domingo, 23 de diciembre de 2012

Maricruz final feliz



 

     Días después de la muerte de su padre, a Maricruz le vino el don de predecir el pasado cuando hablaba con su prima en la cafetería. Prima, entre nosotras. Tu has tenido un amante hace poco ¿no?. ¿Ayer a eso de las cuatro y media más o menos?. Lo recuerda como si le hubiera pasado ayer y hace ya diez años. Diez años que se fue su padre y diez años que su prima no le habla desde que se le cortó el café con leche y se fue de aquella cafetería. Maricruz era una de esas mujeres que salía en la tele a horas intempestivas echando las cartas del tarot. Bueno, ya no trabaja en la tele ahora trabaja en la cocina de un restaurante.  Si es que cuando no se dicen las cosas claras se embarulla todo. Resulta que era una pitonisa rara avis, porque en vez de leer el futuro, Maricruz leía el pasado. A su último cliente le dijo que había tenido una culebrina y que tenía ladillas. El hombre se puso como una furia. Oiga que yo no he llamado para que me diga el pasado. Es lo que las cartas me dicen. ¿Y no le dicen nada más?. No. Bueno sí pero es que ayer afanó unos pasteles de chocolate en el Mercadona. De los que hay que pesar en la báscula en una bolsa. Oiga póngame con su jefe, dijo el hombre, que quiero poner unas hojas de reclamaciones. Mi jefe está dormido ahora, caballero. Son las tres de la mañana. Mírese. ¿Qué hace un hombre hecho y derecho como usted llamando a las tres de la mañana a una pitonisa?. Sí, tiene usted razón, pero no me cambie de tema, quiero hablar con su jefe. A Maricruz no se le ocurre otra cosa que darle el número de teléfono de su jefe. Al día siguiente recibió una llamada en la que le conminaban a que no fuera más a leer el tarot por la tele. Estaba despedida. Me da igual –dijo- a gritos por el auricular ¿qué se puede esperar de una tele de mala muerte que solo sabe poner pitonisas y películas porno retro?. De esto hace ya diez largos años.
     En la cocina del restaurante donde está ahora, está bien pero no es lo mismo. Donde va a parar. Todo es un ir y venir que nada tiene que ver con la tranquilidad de estar sentada en una mesa camilla ante una cámara, lejos del bullicio. Calefactor o ventilador, según la época del año y café calentito. Nadie que te meta prisas por nada, solo ella y la cámara. Bueno y el operador de cámara. Llegaba a la tele fichaba a las doce de la noche y hasta las seis de la mañana allí sentadita. En el restaurante, se agobia mucho con las comandas. Cuando no han terminado de pedirle una hamburguesa de buey completa o un entrecot a la pimienta con rábanos trufados ya le están pidiendo una ración de berenjenas con miel o una de calamares y Maricruz se cabrea mucho y le dice a sus compañeros: oye que no me agobiéis que os leo el pasado y veremos a ver quién tiene la sartén por el mango. Mientras hace una bechamel, echa a la freidora las croquetas de la abuela, que es como se llaman las croquetas congeladas de jamón en la carta del menú. Maricruz no echa de menos su época de echadora de cartas en una tele local, pero a veces recuerda con regocijo esas noches al calorcito del calefactor bajo las enaguas de la mesa camilla y un café caliente al lado. Ahora lo que la hace seguir en la cocina del restaurante es mantener el trabajo que tiene porque se considera una privilegiada al tenerlo. Maricruz tiene cuarenta y tantos y desde que tuvo un novio que se llamaba Luís y que trabajaba en un matadero, aborreció a algunos hombres. Luís era un hijo de puta de los muchos que hay que maltratan a las mujeres. El pobre tuvo un triste final cuando terminó de beberse el carajillo que siempre se bebía a las cuatro de la tarde y que Maricruz le preparaba con tanto cariño. Desde entonces su pareja se llama Valentín. Lo bueno que tiene Valentín es que hace todo lo que ella le dice, tal y como ella se lo ordena. Valentín es azul y es un pene vibrador de veinticinco centímetros que compró en una de esas reuniones de taper-sex y que su amiga Mariajo la inició. Cuando está con él se olvida de las prisas del restaurante y de cuando leía los pasados de las personas. Maricruz te recomiendo a Valentín, le dijo su amiga, es más espigado que Mustafá pero no tan grueso y de textura menos rugosa. Lo curioso de Valentín es que tiene tres velocidades y es sumergible. Maricruz no le puede leer su pasado porque no le hace falta y eso en un novio es un potosí.
                                                                               José Miguel Casado ©
 

domingo, 9 de diciembre de 2012

La lucidez de Pedrito


   Lo de este niño no es normal, dice Laura, una madre asustada y sorprendida. No te preocupes mujer será un niño pródigo de esos, dice Javier entre las sábanas. Ay Javier tú todo te lo tomas a broma coño. Se dice prodigio. Niño prodigio, no niño pródigo. Lo que nos faltaba ya.

     Pedrito es un niño que cuando tiene unas décimas de fiebre, es más lúcido que cuando está sano. Habla por los codos desde su cama, cuartel general de los niños enfermos. Como no hace nada, se le ocurren las preguntas más peregrinas mirando al techo o mientras ve los dibujos de un tebeo. Mami ¿por qué el boli que está junto al teléfono nunca escribe? O ¿por qué papá sonríe y entorna los ojos siempre que ve a la vecina?. Pedrito tiene cuatro años y habitualmente cuando habla muy vehemente por algo y no se le entiende nada, su madre pierde la paciencia y sale a buscar corriendo a su amigo Luis Felipe de cuatro años también, que vive en la puerta de al lado, que está en su misma clase y que hace las veces de traductor jurado. Lo de jurado es por la cara que pone el crío de responsabilidad sobrevenida cuando habla con la madre de Pedrito. Los lunes una hora antes de salir del colegio, a eso de las una, va a clase una logopeda para “hablar” con Pedrito y con Marta. Otra niña que habla en noruego antiguo y que no hay Cristo que la entienda. La pobre maestra procura no ponerlos juntos porque sería un diálogo infernal y una espiral infinita de cinco horas. Pedrito es carne de logopeda o maeta golopea como él dice, desde los tres años, aunque cada vez se le entiende menos. Su madre está desconcertada cuando habla con él. Hay veces que lo mira en silencio y se pregunta qué lío tendrá dentro de ese melón que tiene por cabeza para que no se le entienda ni una palabra de lo que dice. Excepto cuando tiene un poco de fiebre que parece un académico de la RAE. Mamáaa traeme una manzanilla con una cucharada de azúcar y que no esté muy caliente que se me quema el paladar. Virgen Santísima piensa Laura asustada. Parece otro niño cuando está malo. El jodío. La madre hay veces que duda si darle la medicina o no. Laura piensa a veces que se preocupa demasiado por el habla de su vástago piensa que lo sobreprotege pero le da igual porque es algo desconcertante. Cuando se pone malo habla bien y cuando está bien habla mal. ¿Por qué a los demás niños no les pasa esto?. Laura recuerda cuando de pequeña una gitana de las que leen la mano le dijo que tuviera cuidado con los niños. Y ella  achaca lo que le pasa a su niño a aquello. No quiere ver la cara de broma que tenía la gitana. Shiquillah ten cuidaico con lo niño que zon mu peligrozoh.      

 

      Los inviernos son muy amenos en casa de Pedrito, porque como se pasa casi toda la época de frío constipado pues al niño se le entiende lo que habla por lo menos mes y medio. Unas décimas de fiebre son mano de santo para su cerebro. ¿Mamá, por qué papá aprieta el botón del mando de la tele tan fuerte cuando se queda sin pilas?. Laura no sale de su asombro y teme que cuando llegue el verano su hijo se convierta otra vez en un elfo del país de los elfos que habla en élfico. Sólo se le entiende mamá, porque mamá en élfico se dice mamá igual que en noruego antiguo. Don Blas el pediatra lo mira muy fijamente tras las gafas de hipermétrope y le pregunta a Laura. ¿Qué tiempo tiene tu niño? o de dice: Este niño tiene las anginas muy gordas. Frases cliché de un pediatra que son como comodines de la pediatría y que sirven lo mismo para una madre cabreada que para una madre sin personalidad. En pediatría o en medicina hay en primer curso una asignatura que se llama “Frases cliché”. O la frase-lema de los pediatras: “Eso es un virus que lo mismo que viene se va. Eso anda mucho ahora”. Un virus que anda, piensa Pedrito que se limita a mirar a don Blas con la boca entreabierta muy serio y con un moco verde asomando por la nariz . Su cabeza le sigue dando vueltas a lo del virus que anda. Babá be quiego ig a caza.

          

                                                               José Miguel Casado ©