“De pequeño siempre quise tener un perro
pero mis padres eran pobres y solo pudieron comprarme una hormiga”
Woody Allen
Salir de una enfermedad aunque sea pequeña
es salir de un túnel de tamaño anatómico reptando como un gusano. Es duro.
Cuando decidí dar forma a una determinada idea estaba saliendo de una
bronquitis que por poco se convierte en asma. ¿Cuándo me he visto yo con un
inhalador?. Prácticamente todo lo inhalaba hasta el aire que respiraba. Por esa
época no tenía un céntimo –y sigo sin tenerlo- y hacía tres años que me había
quedado en paro. La verdad es que las crisis no perdonan, son monstruos sin
memoria que aplastan a la gente. Después de llevar a los niños al colegio,
hacer las camas, limpiar y cocinar, el poco tiempo que me quedaba era para
escribir, en casa o donde me pillara. En la calle se pillan muchas
enfermedades, miasmas, incluso ideas observando a la gente. Uniéndolo todo
intentas crear algo legible. Como dice un escritor consagrado, la realidad es
la materia prima con la que se hace la literatura. Indudablemente que la
enfermedad del folio en blanco también me asaltaba para llevarme al infierno de
la nada y al vacio creativo, pero las musas volvían. Renqueantes pero volvían.
Solo quiero escribir pero cuando más lo deseo más difícil es. Me ponía a pensar
en esos escritores, ya en la Arcadia, con despacho, secretaria y películas
basadas en sus libros y se me venía el mundo encima. Es como lo que estaba
viviendo en ese momento pero al revés. Qué sensación de aplastamiento más
grande. Lo mismo que cuando estás en el dique seco y vas llamando a una puerta
detrás de otra y todas se te cierran como por una inercia que no has provocado
y de la que es muy difícil bajarse en marcha. Ya le llamaremos. En la
televisión banqueros y políticos a mansalva amasando fortunas en A, en B o en
cualquier letra del abecedario, ambiciosos hasta la nausea y que no les importa
mentir a la gente con tal de seguir robando y cobrando sus sueldos durante el
mayor tiempo que sea posible sin dimitir. Hay que cotizar. Yo mientras tanto,
pensaba en asaltar un mercadona o un banco. Dios mío, estuve a punto de seguir
a un hombre con barba apostólica y con aire de santo que asaltaba mercadonas. Me
decidí por lo segundo. La cabra tira al monte. La musa atracadora de bancos se
me aparecía, todas las noches a eso de las tres menos cuarto la muy cabrona.
Después del susto y de preguntarle si no tenía reloj, me calentaba la olla con
lo del banco y lo del atraco y que después de analizar las diferentes opciones,
era lo mejor para mi. Por la mañana me
subía las mangas de la camisa y me ponía a idear un plan. Pero siempre
desistía. En el otro banco, el del parque, siempre hablaba de lo mismo con
algún amigo escogido cuidadosamente para el golpe. Luis, un jubilado de Renfe
que estuvo en la CNT, es el escogido. Iconoclasta de nacimiento, Luis tarda
poco en cagarse en los muertos de cualquier político, de cualquier institución,
o de cualquier inspector de hacienda o dogma de fe. A Luis le cabrea mucho lo
que pasa con los bancos y con los deshaucios porque además le han estafado
veinte mil euros con las preferentes y dice que si se manifiesta para pedir lo
que es suyo lo multan, con mil eurazos. Tiene cojones que vivamos gobernados
por unos ladrones, estafadores e hijos de puta -dice. Está que fuma en pipa. Yo
le digo que se calme, que parece Durruti. Él ya tiene controlado el banco donde
cobra la pensión. Cincuenta metros cuadrados escasos, con tres trabajadores,
cuatro si vamos temprano y nos encontramos a la de la limpieza, pero la
plantilla del banco son un director, y dos cajeras.
La cosa se queda, por ahora, en el banco del parque. Somos unos rajaos y unos
cobardicas. Intentamos pensar en otra cosa. Miro hacia el cielo y se me van los
pensamientos en qué nave es más rápida, si el Enterprise o el Halcón Milenario.
Por los auriculares de la radio oigo que alguien ha devuelto un monedero que se
encontró tirado en la calle con cincuenta y seis mil euros. Hay gente que se
merece estos gobernantes.
Pues como no empiece a llover ya, yo no sé
para cuando vamos a encender la lumbre. Cipriano y Jeremías hablan del tiempo
mientras se toman un café solo y una copa de coñac en el hogar del pensionista.
Todos los días empiezan igual para ellos. Son una especie de viejos moteros,
mejor dicho, de “moteros viejos”, que en vez de ir en una Harley por la ruta
66, van en un Vespino LC y una Derbi Variant, respectivamente por las calles
del pueblo. En la parte de atrás de la moto llevan una caja de plástico con
bolsas liadas con guitas finas. Después del desayuno en el bar, se van a ver lo
que hay por esos caminos del Señor entre huertas e invernaderos a ver si llenan
la moto de alcachofas o de lo que encarte que para eso son unos hachas. ¿Tomates?,
tomates, ¿aceitunas?, aceitunas, ¿higos?, higos. Lo que sea, previa puesta al
día de precios en el mercado municipal. Hay que estar informado y levantarse
temprano. Venden la mercancía en la esquina estratégica del puente del río o
del mercadillo en plan ambulante sin parar de moverse. Las motos tienen unos
treinta y cinco años pero están bien conservadas y tuneadas con sus cajas de
plástico, sus parabrisas rayados y sus ruedas de radios. Un día Cipriano fue a
echar gasolina a su Vespino LC, una joya renacentista que todavía funciona.
Cuando fue a tirar de la moto hacia atrás para ponerle la pata de cabra, le dio
al gas con la mano derecha y acabó a cincuenta metros de la gasolinera. La moto
delante y él detrás agarrado al manillar como un hilo a una cometa. Fue como un
rayo. Una estrella fugaz con forma de Vespino. La gente que iba a repostar se
bajaba de los coches, aplaudiendo y riendo creyendo que era una cámara oculta.
Cipriano, el Vespino LC y la caja de berenjenas que llevaba detrás acabaron en una
huerta de coles colindante a la gasolinera. Me cago en la puta reina, se oía a
lo lejos al Cipri. –Que me parece que le he dao a lo que sirve para correr.
Virgensanta qué susto. Su compañero Jeremías que hasta sus cortas entendederas
llegaban a atisbar lo que había pasado, llegaba a sospecharlo pero no terminaba
de creérselo. Estaba aislado en un Jeremias que lo miraba desde su Derbi
Variant, roja como el trueno,con un
ducados en la boca y serio entre la gente que reía.
Tras las sucesivas crisis económicas mundiales
de principios del siglo XXI, España terminó por salir de la Unión Europea y se
cerró al mundo como en tiempos del Imperio de Felipe II. Con el tiempo se
convirtió en Reserva Espiritual de Occidente, en potencia espacial y en la
envidia del mundo.
Centro
Aeroespacial de Sierra Morena (España) año 2084.
Todas las televisiones del mundo
transmitiendo las imágenes del enorme cohete espacial Virgencica 3, cohete-dron
no tripulado, hito de la conquista del espacio y última generación en su clase
que volverá a la Tierra él solito tras dejar al transbordador Trueno Rojo 1,
fuera de la órbita terrestre para el inicio de una misión interplanetaria.
Por
los altavoces se oye… Cinco, cuatro, tres, dos, uno, cero. Ignición, motores a la
máxima potencia, pisa a fondo Paco.
-¿Qué pasa Trueno Rojo 1?
–Qué va a pasar, pues que el Virgencica 3 no
arranca.
-Pero ¿Cómo que no arranca?
–Lo que oyes torre de control. Que los motores
no arrancan. Tiene que ser el motor de arranque o los platinos. Hace como un
ruido.
-¿Cómo que un ruido?, ¿Pero
cómo que el motor de arranque o los platinos?. Vamos a ver Trueno Rojo 1, los
tanques están llenos de nitrógeno líquido hasta arriba.
– ¿A mi que me cuentas? Será un fallo
eléctrico.
-Chequeo completo. Revisar
baterías, placas solares, giróscopos, acumuladores, deflectores, bujías, etc.
Dos horas para cambio meteorológico. Si hoy no despegais la misión se abortará
hasta dentro de dieciocho meses.
-Aquí Trueno Rojo 1 -
Virgencica 3, todo está bien menos la batería del reactor secundario que hay
que cargarla. ¿Tenemos pinzas torre de control?
–Negativo, Trueno Rojo 1.
Una hora después.
-Aquí torre de control. Astronauta
García, astronauta Jaramillo abandonen la nave. Tienen permiso para trasladarse
al transbordador Trueno Rojo 2, para reanudar la misión. Tienen una hora.
- ¿A la Trueno Rojo 2? Pero
si esa nave es de propulsión nuclear.
- ¿Algún problema?
–Sí. Que solo tenemos el
carnet de naves analógicas de propulsión a chorro.
-No importa Trueno Rojo 1,
el mecanismo de arranque es parecido. Las llaves las encontrarán en el cajón de
una mesita que hay al lado del cuadro de mandos. Buena suerte.
El astronauta García y el
astronauta Jaramillo abandonan la nave Trueno Rojo 1 y se adentran por el túnel
de entrada a la rampa de lanzamiento número 25 para pilotar la nave Trueno Rojo
2, sola, porque no necesita ningún cohete-dron para lanzarla al espacio, ya que
es la joya de la corona. Una nave de clase Epiblas de propulsión nuclear
triple. En la mesita de madera que hay junto al cuadro de mandos,
efectivamente, están las llaves de la nave junto a un paquete de clinex. Una
sola llave con un llavero del Banco de Cerebros. La nave arranca a la primera.
La propulsión nuclear es lo que tiene. La única pega es que sus pilotos no
tienen carnet en regla. Las leyes españolas son así. Una bestia metálica con
motores nucleares, placa de vehículo pesado y su pegatina verde de ITV al día.
Tras una protocolaria cuenta atrás la Trueno Rojo 2 se eleva por el cielo raso
de Sierra Morena majestuosa, hacia la conquista de Júpiter, con su rosario de
marfil colgado en el espejo retrovisor, su atrapa-sueños y su foto del Papa
Benedicto XXXVII. El astronauta Jaramillo busca en el bolsillo hermético de su
traje un caramelo Pictolín, mientras el mundo que conocen se pierde bajo sus
pies.
A
las diez y cuarto de la mañana llega a su penúltima parada el autobús 33 que
pasa por la puerta del hospital. El día es soleado con unos agradables quince
grados que hacen que Isabel vea la vida con un poco más de optimismo. Pero solo
un poco. Se sienta por los asientos del final con su hijo Marcos de quince años
y van a urgencias porque el chico se ha puesto un ojo morado. Van en autobús
porque su coche está en el taller y porque no tiene ganas de pagar un taxi,
además lo de Marcos no es a vida o muerte. El ojo morado con un poco de derrame por el pómulo y por la frente, es porque su hijo
llegó a casa y llamó al portero automático pero como había un corte de luz, su
madre le tiró las llaves desde la ventana. Viven en un cuarto piso. Marcos miró
para arriba y lo único que recuerda es oscuridad y dolor. El manojo de llaves bajando a su “libre
albedrío” a ciento cincuenta por hora multiplicaron su peso en proporción
geométrica. Como un obús hacia el ojo del chico. Un puño metálico compuesto por
la llave de la puerta del portal, la llave de la puerta de casa, la llave del
garaje, la llave del trastero, la llave de la casa de la abuela y la llave del
buzón. Ahí estaban todas. Seis llaves como seis miuras, de todos los tamaños
desde la más grande a la más pequeña. Lo gordo llegó cuando detrás de las
llaves vino el llavero que lo remató como un tiro de gracia efectuado con un
martillo pilón. Ese Cristo de Medinaceli de diez centímetros de madera y metal
cayendo a plomo sobre un solo ojo. Cuando lo vieron en el centro de salud lo
vieron demasiado morado y lo derivaron a urgencias, pero como
no había ni una ambulancia han tenido que ir en autobús. Marcos está dolorido,
tiene el ojo como si Mike Tyson hubiera aplaudido sobre él.
El conductor del autobús es un hombre
enjuto como un junco con gafas de sol y masca chicle con la boca abierta. Va
oyendo en la radio las noticias de la mañana y no tiene la mente ni en las
noticias ni en el autobús. Está en un limbo típico de los conductores, igual que cuando miramos el
reloj y luego no sabemos la hora que es.
Hay una mujer mayor que ocupa casi dos
asientos y va pensando en lo que va a cocinar hoy. Viene de caminar, ha ido
andando a un kilómetro de su casa y se viene en autobús porque se ha cansado.
Le duelen las piernas pero el médico le ha dicho que ande por lo de la diabetes
y por la hipertensión. Justo detrás de ella hay dos mujeres jóvenes con dos
colas altas en el pelo y dos moños muy coloridos. Hablan muy fuerte y con
acento barriobajero. -Pues no me llama la Pili mientras estaba haciendome las
uñas y wasseando. Un hombre de mediana edad y con gafas de pasta las mira y
luego mira hacia la calle. Tiene que pensar en la pensión que tiene que pasar a
su mujer y a su hija porque se acaba de divorciar. Trabaja en una empresa de
limpieza en la que gana ochocientos euros con un jefe que es un cabrón
porque lo explota y porque le paga cuando quiere. Hoy es su día de descanso.
Trabaja diez horas al día, seis días a la semana y descansa uno, ya sea lunes o
domingo. Al buen hombre se le saltan las lágrimas de ver que su hija va
creciendo y no puede darle todo lo que quiere. Se fija en un coche que hay
aparcado en doble fila. Ve salir a dos hombres de un banco corriendo con la
cara tapada y se meten en el coche mal aparcado. Salen a toda velocidad,
saltándose todos los semáforos en rojo. El hombre de las gafas que va en el
autobús rebobina su memoria a corto plazo y se da cuenta que acaba de ver unos
atracadores escapando. Piensa que terminará haciendo lo mismo porque no
tiene para pagar las facturas y porque le da igual ir a la cárcel si lo pillan.
Su compañero de trabajo es el único que podría ayudarle pero no está muy
centrado porque todo lo que gana se lo gasta en el puticlub Sandra´s, y tiene
menos cerebro que un mosquito con dos copas. El conductor del autobús estornuda y se le cae el
chicle y las gafas de sol y por poco se lleva por delante una farola, un
policía local y un taxidermista que venía de comprar un juego de bisturís y
quisquillas de Motril en la pescadería.
El frío de siete grados con cielo nublado
de gris plomo y el olor a madera quemada de chimenea, hace que la fase REM mañanera dure varias horas. Por la mañana, muy temprano se suben cinco
personas en un taxi monovolumen de ocho plazas, sinónimo de que es el taxi de
un pueblo alejado de la capital y pasa recogiendo pasajeros por otros tres
pueblos. Siempre que haya plazas de sobra, claro. Suelen ser viajes para
consultas médicas o para papeleos. En el asiento delantero se sienta una mujer
mayor que no para de hablar con el conductor. De las ocho plazas de la Mercedes
Vito hay seis ocupadas. Cinco son gente mayor que va al médico y el conductor.
El taxista se llama Eusebio y lleva treinta años haciendo lo mismo pero tiene
el inconveniente que casi no cabe en el asiento. Su barriga ha adquirido
dimensiones planetarias porque no se cuida y se come casi todo lo que tenga
tres dimensiones. Eusebio come cuando tiene hambre, como Alejandro Magno, dice
él mismo en un intento de lavar su imagen de tragón. Le pille donde le pille.
Hay noches que se desvela, se levanta como un autómata hacia el frigorífico y
coge el taper del cocido de garbanzos que sobró del almuerzo o, en caso de no
haber taper, cualquier longaniza. Le da igual la hora que sea. Eusebio coge el
sueño cuando come. Igual que el sueño que entra en la sobremesa viendo una
película del oeste. Su perdición es la comida y la bebida. La cerveza fresquita
y el whisky con algo, siempre están en su mente como su familia y no se le van
ni con agua fuerte. Su mujer le grita ya directamente que cualquier día le va a
dar algo, que haga el favor, que ya no tiene edad, pero no. Como si le gritara
una china mandarina.
Los
ciento treinta kilómetros que hay desde el pueblo a la ciudad están llenos de
curvas y cualquier día va a tener un disgusto. Como dato, decir queprácticamente el cien por cien de los
pasajeros que lleva cada día, son temerosos de Dios y si pasa algo los va a
pillar a todos en el derrape, rezando. Casi seguro. Así que el taxista ya ha
contado con este dato por si acaso.
Paquita es la mujer que viaja de copiloto,
tiene setenta años y va al médico de los huesos porque está fatal de la artrosis
y de los nervios. La estampa que le ofrece Eusebio con la barriga pegada al
volante y regurgitando cada dos por tres, algo que comió después del desayuno,
no la tranquiliza. Para colmo no deja de mirar con angustia el taxímetro aunque
nunca recuerda que el trayecto del pueblo a la capital vale un precio fijo. Pero
le da igual. El taxímetro la hunde en una angustia patológica.
El pasajero Antonio tiene ochenta años y
va a la ciudad a ver al médico de la próstata porque se mea cada dos por tres. Su
hija Pepa lo acompaña y va a tener que parar el taxi de Eusebio cada media hora
como poco. Antonio le dice a Eusebio que por él, puede correr porque tiene
prisa. Mientras dice eso mira una por una las caras de todos los presentes, con
un ligero tembleque de mandíbula. A su lado se sienta Julio, un hombre de
ochenta y dos años que va al médico de la cabeza como él dice, porque no está
muy bien. Tiene un poco de bipolaridad y republicanismo, reconoce. A veces soy
republicano y a veces monárquico por eso soy bipolar. Julio no está muy bien. Un
día se escapó de casa y lo encontraron en Gibraltar porque quería recuperar el
peñón él solo. Lo sacaron de allí vociferando tacos contra los ingleses.
También va en el taxi escoltado por su hija María. El taxista les recuerda como
si fuera un padre que va a la playa con la familia un domingo por la mañana, que
se abrochen los cinturones que van a despegar. Las mujeres se santiguan.
Eusebio no deja de tener ardores y pone un disco de Nino Bravo. Tararea la
canción “Noelia” y se le saltan las lágrimas. Eusebio es como una enorme esfera
de vainilla embutida dentro de un coche. Está calvo y tiene un exiguo bigote
que mueve cuando se echa a la boca unos conguitos que sus dedos regordetes han
cogido de la guantera. Paquita, la mujer que va a su lado no deja de lanzar
miradas angustiosas al chófer y al taxímetro, alternativamente. Dejadlo que
cante. Callaros, dice Julio el hombre de ochenta y dos años que está un poco
loco. Eusebio mastica mientras conduce. Ahora tararea “América”, de Nino Bravo.
Por la ventana del autobús se ven las
personas muy rápido y en los semáforos en rojo cuando se para, se ven como en
un documental. Un documental de gente corriente. Vemos sus movimientos como en
un safari urbano en el que el observador pasa desapercibido. El que mira, cierra
los ojos para retener una imagen como una foto grabada en la retina. Varias
veces. Varias fotos. Hay una mujer mayor con un carro de la compra parada en un
semáforo. La acompaña un hombre joven que le lleva otras dos bolsas. Hablan de
papá que está un poco pachucho de las rodillas. También hablan del trabajo del
hijo porque le quedan dos meses para que le cumpla el contrato y se le está
poniendo mal cuerpo de pensarlo. Semáforo verde. Cruzan al otro lado de la
calle y se pierden por una callejuela de adoquines.
Un hombre mayor con rebeca de lana marrón
y zapatos sin brillo, pasea un perro pequeño que se ha cagado en medio de la
acera. Una mujer lo mira como si lo escaneara y sigue andando. El hombre la
mira por detrás. Saca una bolsa como el que paga una fianza para salir de la
cárcel y coge la cagada del perro. A pocos metros frente a él unos hombres
encorbatados vienen alegres como tunos y
observan al hombre del perro, divertidos. Vienen de desayunar y vuelven al tajo
en un banco. El hombre del perro los sigue con la mirada y piensa que ojalá
pudiera atracar un banco porque ya está hasta los huevos. Piensa en sus hijos que
han tenido que volver a casa porque se han quedado sin trabajo y sin casa.
Todos viven de su pensión.
Una chica con un mandil negro va por la
acera con un vaso grande de café con leche. Es peluquera tiene veintisiete años
y hoy está contenta porque es viernes. Aunque tenga que trabajar todos los
sábados por la mañana, está alegre. El efecto terapéutico de la cercanía del
fin de semana es un hecho comprobado. Menos en las cajeras de supermercado con
turno de tarde. Turno de sábado por la tarde. Aun así la gente está contenta
los viernes. Es un remedio que la psicología moderna aún no ha tenido en cuenta.
La peluquera está contenta aunque su
tiempo de descanso lo tenga que pasar de pie en la peluquería y tomándose el
café con las clientas. Incluso con la vieja de ochenta años que va todos los
viernes a peinarse y que es una vieja facha. No pasa un viernes sin que se
acuerde de Franco y diga que antes se vivía mucho mejor. Es dueña de un bloque
de pisos todos alquilados, viuda de un médico que murió hace ya cinco lustros y
le dejó el bloque de pisos y un chalé en la playa. Un chalé con jardines y
piscina que compraron en 1965. Tiene dos hijos. La hija vive en Madrid, es
abogada y su hijo vive con ella y administra sus rentas.
El autobús pega un frenazo porque un niño
ha hecho ademán de cruzar la calle pero se ha quedado en la acera y el conductor
se ha cagado en su puta madre mentalmente. Los viajeros se han alborotado. Con
el frenazo, la gente que iba dentro del autobús ha seguido moviéndose a
cuarenta por hora y se ha liado un sin dios. El niño le enseña el dedo corazón
al conductor. El documental se ha convertido en una película de los hermanos
Marx. Un chino hablaba en chino con un hombre que se parecía a Jack Lemmon. La
extraña pareja, qué gran película. Una mujer se ha hecho daño en una rodilla
con la barra del autobús. Una monja se ha presignado porque ha oído el taco que
ha soltado una vieja bajita con gafas y moño, toda vestida de negro y que por
poco se le cae la dentadura. El chino le ha dicho que se calme en chino y la
vieja se ha quedado paralizada unos segundos eternos, agarrada a la barra y con
la rodilla levantada.
Ceferino Rasante tiene un puesto
de cupones, en la esquina de la plaza. Tiene 25,2 dioptrías en el ojo izquierdo
y 27,4 en el ojo derecho. Y subiendo. Si
se pusiera lentillas serían de culo de botella y no podría ni parpadear. Detrás
de sus gafas se ven dos ojillos azules aburridos en una cara de pan, con un bigote
setentero trasnochado. Tiene rostro de estar hecho polvo de la cabeza. Como si
se hubiese pasado toda su juventud dándole al LSD, pero no es el caso. Ceferino
es un hombre de costumbres aseadas y limpias y va hecho un marqués empapado en varón
Dandy. Siempre viste pantalones chinos o de vestir con su raya impecable y perfecta
como hecha por una plancha con tiralíneas. Camisa de manga larga remangada hasta
el antebrazo y desabrochada como un legionario, en invierno y en verano. Es
alarmante verlo en enero enseñando la pelambrera del pecho y el cordón de oro
con la medalla de la Virgen
del Carmen bajo una triste y fría camisa, con cinco o seis grados tiesos de
intemperie. Sin chaqueta ni nada. De lunes a domingo va hecho un San Luis,
gracias a Enriqueta su madre, que aunque ya está muy mayor, le plancha esas
camisas de rayas y esos pantalones a juego. Enriqueta fue maestra de la
promoción del 61. Es una mujer menuda, enérgica y hacendosa que se preocupa mucho
por su hijo para que vaya por la calle hecho un brazo de mar. Viuda desde muy
joven, tuvo que criar a su único hijo sola. Le afectaba mucho que los niños se
rieran de él en el colegio debido al ligero retraso mental que sufre. Ceferino
no tuvo una infancia fácil pero a base de trabajo duro, su madre está
razonablemente orgullosa de él. Nunca fue muy espabilado para casi nada. Sus
pocas lecturas fueron novelas del Coyoye y del oeste de Marcial Lafuente Estefanía.
El solo hecho de oirlo hablar ya pone en alerta al interlocutor más lince
porque a duras penas se le entiende el buenos días o este cupón no está
premiado. Con sus amigos es muy cachondo y no se le entiende nada cuando habla
con ellos porque rie socarronamente y habla a la vez. Lo que dice crece
progresivamente en velocidad y en decibelios y las palabras se precipitan a mucha
velocidad como si se despeñaran por un precipicio. Conversaciones de mujeres y
de fútbol pero parcas en palabras decentemente enlazadas. Soltero de cincuenta
años, aficionado a las putas pero que guarda las formas con su novia homónima
en estilo, en dioptrías y en luces. Una mujer con más cara de catequista madura
que de novia. Por su rictus no se sabe si está llorando o está riendo. No, yo
es que soy asi, dice.
Los cupones que vende Ceferino,
huelen a cigarro More sabor café con un ligero toque de aliento a Soberano y a manos
de dedos amarillos manchados de nicotina y empapados en varón Dandy. Tiene
siempre un pequeño transistor que le hacen las mañanas más llevaderas dentro de
la garita. Ceferino tiene cara de inocente. Cuando tiene el cigarro en la boca
y está solo, tararea un soniquete que solo él entiende, que está entre mi jaca galopa
y corta el viento y Santa Lucía de Miguel Ríos. A veces tararea la canción de
la muerte tenia un precio y se le saltan las lágrimas ensimismado mirando al
horizonte. Ahí es donde se ve cabalgando al atardecer por una pradera
interminable de Oklahoma. Esporádicamente el soniquete sigue con gente con la
que está hablando pero que cuando no le interesa la conversación, desvía un
poco la mirada y desconecta para comenzar la cancioncilla de marras. Lo miran
como diciendo (WTF?), ¿de dónde diablos viene ese ruido?. Es algo parecido a la
radiación de fondo Penzias-Wilson en astronomía. Un ruido de fondo. La gente
oye algo parecido a niiiii-niiiiii-niiiiiiiiiininiiiii, pero muy bajito y se
preguntan ¿pero este tío está bien?. Eso cuando lo descubren, porque entre el
bigotillo, los dientes mordiendo el cigarro y las gafas de culo de vaso es un
artista del tarareo indetectable, porque despista a la gente con su cara.. Un
tarareo inmisericorde que corta en seco cuando pasa alguna señora jamona y otra
vez pone cara de estar cabalgando por alguna pradera de Oklahoma.
El primer día que pisé Torrenueva fue hace
más de treinta años cuando apenas había la mitad de gente que ahora. Había dos
metros de playa y las sombrillas estaban pegadas al paseo marítimo. Es un lugar
que guardas en el corazón desde muy pronto, que recuerdas por el olor a mar y
por el color naranja de los atardeceres. Fue uno de mis sitios favoritos donde
ví el mar por primera vez y donde contribuí a mi afición por los comics ya que
ponían puestos de libros y tebeos como para pasarse las horas muertas mirando y
leyendo. Todavía no había inmigrantes vendiendo pulseras ni camisetas. He
vuelto treinta años después y he descubierto otra ciudad. Torrenueva es muy
kitsch. Es un Hollywood de los 70, salvando las distancias, en el que ves gente
que te suena pero no sabes de qué: Dios
mío ¿dónde he visto yo esa cara?.
El primer día, tras dejar la
“impresionante” autovía inacabada, el calor pegajoso se pega al cuerpo como el
napalm y no sabes como quitártelo. Los semáforos es lo primero que ves de Torrenueva,
esos eternos candidatos al patrimonio turístico nacional, culpables de tantas
opiniones injustas sobre el pueblo. La primera quemadura de sol es en el sempiterno
codo izquierdo sobre la ventanilla abierta del coche. Con la derecha manejo el
volante y las marchas intermitentes incluidos. El apartamento es un oasis de
alivio en un desierto de sombrillas multicolores y arena pegada hasta en el
cielo de la boca y otros sitios insondables. Otra alternativa es la playa de
chinos en la que andas como Chikito de la Calzada sobre una barbacoa. Pinchan
como garfios al rojo. La arena está muy bien para la circulación, dice una
vieja. La arena al rojo más. La empatía con los calamares en salsa americana o
con las sardinas en lata es un ejercicio entretenido a eso de las una de la
tarde sentado en la hamaca cuando has acabado los sudokus y miras a tu
alrededor. Todo el mundo apretaico vivo. A siete coma cinco centímetros escasos
una mujer que habla a gritos, de unos setenta años, come pipas con sus únicos
dos dientes y deja caer las cáscaras en mis sufridos pies. Hasta el final del
cartucho. Ahí es cuando echas de menos el garrote barnizado que tienes en casa.
Cerca de mi cuadrícula como si estuviéramos dibujados en un papel milimetrado, una
pareja de Madrid, con un extraño color lechoso, que no ha salido de debajo de
la sombrilla en toda la mañana, llaman a sus hijos a voces y les dan
instrucciones como si fuesen niños teledirigidos. Gerardooo, Almudenaaaaaa,
venir para acá, meteos en el agua que no os dé una insolacióoon, venid y comed
algo. Gerardooo no tires chinooos. Y todo esto con los niños a medio kilómetro
y con los padres sin moverse de la hamaca. Les falta el mando para dirigir a
los niños para hacer niñomodelismo.
El baño en el mar Mediterráneo es
terapéutico y relajante hasta que a tu alrededor hay más de dos personas y te
pones a pensar en la temperatura del agua y en las caras de alivio de la gente.
No hay que pensar. No pensar.
Las
personas que genéticamente resisten mejor el sol, son las personas mayores. Los
viejos. Se ven dos escalas de colores. La del color rojo y la del color negro.
Hay viejos con un color rosa suave hasta un rojo vivo tipo estrella enana roja.
Y viejos ligeramente grises, tipo nube otoñal, hasta un negro agujero negro. Su
textura es acartonada. Parecen estrellas de Bollywood con sus dentaduras
blanquísimas y perfectas para su edad. Y los hijos y los nietos acojonados
mirando desde debajo de la sombrilla.
Hay días que cuando subes la persiana y te
levantas dices: vaya día más cojonudo de playa vamos a tener hoy. También te
preguntas cómo es posible que la gente se levante a las 6:45 de la mañana para
clavar la sombrilla en la arena y se largue para volver a las doce. Como
ejercicio empírico hay que decir que el noventa y nueve por ciento de los que
hacen esto suelen tener más de sesenta años. Los mismos que ves haciendo
ejercicio en los aparatos de gimnasia que ponen los ayuntamientos en las plazas
y los mismos que ves corriendo sin correr y sin que les dé un infarto porque andan más
rápido que un corredor de maratón pero sin dejar de andar. Que para eso hay que
saber y tener arte.
A eso de las once me voy hacia la playa embadurnado
en cremita con dos hamacas y una sombrilla al hombro. Los críos alrededor y mi
mujer con otros dos bolsos grandes. Parecemos porteadores de las películas de
Tarzán. De los que se caían por el precipicio. Cero coma dos segundos después
de pisar el primer grano de arena empieza una ligera brisa que se convierte en
un temporal de Levante, de Poniente o de la madre que los parió a los dos. Y en
la playa todos locos como en un concierto heavy. Hablando a gritos y
maldiciendo la hora en que olvidaste las gafas anti-ventisca en casa, mientras la
familia se agarra a una palmera, ves personas volando como hojas de otoño,
enganchadas a su sombrilla o hamacas que parecen un toro mecánico con sus
propietarios con las piernas hacia arriba. Un descoque vamos.
Tengo que decir que en el tema tapeo hay
bares que ponen muy buenas tapas pero a mi me tocó el que no. Llegamos dos
personas a eso de la una de la tarde un bar semi desierto. Mala señal. Pedimos
dos tercios de cerveza y el camarero con voz de barítono grita ¡ponme dos
tapas!. Mientras en la tele ponen los entrenamientos de moto GP. Entretenido. A
los diez minutos miro el reloj y pienso: La tapa tarda demasiado eso es buena
señal a lo mejor está terminando de hacer unos callos con garbanzos y tortilla,
una socorrida carne en salsa, o unas sardinicas de espeto. Pobre iluso. A los
quince minutos de aguantar el tercio de cerveza en la mano me doy de cara
contra el muro de hormigón del desengaño. El camarero de antes con la voz de
barítono, viene muy contento, ¿de qué se reiría el payaso?. Trae un plato
minúsculo de salpicón de marisco y dos tenedores. Con más salpicón que marisco.
Una mísera pipirrana con aspiraciones. Ataque de furia asesina y destrucción
total del maldito bar. Tras salir y limpiarme en la camiseta la sangre del camarero,
me voy a otro bar en el que ya si tratan a la gente con respeto.
El
tema de los precios en los pueblos turísticos es algo que los turistas inocentes
deberían calcular antes de ir a un apartamento unos días. Regla fundamental: Comprar
allí lo mínimo imprescindible. Hay que llevar el coche como si fueramos a
Algeciras a coger el ferry a Marruecos. Con los amortiguadores guarníos por el
peso de la carga de medio Mercadona de nuestro barrio. Para muestra esta
experiencia: -Oh una humilde frutería de barrio. Hay que apoyar los pequeños
comercios de barrio. -¿me da este melón? Y me pone también tres o cuatro
melocotones. ¿Cuánto es?. -Ocho con veinticinco euros. Dice el frutero mafioso,
mientras me acuerdo de su familia. Repito. Un melón y cuatro melocotones, 8
coma 25 euros. Tienen la jeta de estar abiertos hasta las doce de la noche. Y
no es una frutería china.
La noche es un desfile por el paseo
marítimo viendo los puestos de pulseras, punteros laser y heladerías. El poyete
del paseo se llena de familias que comen helado como autómatas bronceados
mientras ven a la gente pasear como el que ve la tele. Hay modelitos de todas
las clases. Para bien y para mal.
Los
edificios suelen ser más altos que en la ciudad, bloques de trece pisos en un
pueblo que en invierno está casi desierto. A Torrenueva la llaman la playa de
los pobres, o de los currantes, aunque hay de todo. Debería llamarse la playa
de los jubilados o Mini-Benidorm, incluso. Salvando distancias. No tiene el
pijerío de Almuñécar eso sí. Torrenueva es una conexión entre el pasado y el
presente de los veraneos familiares de paella de domingo. Es un grato recuerdo
de juegos de playa y tardes de polos. Es un déja-vu contínuo que aunque nunca
hayas estado crees que has estado. Es lo que de niño te llevabas cuando
regresabas a tu casa y te dormías en el coche y te seguían meciendo las olas. Y
eras feliz.
Ser camarero de cafetería no es lo mismo
que ser camarero de banquetes o de bar de tapas por ejemplo. Significa tener
una paciencia de chino y unos nervios de acero para aguantar a los que te piden
un cortao de mil quinientas veintisiete formas diferentes. Para el espectáculo
hay que apostarse en una esquina de la barra y disimulando desplegar la
parabólica. Desde los que piden un cortao y te quedas esperando lo que viene
detrás, pero no viene nada. De las pocas personas que piden un cortao sin más.
Sorprendente. Lo normal sería: Un cortao largo de café, o bien un cortao corto
de café. A partir de aquí empieza el festival: Un cortao largo de café con
leche fría de la nevera, un cortao corto de café con una cucharada pequeña de
leche condensada. Hay gente que despliega sus dotes de mimo: un cortado largo
de café con leche del tiempo, pero poquita, poniendo los dedos índice y pulgar
para indicar “poquita”. Una vez llegó uno y dijo “usted haga un café y no tire
el marro…con él me hace un cortao largo de café con leche fría semidesnatada. Y
se paró el tiempo. Los parroquianos mirando de reojo. Ni el vuelo de una mosca
se oía. La virgen qué cosas. Un poco más tarde llegó un hombre con traje y
corbata y dijo que quería un cortao corto de café con leche caliente…entera, la
leche… y me la trae en una jarrita que ya me la pondré yo. Gracias. También
llegó el de las dudas: Uno largo de café con leche fría, -¿desnatada? Dijo el
camarero. –No, bueno sí. –Mejor no, corto de café y largo de leche. -¿entera?,
-sssí..no! no!, mejor condensada. Luego llegó la macarrónica, un cortao largo
de café con descafeinado de máquina y leche semidesnatada del tiempo. El camarero
ya empezó con el tic en el ojo izquierdo. El repetidor, un cortao corto de café
con agua y leche condensada, ¿se lo digo otra vez? Un cortao corto de
café…Posteriormente llegó el caprichoso: con espuma tipo capuchino por favor.
El antropológico…un manchao! –perdon? –un cortao con muy poquita leche, en mi
pueblo los llamamos asín. El del pueblo…Un trifásico, un cortaito con anís,
nene. Los misteriosos en los que el camarero se implica mucho:
-Un cortadito,
-¿normal? ¿largo de café?, ¿con poca
leche?¿con mucha?
- Un cortado le digo. El
hombre mira al camarero con los ojos muy abiertos.
Los
de la tacita: un cortao corto de café con leche fría pero en tacita.
Los
del vasito: -un cortao largo de café con leche semi caliente y en vaso.
--Como
un café con leche largo. Anda que los que llegan con la lista de la peluquería
de al lado: --seis cortados, un corto, tres largos, dos con agua, uno
descafeinado, tres con leche condensada, un trifásico y un bollo. Y remata la
peluquera –Ay que cansada estoy. Ayer salí ¿sabes?. Acto seguido compruebo que
el camarero en vez de echarse a llorar en la máquina empieza a montar el
altarico… -dos con agua, un descafeinado, -Pepe vete poniendo los azucarillos.
La verdad es que hay camareros que con esa retentiva deberían trabajar de
controladores aéreos o de astronautas, como mínimo. En casa hacemos el
experimento y que alguien nos diga una comanda y cuando la estemos haciendo que
nos digan otra diferente. No acertamos ni en el color de la leche. Solo decimos
–oído nene. Nervios de acero, autocontrol y pensar como Bruce Lee, es lo que se
necesita (-Like a water, like a teapot) para no acabar repartiendo
guantazos…uno corto de café con una nube de leche, pero vista y no vista… unas
gotas eh?... ¿tiene leche en polvo?, hay una francesa muy rica. Y el último:
Largo de café con descafeinao de máquina con espuma y leche semidesnatada del
tiempo y con sacarina por favor. Aséptico el hombre. Estoico el camarero.
Decía
con muy buen criterio, Pablo Picasso que “un pintor es un hombre que pinta lo
que vende y un artista, en cambio, es un hombre que vende lo que pinta”. Por eso
existen algunas ferias de arte. Lamentablemente vivimos en un tiempo que de
tanto reciclar, reciclamos de manera inmisericorde el razonamiento de las cosas
hasta convertirlo en serrín. Materia prima muy abundante en nuestro país y primer
exportador a nivel mundial. Me huelo que alguien que no comulgue mucho con
alguna que otra vanguardia artística del siglo pasado o de este, sea tachado de
abuelete cebolleta. Me temo que sea despojado de las pocas pero dignas
vestiduras de juicio artístico que tenga y se le destierre al descrédito más
absoluto en cuanto opine sobre arte. Si criticas lo abstracto o lo figurativo,
es que no sabes de arte. Eres
un cero a la izquierda artística del arte. Vamos a ver. Joyas literarias
de críticos de arte como: “La tela está totalmente cubierta de color en
expresión estilística de un absoluto horror
vacui”, sobre un cuadro de Pollock de 2,69 x 5,30 metros. Que se dice pronto. El consagrado
Pollock. El aspecto del cuadro parece una tela a la que le han cagado todas las
palomas de Madrid y de Barcelona juntas en una fiesta palomera. Eso vale diez o
veinte millones de euros, no sé su precio pero por ahí andará. Una vez dicho
esto se me arrojará al foso de los leones de la intelectualidad artística (risas)
del país, porque creo que hay mucho
fraude y mucho timo enquistado en el arte desde finales del XIX hasta hoy. Es
lo que pienso. A partir de aquí te tachan de facilón, de demagogo y de previsible,
para arriba. Como una cosa no entre por los ojos y la critiques eres un
populista inculto y cavernícola. Un zote del arte. La realidad es que hay más
pintores abstractos y figurativos que perros descalzos. Desde mucho antes de la
crisis por si suena la flauta y algún millonario ventoleras les compra la obra
por un buen precio. Y el autor seguirá sin saber dibujar una O con un canuto,
toda su perra vida. ¡Ah la picaresca!. ese menester patrio tan antiguo y rancio
como una ramera vieja. Pongámonos migajas en la ropa para que vean que hemos
comido aunque nada tengamos, que hidalgos somos y hay que parecerlo. Apuesto mi
mano derecha y no la pierdo, a que muchos de estos nuevos artistas, ni-nis
tardíos, benjamines bisoños del arte de la estética y la coquetería de
instituto, no saben ni lo que significa la palabra “figurativo”. Y con cuarenta
y tantos largos.
La feria de arte ARCO que acaba de celebrarse
en Madrid es un circo más grande que el de los payasos de la tele. Que no
andarán muy lejos. Los payasos del arte, digo. El incauto espectador que espere
encontrar algo que tenga que ver con el arte, yerra de pleno. Allí podemos ver
desde una caja rota de madera de verdulería, de los 80 eso sí, si no, no vale, tirada en medio del suelo, también una bolsa
llena de basura con su espacio vital y todo o una habitación vacía con el único
arte de un agujero a modo de ratonera en un rincón. El alma se te cae al suelo
y no la vuelves a ver. Si hablamos de
las “performances” hablamos ya de belenes vivientes. Y la gente se queda
mirando como cuando ve una película de Isabel Coixet que al terminar la sesión miras
al de al lado y te ríes y luego te lamentas en silencio mirando al cielo. No
quiero ni pensar lo que esta bazofia le cuesta al contribuyente que si no,
habría guantazos. Cambiaría la R de ARCO por una S con los ojos cerrados y
gratis.
El artista madrileño Eduardo Arroyo dijo hace
tiempo que las críticas a Arco “van a arreciar” mientras no disponga de una
“independencia” y “unas reglas de juego claras”. Confirmó que el certamen no
debe caer “ni en el falso vanguardismo ni en la arrogancia” porque “pueden
producirse disidencias”. La homóloga de ARCO en París (FIAC), ya tiene una feria paralela y disidente, Art
Paris, por culpa de lo mismo que pasa en ARCO. Feria mercantilista con una
forma rara de “cómo se hacen y cómo se nombran los jurados” según Arroyo. Seguimos
igual en el diagnóstico y en el tratamiento. Todo vale en la cueva de los
mercaderes con tal de vender. Me arriesgo a que me pongan el traje espinoso de
la incultura artística más cerril porque no te gusta Jackson Pollock. Que por
lo visto se abstraía mucho y liaba unos follones impresionantes cada vez que
pintaba un cuadro. Sus emuladores de ahora también la lían parda a la hora de
abstraerse y levitar, pero sin quitarse el euro de la cabeza y así les sale.
Por eso se pilla antes a un mentiroso que a un cojo. Yo no es que sepa mucho
sobre arte ni sobre casi nada, pero el año que viene en ARCO me temo que nos
darán más patadas en la cara. Más patadas a nuestra vergüenza llena de
remiendos y de costurones. Que el Señor nos coja con el estómago vacío por si
hay que potar y con suerte alguien nos compra la performance.
Hace poco vi la última película de Spiderman y
sinceramente no me gustó. El verdadero Spiderman soy yo. Lo que pasa es que con
los tebeos y el cine se han exagerado mucho las cosas. Yo no había nacido
cuando Stan Lee sacó el primer tebeo del hombre araña, allá por el 62, lo
reconozco. Cuando me picó la araña radiactiva yo tenía veinte años. Al
principio no sabía qué hacer pero busqué el teléfono del “padre” de Spiderman,
Stan Lee y tras muchos rompimientos de sesera, lo llamé y se lo dije. Mira Stan
me pasa esto, y me dijo que estaba loco de los nervios, pero nos vimos. El
viaje a Nueva York con la familia fue muy bonito. Menos mal que no lo pagué yo,
gracias al video que le mandé con mis poderes. La estatua de la libertad es más
pequeña y más verde de lo que yo creía. Mi entrevista con Stan, fue en la
cafetería en la que no tenían café, solo había whisky. Después de una
accidentada demostración en vivo de mis superpoderes por los rascacielos de Nueva
York, le dije que el mejor Spiderman lo dibujó Steve Ditko seguido de John
Romita pero también le dije que lo iba a denunciar porque el hombre araña soy
yo y tengo los mismos poderes o más que el de la película. Me parto los piños
de verdad, así que quería mi parte del pastel. Todo esto acojonado no por el
viejo Stan, que tenía setenta tacos cuando nos vimos sino por el armario
empotrao de su guardaespaldas que no me quitaba ojo. Me dijo que aceptaba pero
con la condición de llamarme Peter Parker y dejar de llamarme Jose Miguel. A mi
madre no le va a gustar, le dije. Pero firmé. De esto hace ya veinte años. Imaginemos
un hombre de veinte años con superpoderes por todo el cuerpo pecador de la
pradera. Por todo. El protagonista de la última película del hombre araña es un
tipo que parece sacado de un campo de concentración. Su tia May o lo tiene a
dieta o el tio no es de mucho comer. Cuando la araña me picó no fue en ningún
laboratorio raro de experimentos ultrasecretos de ninguna empresa privada
financiada por un millonario bipolar. ¿Se imagina alguien a científicos
españoles experimentando con arañas?, ¿o experimentando con nanotecnología?, ¿o
experimentando simplemente?. Ni con arañas ni con mariquitas. Aquí no se
invierte ni en el boli bic que escribe la I de la I+D+I. Así la fuga de
cerebros es como un sarampión mal curado, que te rascas una roncha y te están
picando ya cinco en las antípodas. El día del picotazo fue todo muy rápido.
Recuerdo que sucedió un lunes a eso de las siete de la mañana, antes de ir a mi
trabajo eventual. Al sacar el vaso de colacao del microondas ¡zás!, sentí un
pinchazo en la palma de la mano. La araña murió de un pisotón pero murió
picando. En el trabajo empecé a sentirme mal. Me dolía la cabeza y todo fue
como lo que pasa en la peli. Calcado. Al llegar a mi casa no encontré las
llaves y el dedo se me quedó pegado al timbre. Cuando me resbalé en la ducha y
me salvé de un costalazo letal con una postura del Circo del Sol, empecé a
preocuparme. Eso fue hace veinte años. Cuando me pasó todo esto, pesaba quince
kilos menos. No soy americano. Para eso de los kilos los americanos son muy
radicales o no engordan ni en un bufet libre de cinco comidas diarias, o están
como planetas. No hay término medio. En esa época iba en bici, corría, tenía un
trabajo eventual, iba al gimnasio, etc. Cuando veo al hombre araña americano
hacer el pino en el filo de la azotea de un rascacielos, me llevo las manos a
la cabeza y me entra un cosquilleo que me doblo. La última vez que hice eso fue
en el tejado del ayuntamiento de mi pueblo ya como hombre araña autóctono.
Perdí pie y me quedé colgado de las manecillas del reloj como Harold Lloyd. La
gente miraba para arriba. Yo oía con mis superpoderes hasta lo que pensaban.
Comentarios como, está loco se va a matar, o es que van a arreglar el reloj o,
tengo que comprar el pan y un kilo jureles. Pero nadie dijo nada de ayudar al
pobre muchacho que estaba colgado del reloj. Todo esto con un pijama rojo y
azul de Spiderman claro, pero más chungo. En realidad eran unas mallas de
running y un pasamontañas. Con el tiempo decidí prescindir del traje y todo ese
rollo de héroe enmascarado y decidí ir de incógnito. Mimetizarme con el
entorno. Cerveza y tapas de vez en cuando para despistar. Ser un transeúnte
más. Un transeúnte con superpoderes. Un Spiderman secreta.
Cuando eres un superhéroe estás muy solo y
como no hay un sindicato o un bar de superhéroes donde hablar de nuestras
cosas, tienes un inmenso mundo interior. Mi psicoanalista se coge unas palomitas
y una cerveza cuando me está atendiendo. El tema de la gordura es la normal en
una persona normal, aunque yo no sea normal. Lo que pasa que a mi estos
superpoderes me dan mucha hambre. Es una reacción interna. Un mecanismo de
defensa. No se si es por la producción de la tela de araña que me sale de las
muñecas o por el entrenamiento. Entrenar
no entreno mucho. Lo típico en un hombre de mediana edad con mi físico. Lo que
pasa es que si me pusiera a entrenar en serio se descubriría todo el pastel y
eso es algo que un superhéroe tiene que llevar a rajatabla. El anonimato. Mi
mujer no sabe nada pero se huele algo. Aquella vez que se le iba a caer la
tarta de cumpleaños cuando resbaló y la cogí a ella, a la tarta, a la bandeja y
a la botella de fanta con los vasos sin que nada tocara el suelo, me miró raro.
Ahora no tengo la agilidad de antes. El Spiderman de los tebeos no envejece el muy
cabrón. Hay superpoderes que hacen que no envejezcas pero yo si envejezco,
aunque más lentamente. Tienes cuarenta y aparentas treinta y nueve. Es un
proceso más lento. Además aunque tengas superpoderes te vuelves un
hipocondríaco con la edad y al mínimo dolor ya estás en el médico. Cuando estás
en la consulta don Ramón te dice con una sonrisa socarrona ¿pero otra vez por
aquí?. Este es el pago por pasarme la infancia y la juventud leyendo tebeos de
la Marvel. El caso es que la gente todavía ve las películas de Spiderman y
sigue leyendo tebeos y viendo dibujos animados de superhéroes. Algo es algo. Y
sé de buena tinta que hay más superhéroes ahí fuera. Pero eso solo lo sé yo.
Las legumbres se dividían
pulcras y ordenadas como para pasar revista, en grandes canastos de esparto y
cestos de mimbre. Garbanzos marciales, lentejas férreas y responsables y habichuelas
desvencijadas. Los bacalaos colgaban del techo secos como la mojama, chacinas
ilustres y algún que otro jamón. Quesos como ruedas macizas y morcillas recién
hechas de la matanza, salchichones y longanizas. En un aparador había tres
bandejas grandes y redondas como tres soles repletos de arenques en aceite y un
espejo milagroso encima que multiplicaba lo que veías como si fueran panes y
peces. Algún tonel de vino y botellas de vidrio repletas de leche. De las de
traeme el casco. Anís y coñac y mantecados en Navidad. Casi todas las dueñas de
ultramarinos se llamaban María. Tenía los ojos pequeños sobre grandes ojeras en
una cara blanquecina de poco sol. Sobre un jersey de lana gris tenía un mandil
gastado de tela de cuadritos verdes. Siempre un lápiz afilado a cuchillo en la
oreja derecha y unas manos que sumaban más rápido que el rayo sobre un
mostrador de madera tan vieja y sabia como las vigas del techo. El peso Mobba
de esos con pesas de un sistema métrico casi olvidado y exacto que lo mismo pesaba
kilos de tiempo que kilos de guisantes. Fideos a granel, patatas a granel, días
a granel. Sacos de alubias y habas secas para las madres ytigretones y bucanerospara los niños. Y los cromos de los danones
de la abeja Maya y de don Quijote. La primera vez que supe de las pizzas,
cuando María le dijo a mi madre: Llévate esto que es como una torta y le pones
lo que quieras y la metes en el horno. La primera pizza de la historia que
entró en mi casa acabó un poco accidentada. La segunda salió mejor. Y los
primeros espaghettis que ví. Olor a granero, a sal, a aceite y a cosas en
conserva. Tomillo, romero y pimentón el Avión. Un niño de puntillas para ver si
detrás del mostrador había mar y chocolate o ambas cosas. Siempre luz sepia de
pocos watios derramada como líquida hasta el último rincón. Un cuarto kilo de
café y medio de galletas también María. La cortina de tubitos de colores era la
frontera. Dividía el mundo real de un mundo de olores metidos en papel de
estraza y suelo ajedrezado salpicado de granos de maíz. También había un gato
despistado con la mirada fija en el niño con gafas y pantalones de pana con rodilleras
de escay.
El
Papa Benedicto XVI, en su afán de protagonismo dogmático se ha acostumbrado a
que la gente se crea al dedillo todo lo que dice.Según el santo pontífice aparte de que en el
portal de Belén no había ni mula ni buey, ha dicho también que los reyes magos
no eran de oriente, sino de occidente. Del tope del occidente que se conocía
hace dos mil años. De la mismísima Bética o de Tarsis en Huelva. Lo ha dicho en
su último best-seller. Me imagino a esos tres hombres no cualificados, el día
que les tocó hacer el viaje a Belén. Porque antes de irse estaban en el paro.
¿Que no?.
Sevilla 8:45 de la mañana. Hola ¿cómo os
llamais?, yo me llamo Melchor. Yo soy Gaspar y yo Baltasar. Tu no eres de aquí.
No. Soy inmigrante subsahariano de Senegal. Pues yo soy del mismo Cai, del
barrio de la Viña. Y yo de Dos Hermanas, dice Gaspar mirando el vestíbulo de la
multinacional donde les han citado en Sevilla. Por la megafonía se oye una voz
femenina: Señores Melchor, Gaspar y Baltasar vayan a la oficina 1, les está
esperando el señor, Zanchez. Hola buenas que nos han dicho en Adecco que
viniéramos aquí porque este trabajo está muy bien pagao. El señor Zanchez, con Z, lleva veinte años en
Gobierno Divino S.A. acaba de escribir algo en un pergamino con una pluma de
ganso y raudo y veloz se lo ha llevado un mensajero de la agencia de mensajería
Seur Tartessos. Les hemos citado aquí, dice el señor Zanchez con Z, para que
realicen un trabajo en el extranjero muy bien pagado por cierto. ¿En Germania?
Dice Melchor alarmado, porque mi cuñao se ha tirao allí seis meses y se ha
tenío que venir más pronto que deprisa porque ya está todo mu trillao. No
caballeros, dice Zanchez con Z. En Palestina, pero no se asusten que está muy
bien pagao y por la seguridad no se preocupen tampoco. Por mí vale, dice
Baltasar, yo estoy ya harto del top manta y de vender paquetes de pañuelos a
los carruajes de los caminos. Por mi también vale, dice Gaspar, yo llevo tres
años en el paro y con tres churumbeles, así que pisha, dónde hay que firmar.
Melchor los mira con los ojos muy abiertos y dice: donde hay dos carajotes
puede haber tres asin que vamos ande sea. El señor Zanchez con Z, pasa a
explicarles la operación. Ni que decir tiene o por si no lo saben que nuestra
empresa trabaja para el Gobierno y lo representamos allí donde haga falta.
Ustedes representarán a los reyes de Tartessos, ante la imposibilidad de que
viajen ellos en persona por razones de Estado. Les explico. José es un jubilado
de nuestra empresa que nos ha hecho durante más de treinta años todos los
trabajos de carpintería, entre ellos el harén de Tarsis es obra suya. Ahora se
jubila, y queremos hacerle un regalo por el nacimiento de su hijo y por su
jubilación. José vive en Palestina,
donde teneis que ir. Los tres candidatos se miran con sorpresa. Ya he hablao yo
con Adecco y se os pagará un 50% ahora y el otro 50% a la vuelta. Teneis todo
tipo de apoyo logístico y de personal para tan largo viaje. Los regalos que
teneis que llevar son tres cofres con oro, incienso y mirra. Otra cosa. A José
le gusta el ilusionismo así que también le vais a llevar un juego de magia
Borrás, pero antes de dárselo le haréis dos o tres trucos para impresionarlo.
Nuestro monitor de magia les enseñarán los trucos. Si hacen bien este trabajo,
después pasarán a fijos discontínuos con nosotros. Buena suerte caballeros.
Gracias señor Zanchez.
Una
vez en camino, Melchor Expósito, soltero, 45 años del barrio de la Viña de
Cádiz, Gaspar Cogolludo, de Dos Hermanas, 39 años, casado y con tres hijos y
Baltasar N´Dour 35 años casado y con un hijo en Dakar, Senegal, salen de
Sevilla con una comitiva de diez mulas y tres camellos. Los acompañan una
patrulla de lanceros tartessos hasta la desembocadura del Guadalquivir donde
embarcarán en una trirreme que los llevará hasta el puerto de Tiro en Fenicia.
Seguirán ruta hasta Nazaret en Galilea donde se supone que vive el tal José. Luego
se llevarán la sorpresa de que la familia no está allí y tendrán que buscarlos
si quieren cobrar, aunque sea por medio de una ETT. Ya dentro del barco los tres compadres y todo
el séquito se acomodan como pueden. Entre tanto remero y tanto animal aquello
parece el arca de Noé. Me pellizco y no me lo creo quillo, dice Melchor, yo
estoy aquí porque no encuentro na de na. Ni de pintor de cariátides joé. Lo que
pasa es que el bicho este del barco me marea un poco. No preocuparte, dice
Baltasar, yo vine en patera y ya acostumbrado. Melchor está ensimismado como
soñando despierto. Lavin pisha que braguetaso hemos dao. Cuatrosientos sincuenta
sestersios ahora y otros cuatrosientos sincuenta cuando vengamos. Cazi ná al
aparato. Eso si espero estar de vuelta para antes del carnaval quillo. Mi amigo
Nicolás también lo llamaron de otra ETT para trabajar en algo parecido.
Repartir también mogollón de regalos y eso. Algo parecido a lo nuestro solo que
él tenía que hacer el trabajo solo, con un disfraz rojo y en turno de noche. Tenía
que ir solo y además estaba gordo como una camella preñada, no sé cómo pudo
terminar el trabajo.
Nazaret, 11:35 de la mañana. La caravana
llega a la ciudad un poco azorados y polvorientos por el viaje desde tierras
tan lejanas. Un día normal en una ciudad con mercado y gente que va arriba y
abajo. Le preguntan estérilmente a un hombre con turbante que les contesta si
quieren una alfombra de Mesopotamia buena, bonita y barata insistentemente como
unas veinticinco veces. Gaspar lo mira y le dice que es más pesao que un
acreedor argentino. Después le preguntan a una mujer que vendía licor de coco ¿José
el carpintero? Sí, ahí al lado está su carpintería pero salió hace unos días
hacia Judea, con su esposa embarazada, iban en una burra. En la carpintería
cerrada a cal y canto había un letrero de “Se alquila este local”. Era una
construcción de adobe no muy grande, de unos cien metros cuadrados rodeado de
casitas bajas y alguna que otra palmera. Los tres reyes magos se miran con los
ojos muy abiertos ¿qué hacemos quillo?, dice Gaspar. Yo que zé qué vamos a
hacer habrá que zeguir pa donde zea zi no ya zabeis ustedes. Baltasar dice que
ese sitio le recuerda un poco a su tierra pero que él quiere seguir hasta
encontrar a José y entregarle su regalo de jubilación. En eso que Melchor le
sigue dando vueltas a que este José tiene que ser algo más que carpintero
porque la que han liao para entregar un regalo de jubilación no es normal. Que
con un reloj de oro enviado por Speed Tartessos hubiera bastao. Pero tenemos
que ir tres tios como tres castillos a entregar tres cofrecitos con oro,
incienso y mirra. No lo veo normal. ¿Quillo para qué querrán el incienso y la mirra?
Pues pa qué va a ser, porque por aquí no escasea y es pa echárselo a los
guisos. Pero si no es por José. Es para que veais el poder que tiene una
multinacional, dice Melchor con cara de admiración.
Tres días de camino y tres tormentas de
arena después salen de Betania y se dirigen a Belén, la última ciudad antes de entrar
en el desierto de Judea. ¿Estais seguros que estamos en el buen camino?. Según
el guía Barrabás están en el camino correcto. La noche cae sobre la comitiva de
los tres reyes. En el cielo estrellado aparece un resplandor inesperado. Una
luz que raya el cielo lentamente y que poco a poco les hace mirar hacia arriba
y seguir su rastro. Qué es eso, qué es eso, grita Baltasar desesperado y con
los ojos muy abiertos. Joer pisha no me acordaba, dice Gaspar. Baltasar está
mirando el cielo asustado como si hubiera visto al mismísimo demonio. Eso es el
cometa Halley, prosigue Gaspar. Me lo dijo mi Manolito que le gusta la
astronomía y le hemos comprao un telescopio. Sin darse cuenta entran en Belén
que es una pequeña aldea, y ven una fogata bajo un dintel rocoso, cerca hay dos
mulas y dos bueyes descansando en el suelo.Allí preguntan a un hombre de unos cuarenta años con barba canosa y
túnica marrón. Me llamo José hijo de Jacob. Carpintero de profesión. Bieeeeeeeeeen.
Todos estallaron al encontrar a José. Venimos en representación de los reyes
Tartessos y de la empresa Gobierno Divino S.A. ¿Gobierno Divino S.A.? pero si
yo trabajé en esa empresa más de treinta años. Les hice el harén de Tarsis
entre otras cosas. Nos han mandado para
hacerle unos regalos por su jubilación y por el nacimiento de su hijo, dice
Melchor mientras mezcla una baraja de cartas. Elija una carta José, que le voy
a hacer un truco de magia. Detrás de Melchor está Gaspar ensayando otro truco de
magia con Baltasar, pero maldicen la hora en que aprendieron a hacer trucos de
magia porque no les sale ni uno. Después de la magia se acercan a ver a una
mujer que había unos metros detrás. María, la mujer de José, de unos veinte
años, guapísima y con el pelo rubio oculto tras un turbante azul, estaba
sentada con un bebé en sus brazos. Menuda gachí dice Baltasar por lo bajini.
¿Cómo se llama el niño? -Vanessa. Melchor, Gaspar y Baltasar se miran y se
cuestionan si se habrán equivocado, se cuestionan si el viaje habrá servido
para algo y sobre todo si les pagarán los cuatrocientos cincuenta sestercios
que les deben. ¿Seguro que se llama Vanessa?. Pero si nos dijeron que iba a ser
niño. Y a nosotros, pero se ve que no tenemos esos adelantos todavía, dice la
mujer resignada. ¿Ahora como busco yo al ángel que nos dijo que iba a ser niño
y que le pusiéramos por nombre Jesús?, porque si me lo echo a la cara le meto
dos guantás que se acuerda de mí. Con el montón de ropica de niño que tenemos
ya comprá. Un par de pastores que pasan por ahí miran la escena mientras llevan
el rebaño al establo y muy educados dicen buenas noches.