lunes, 9 de diciembre de 2013

LAS MUSAS Y EL HALCÓN MILENARIO


“De pequeño siempre quise tener un perro pero mis padres eran pobres y solo pudieron comprarme una hormiga”     

                                            Woody Allen

     Salir de una enfermedad aunque sea pequeña es salir de un túnel de tamaño anatómico reptando como un gusano. Es duro. Cuando decidí dar forma a una determinada idea estaba saliendo de una bronquitis que por poco se convierte en asma. ¿Cuándo me he visto yo con un inhalador?. Prácticamente todo lo inhalaba hasta el aire que respiraba. Por esa época no tenía un céntimo –y sigo sin tenerlo- y hacía tres años que me había quedado en paro. La verdad es que las crisis no perdonan, son monstruos sin memoria que aplastan a la gente. Después de llevar a los niños al colegio, hacer las camas, limpiar y cocinar, el poco tiempo que me quedaba era para escribir, en casa o donde me pillara. En la calle se pillan muchas enfermedades, miasmas, incluso ideas observando a la gente. Uniéndolo todo intentas crear algo legible. Como dice un escritor consagrado, la realidad es la materia prima con la que se hace la literatura. Indudablemente que la enfermedad del folio en blanco también me asaltaba para llevarme al infierno de la nada y al vacio creativo, pero las musas volvían. Renqueantes pero volvían. Solo quiero escribir pero cuando más lo deseo más difícil es. Me ponía a pensar en esos escritores, ya en la Arcadia, con despacho, secretaria y películas basadas en sus libros y se me venía el mundo encima. Es como lo que estaba viviendo en ese momento pero al revés. Qué sensación de aplastamiento más grande. Lo mismo que cuando estás en el dique seco y vas llamando a una puerta detrás de otra y todas se te cierran como por una inercia que no has provocado y de la que es muy difícil bajarse en marcha. Ya le llamaremos. En la televisión banqueros y políticos a mansalva amasando fortunas en A, en B o en cualquier letra del abecedario, ambiciosos hasta la nausea y que no les importa mentir a la gente con tal de seguir robando y cobrando sus sueldos durante el mayor tiempo que sea posible sin dimitir. Hay que cotizar. Yo mientras tanto, pensaba en asaltar un mercadona o un banco. Dios mío, estuve a punto de seguir a un hombre con barba apostólica y con aire de santo que asaltaba mercadonas. Me decidí por lo segundo. La cabra tira al monte. La musa atracadora de bancos se me aparecía, todas las noches a eso de las tres menos cuarto la muy cabrona. Después del susto y de preguntarle si no tenía reloj, me calentaba la olla con lo del banco y lo del atraco y que después de analizar las diferentes opciones, era lo mejor para mi.  Por la mañana me subía las mangas de la camisa y me ponía a idear un plan. Pero siempre desistía. En el otro banco, el del parque, siempre hablaba de lo mismo con algún amigo escogido cuidadosamente para el golpe. Luis, un jubilado de Renfe que estuvo en la CNT, es el escogido. Iconoclasta de nacimiento, Luis tarda poco en cagarse en los muertos de cualquier político, de cualquier institución, o de cualquier inspector de hacienda o dogma de fe. A Luis le cabrea mucho lo que pasa con los bancos y con los deshaucios porque además le han estafado veinte mil euros con las preferentes y dice que si se manifiesta para pedir lo que es suyo lo multan, con mil eurazos. Tiene cojones que vivamos gobernados por unos ladrones, estafadores e hijos de puta -dice. Está que fuma en pipa. Yo le digo que se calme, que parece Durruti. Él ya tiene controlado el banco donde cobra la pensión. Cincuenta metros cuadrados escasos, con tres trabajadores, cuatro si vamos temprano y nos encontramos a la de la limpieza, pero la plantilla del banco son un director, y dos cajeras.  La cosa se queda, por ahora, en el banco del parque. Somos unos rajaos y unos cobardicas. Intentamos pensar en otra cosa. Miro hacia el cielo y se me van los pensamientos en qué nave es más rápida, si el Enterprise o el Halcón Milenario. Por los auriculares de la radio oigo que alguien ha devuelto un monedero que se encontró tirado en la calle con cincuenta y seis mil euros. Hay gente que se merece estos gobernantes.


                                                         Jose Miguel Casado ©