jueves, 9 de junio de 2011

Insula Granatensis (Revisited)

Cada sociedad y cada lugar tienen sus propias costumbres en las que cada persona es clave como una hormiga en un hormiguero, como un ladrillo en una pared. Cada individuo influye con su propia psicología y su manera de ser y es un eslabón de una cadena. Las masas, por supuesto, también tienen su propia psicología y dan a luz un crisol de dichos y situaciones en el que podemos escoger la que más nos guste.

Granada es la ciudad de España donde las retinas se queman más fácilmente por la variedad ingente de imágenes y situaciones que, supongo se darán en otros sitios pero no con ese punto autóctono. Imágenes tan llenas de contrastes, de contextos y de luces distintas que se mueven de una punta a otra, en un péndulo tan grande como su oscilación térmica en primavera. Sus millones de matices son tantos, como granos de arena de playa y el disco duro ya es que hasta me duele. Hasta los que viven en ella son especiales pariendo momentos únicos aunque no muy lejanos de una Nápoles española.

Escena 1: concebida como si estuviéramos dentro de una película de Fellini. Domingo por la mañana dando un paseo por la calle. Brisa templada en la cara, árboles rojizos y otoñales, gente todavía en manga corta porque aún hace calor. Olor a churros y a tinta de periódico, pero algo desentona en este paisaje: una cola de gente impresionante. Ni en tiempos del estraperlo. Me fijo que es una panadería, ¿otra vez las malditas cartillas de racionamiento?, ¿es la hora feliz de la panadería? –le pregunto a una mujer mayor, despeinada que parece que se ha caído de la cama y lo primero que ha hecho ha sido bajar y ponerse en la fila—No hombre lo que pasa es que ya han traido las tortas de la Virgen ¡ay que alegría!— me contesta con sonrisa beatífica y henchida de fé. Medalla de Fray Leopoldo y gafas de culo de botella. A mi cabeza acuden algunas fotos de Cartier-Bresson de la Francia de los 50.

Escena 2: transcurre en la pasada navidad. Lo siento por hablar tan a toro pasado. Hipermercado venido a menos, marca autóctona, considerado como el más barato de España (hay que racionalizar, son tiempos duros) Volvemos también a otro sketch de panadería con la gente comprando el roscón de reyes. Todo normal. Hasta que se abre una puerta que da a un pequeño almacén y la gente ve los mismos roscones de reyes pero con un envoltorio distinto. Varias marujas y jubilados empiezan a mosquearse y le empiezan a hacer preguntas a las panaderas –oye bonica ¿por qué son esos roscones diferentes? No son diferentes señora, son los mismos pero con otro envoltorio— Pues yo quiero uno de esos no quiero este, grita una mujer despeinada. La turba se amotina y las pobres panaderas tienen que retirar todos los roscones de la vitrina refrigerada y sacar las cajas con los roscones de otro color pero al mismo precio y tamaño. Vergüenza de vida.

Escena 3 : Cualquier lunes por la mañana en la administración de lotería la cola para echar la primitiva, es como si dieran los boletos premiados con un bocata de jamón de regalo. La gente es como una mancha de aceite que sale del edificio. Vista cenital desde la azotea.

Escena 4: De nuevo un domingo cualquiera por la mañana. Quiosquero en habitáculo diminuto. Su codo roza el vaso de café con leche que tiene en una pequeña repisa. Su cabeza va a estallar ante otra maldita cola de domingueros que solo leen el periódico ese día. Cada uno quiere el dvd o la taza o el cuento o el cd o el maldito cuento de Bob Esponja o la maldita camiseta de fútbol o la toalla de fútbol o los calzoncillos de los equipos de la liga de fútbol. Hay 22 diferentes de cinco tallas diferentes. A cada regalo hay que recortarle un cupón o cachito de papel al periódico. Esperemos que no venga el pesao de todas las semanas que quiere los fascículos atrasados de los secretos del mar del comandante Cousteau. El quiosquero tiene ya un pequeño tic en el ojo izquierdo.

Escena 5: Cura de una iglesia de aquí que todos los domingos hace un alto en el sermón y pone carica de pena para pedir más dinero a los feligreses, como si todos los domingos fuese el domund. Violencia desde el púlpito. Imagínense ese pastor dirigirse a su rebaño y mirando al horizonte cuando habla: “…mirad, corren tiempos difíciles para todos…” Siempre recuerdo la escena de ese Robin Hood inenarrable al que daba vida Kevin Costner, en la que tiran a un cura con las manos llenas de riquezas, por la ventana. Por imaginar hasta las mujeres que van a la misa de las una, desde fuera de la iglesia oyen la voz de la multitud que sale del templo gritando como en la huelga del metal: “Manos arriba, esto es un atraco”



En cuanto a las expresiones de aquí son consecuencia de experiencias vitales y momentos de foto finish que producen ronchas y sarpullidos incrustados como piedras preciosas en el imaginario colectivo de la ciudad. El ramillete de ingenio y de dichos curiosos es imposible que se pueda dar en otro sitio. La tierra del chavico, por ejemplo, significa que los granadinos somos agarraos, tacaños y poco generosos. Antiguamente los mendigos decian “anda dame un chavico” haciendo referencia al ochavo o moneda de diez céntimos de las antiguas pesetas.

Otra expresión proverbial que da a entender que no esperemos nada de personas cuyo favor siempre va a ser hipotético y lejano es: “como el que tiene un tio en Graná, ni tiene tío ni tiene ná”. O la malafollá granaina ese producto o estado de ánimo que como los piononos, el jamón de Trevélez o los molletes de Antequera, se exporta mundialmente. Sin embargo, algunos dichos nos redimen y nos sacan del barrizal y del fango en el que nosotros mismos nos metemos: “A quien Dios le quiso bien, en Granada le dio de comer” o el típico: “Dale limosna mujer, etc”. Me dejo muchos olvidados pero el que se lleva la palma, la medalla de oro olímpico, el non plus ultra de los dichos, es aquel que dice: “Cuando yo diga bacín, tú dices presente”.



José Miguel Casado García ©