermana mayor y matriz de todas las costumbres desastrosas es la que ha acrecentado nuestra leyenda. Lo peor es que la leyenda se convierte en tópico y medio mundo nos toma por el pito del sereno. No solo avergonzado estoy, como estado de ánimo en general, de que un miembro de la familia real, cuasi príncipe, esté a punto de ser procesado por evasión de dinero público sino que me sale a borbotones la palabra, tantas veces manida en este tiempo, de la indignación. No es solo por eso sino porque a la casa real se le asignan todos los años casi nueve millones de euros de las arcas del Estado. Por no hablar de la casa de Alba que también recibe tres o cuatro millones al año de subvenciones para mantener una familia y sus fincas. Dinero público para mantenidos. Volviendo al Ken real con la infanta Barbie real. Está en Washington trabajando. Hubo que buscarle un trabajo importante muy bien remunerado a la infanta (ella lleva años allí trabajando) y al ex jugador de balonmano. Expertos financieros ambos. A la hora de hablar de monarquía o república, todavía hay gente que se lleva las manos a la cabeza como si el rey y su casa fueran un dogma de fe indiscutible y la república una idea pintoresca de perro-flautas. La monarquía es un sistema anticuado e injusto. Con la república el pueblo elige al jefe del estado cada equis años, por medio de un referéndum justo y no hay una familia real elegida por la gracia de Dios que está siglos dando la brasa y estrujando las vacas gordas en tiempos de bonanza y las vacas flacas en tiempos de sequía y de crisis. Mientras tanto familias y familias desahuciadas cada día que pasa porque no pueden pagarle al banco y sin un trabajo que llevarse a la cara. La maquinaria del Estado sigue haciendo su trabajo: dar todos los años a la familia real nueve millones de euros de las arcas públicas. Es duro que te partas el pecho por ochocientos euros mensuales, porque el mileurismo ya casi es una quimera y veas en la tele a estos caraduras vitalicios. Otro disparate del despilfarro dinerario es hacer obras que valen varios millones de euros y luego no sirven para nada porque no son viables. Aeropuertos y ciudades dormitorio vacías porque nadie ha comprado ni un ladrillo. Ni el caso sangrante de deportistas de élite que ganan como si les tocara la primitiva todos los meses. La olla a presión se te llena de violencia y como en un videojuego escoges un arma entre veinte y te lanzas a la calle, como Michael Douglas en “Un día de furia” porque estás hasta los huevos. Pero controlas. Un calentón lo tiene cualquiera. En una situación de crisis gorda como la que tenemos es imprescindible que cada uno esté en su sitio. Exigirle al rey y a los políticos que estén ahí cuando tienen que estar debería ser lo obvio. Pero al olmo no le pidas peras.

Hagamos un poco de autocrítica los que no somos ni reyes ni políticos. Por ejemplo que el funcionario no desayune una hora si tiene solo media, que si tienen que echar dos horas más a la semana que las echen, que no se hernian. Hay otros mucho más jodidos que ellos y que cobran mucho menos y a lo mejor no pueden ni quejarse. Que el enfermo no muy enfermo no vaya a urgencias a dar la matraca, que el estudiante sea responsable de estudiar y se dé cuenta del privilegio y la suerte que es tener una escuela pública y los padres y madres que sean responsables de los buenos modales de sus hijos y los profesores se responsabilicen de enseñar. Que jueces que procesan a otro juez que investiga otro “dogma de fe” como el franquismo, no procesen a un juez que quiere saber la verdad. Que esos mismos jueces no absuelvan a los maltratadores. Porque no hay peor ciego que el que no quiere ver. Eso si es un ejercicio de prevaricación y de irresponsabilidad. Por lo tanto, cada uno a lo suyo si queremos salir de la caverna. Porque hasta ahora las ratas del barco son las que han estado en su puesto y el capitán y los oficiales son los que nos han fallado.

                                                                         José Miguel Casado ©

martes, 6 de diciembre de 2011

Gustavo Alcalá-Zamora

“Annorum vinum, socius vetus et vetus aurum”




      Los comienzos nunca fueron fáciles. Corrían los primeros años noventa del siglo pasado cuando Gustavo Alcalá comenzaba en la Facultad de Bellas Artes. Tras alternar los estudios con su labor de bajista en un grupo de rock y con trabajos variopintos, deja la facultad para trabajar a piñón durante otros tantos años. Afortunadamente se dio cuenta a tiempo de su verdadera vocación y actualmente está terminando sus estudios y se va a doctorar en Bellas Artes. Como le gusta decir a él, se cayó del caballo a tiempo como San Pablo y para aguantar el chaparrón infame del paro a la intemperie por lo menos hace lo que realmente le gusta. Crear. Y no le va nada mal. Su trabajo pictórico recuerda, salvando las distancias, al Cézanne que dejó atrás el impresionismo, para desarrollar un estilo pictórico propio, nunca visto hasta entonces. Si el impresionismo fue aire fresco, Cézanne abrió las ventanas a nuevas vanguardias. Creo que es un pionero en su estilo, aunque la palabra pionero suene a osadía impronunciable por muchos cobardes de nuestro tiempo. Decía Karl Heinz Stockhausen que un genio debe demostrar que lo es a través de su obra. Es su obra la que nos dice lo que piensa y lo que opina de la realidad particular que tiene cada genio a su alrededor. Son esos colores sobre las líneas rectas de paisajes urbanos, las que nos hablan de un excelente referente de la pintura del siglo XXI. Ante todo es mi amigo. Uno de los mejores. A destacar son su bondad de madre Teresa de Calcuta y su generosidad infinitas. Es ese Buda sonriente que tenemos que poner en nuestras vidas, que nunca tiene una mala cara por nada y que te alegras cada vez que lo ves. Su fuente inagotable de sabiduría la comparte como el niño que comparte su bocata en el recreo. Sin esperar nada a cambio. Es la hormiga en ese cuento que es atravesar los desiertos áridos de la incomprensión y de los portazos en las narices cuando has llamado a ciertas puertas que creías abiertas. Inasequible al desaliento y poseedor de esa capacidad innata e infinita de aprender y de adquirir conocimientos que tienen los genios. Cuando no está dibujando o pintando está pensando en dibujar o pintar. Su cabeza siempre en ebullición tiene a las musas exhaustas, pero siempre fieles y presentes. Es un cultivador de amigos y un amante de su familia. Su verdadera riqueza es un amigo a su lado junto a un café y una conversación. Es un amante de la vida y del buen rollo. Es la amistad personificada. Republicano reincidente y obstinado como el que más. De casta le viene al galgo con antepasados de apellidos tan ilustres como el suyo en su patria chica Priego de Córdoba (su verdadera patria es el Zaidín) allá por la Segunda República. Y a mucha honra.

La obra de Gustavo Alcalá-Zamora no se podría enmarcar en ninguna corriente pictórica actual. En una sí. En la corriente de la belleza. Es ni más ni menos ese aire fresco salvador para los sentidos y para las retinas, acostumbradas al tedio colorista y kitsch de tantos pintores academicistas y políticamente correctos de nuestro tiempo. Es ante todo, un gran dibujante que sabe lo que hace y lo perfecciona en cada cuadro que termina. Da a luz obras magníficas en las que vislumbramos la máxima expresión del arte y en las que vemos que están hechas con el material del que están hechos los sueños.

                                                                              José Miguel Casado ©