domingo, 23 de diciembre de 2012

Maricruz final feliz



 

     Días después de la muerte de su padre, a Maricruz le vino el don de predecir el pasado cuando hablaba con su prima en la cafetería. Prima, entre nosotras. Tu has tenido un amante hace poco ¿no?. ¿Ayer a eso de las cuatro y media más o menos?. Lo recuerda como si le hubiera pasado ayer y hace ya diez años. Diez años que se fue su padre y diez años que su prima no le habla desde que se le cortó el café con leche y se fue de aquella cafetería. Maricruz era una de esas mujeres que salía en la tele a horas intempestivas echando las cartas del tarot. Bueno, ya no trabaja en la tele ahora trabaja en la cocina de un restaurante.  Si es que cuando no se dicen las cosas claras se embarulla todo. Resulta que era una pitonisa rara avis, porque en vez de leer el futuro, Maricruz leía el pasado. A su último cliente le dijo que había tenido una culebrina y que tenía ladillas. El hombre se puso como una furia. Oiga que yo no he llamado para que me diga el pasado. Es lo que las cartas me dicen. ¿Y no le dicen nada más?. No. Bueno sí pero es que ayer afanó unos pasteles de chocolate en el Mercadona. De los que hay que pesar en la báscula en una bolsa. Oiga póngame con su jefe, dijo el hombre, que quiero poner unas hojas de reclamaciones. Mi jefe está dormido ahora, caballero. Son las tres de la mañana. Mírese. ¿Qué hace un hombre hecho y derecho como usted llamando a las tres de la mañana a una pitonisa?. Sí, tiene usted razón, pero no me cambie de tema, quiero hablar con su jefe. A Maricruz no se le ocurre otra cosa que darle el número de teléfono de su jefe. Al día siguiente recibió una llamada en la que le conminaban a que no fuera más a leer el tarot por la tele. Estaba despedida. Me da igual –dijo- a gritos por el auricular ¿qué se puede esperar de una tele de mala muerte que solo sabe poner pitonisas y películas porno retro?. De esto hace ya diez largos años.
     En la cocina del restaurante donde está ahora, está bien pero no es lo mismo. Donde va a parar. Todo es un ir y venir que nada tiene que ver con la tranquilidad de estar sentada en una mesa camilla ante una cámara, lejos del bullicio. Calefactor o ventilador, según la época del año y café calentito. Nadie que te meta prisas por nada, solo ella y la cámara. Bueno y el operador de cámara. Llegaba a la tele fichaba a las doce de la noche y hasta las seis de la mañana allí sentadita. En el restaurante, se agobia mucho con las comandas. Cuando no han terminado de pedirle una hamburguesa de buey completa o un entrecot a la pimienta con rábanos trufados ya le están pidiendo una ración de berenjenas con miel o una de calamares y Maricruz se cabrea mucho y le dice a sus compañeros: oye que no me agobiéis que os leo el pasado y veremos a ver quién tiene la sartén por el mango. Mientras hace una bechamel, echa a la freidora las croquetas de la abuela, que es como se llaman las croquetas congeladas de jamón en la carta del menú. Maricruz no echa de menos su época de echadora de cartas en una tele local, pero a veces recuerda con regocijo esas noches al calorcito del calefactor bajo las enaguas de la mesa camilla y un café caliente al lado. Ahora lo que la hace seguir en la cocina del restaurante es mantener el trabajo que tiene porque se considera una privilegiada al tenerlo. Maricruz tiene cuarenta y tantos y desde que tuvo un novio que se llamaba Luís y que trabajaba en un matadero, aborreció a algunos hombres. Luís era un hijo de puta de los muchos que hay que maltratan a las mujeres. El pobre tuvo un triste final cuando terminó de beberse el carajillo que siempre se bebía a las cuatro de la tarde y que Maricruz le preparaba con tanto cariño. Desde entonces su pareja se llama Valentín. Lo bueno que tiene Valentín es que hace todo lo que ella le dice, tal y como ella se lo ordena. Valentín es azul y es un pene vibrador de veinticinco centímetros que compró en una de esas reuniones de taper-sex y que su amiga Mariajo la inició. Cuando está con él se olvida de las prisas del restaurante y de cuando leía los pasados de las personas. Maricruz te recomiendo a Valentín, le dijo su amiga, es más espigado que Mustafá pero no tan grueso y de textura menos rugosa. Lo curioso de Valentín es que tiene tres velocidades y es sumergible. Maricruz no le puede leer su pasado porque no le hace falta y eso en un novio es un potosí.
                                                                               José Miguel Casado ©
 

domingo, 9 de diciembre de 2012

La lucidez de Pedrito


   Lo de este niño no es normal, dice Laura, una madre asustada y sorprendida. No te preocupes mujer será un niño pródigo de esos, dice Javier entre las sábanas. Ay Javier tú todo te lo tomas a broma coño. Se dice prodigio. Niño prodigio, no niño pródigo. Lo que nos faltaba ya.

     Pedrito es un niño que cuando tiene unas décimas de fiebre, es más lúcido que cuando está sano. Habla por los codos desde su cama, cuartel general de los niños enfermos. Como no hace nada, se le ocurren las preguntas más peregrinas mirando al techo o mientras ve los dibujos de un tebeo. Mami ¿por qué el boli que está junto al teléfono nunca escribe? O ¿por qué papá sonríe y entorna los ojos siempre que ve a la vecina?. Pedrito tiene cuatro años y habitualmente cuando habla muy vehemente por algo y no se le entiende nada, su madre pierde la paciencia y sale a buscar corriendo a su amigo Luis Felipe de cuatro años también, que vive en la puerta de al lado, que está en su misma clase y que hace las veces de traductor jurado. Lo de jurado es por la cara que pone el crío de responsabilidad sobrevenida cuando habla con la madre de Pedrito. Los lunes una hora antes de salir del colegio, a eso de las una, va a clase una logopeda para “hablar” con Pedrito y con Marta. Otra niña que habla en noruego antiguo y que no hay Cristo que la entienda. La pobre maestra procura no ponerlos juntos porque sería un diálogo infernal y una espiral infinita de cinco horas. Pedrito es carne de logopeda o maeta golopea como él dice, desde los tres años, aunque cada vez se le entiende menos. Su madre está desconcertada cuando habla con él. Hay veces que lo mira en silencio y se pregunta qué lío tendrá dentro de ese melón que tiene por cabeza para que no se le entienda ni una palabra de lo que dice. Excepto cuando tiene un poco de fiebre que parece un académico de la RAE. Mamáaa traeme una manzanilla con una cucharada de azúcar y que no esté muy caliente que se me quema el paladar. Virgen Santísima piensa Laura asustada. Parece otro niño cuando está malo. El jodío. La madre hay veces que duda si darle la medicina o no. Laura piensa a veces que se preocupa demasiado por el habla de su vástago piensa que lo sobreprotege pero le da igual porque es algo desconcertante. Cuando se pone malo habla bien y cuando está bien habla mal. ¿Por qué a los demás niños no les pasa esto?. Laura recuerda cuando de pequeña una gitana de las que leen la mano le dijo que tuviera cuidado con los niños. Y ella  achaca lo que le pasa a su niño a aquello. No quiere ver la cara de broma que tenía la gitana. Shiquillah ten cuidaico con lo niño que zon mu peligrozoh.      

 

      Los inviernos son muy amenos en casa de Pedrito, porque como se pasa casi toda la época de frío constipado pues al niño se le entiende lo que habla por lo menos mes y medio. Unas décimas de fiebre son mano de santo para su cerebro. ¿Mamá, por qué papá aprieta el botón del mando de la tele tan fuerte cuando se queda sin pilas?. Laura no sale de su asombro y teme que cuando llegue el verano su hijo se convierta otra vez en un elfo del país de los elfos que habla en élfico. Sólo se le entiende mamá, porque mamá en élfico se dice mamá igual que en noruego antiguo. Don Blas el pediatra lo mira muy fijamente tras las gafas de hipermétrope y le pregunta a Laura. ¿Qué tiempo tiene tu niño? o de dice: Este niño tiene las anginas muy gordas. Frases cliché de un pediatra que son como comodines de la pediatría y que sirven lo mismo para una madre cabreada que para una madre sin personalidad. En pediatría o en medicina hay en primer curso una asignatura que se llama “Frases cliché”. O la frase-lema de los pediatras: “Eso es un virus que lo mismo que viene se va. Eso anda mucho ahora”. Un virus que anda, piensa Pedrito que se limita a mirar a don Blas con la boca entreabierta muy serio y con un moco verde asomando por la nariz . Su cabeza le sigue dando vueltas a lo del virus que anda. Babá be quiego ig a caza.

          

                                                               José Miguel Casado ©
                                       
 

sábado, 17 de noviembre de 2012

Samurais de aquí


     La palabra samurai generalmente se utiliza para designar a los guerreros del antiguo Japón, aunque su verdadero significado es “el que sirve”. Todo lo contrario de lo que va significando en España la palabra político: “el que no sirve”.  Los samurais antes de caer prisioneros o antes de que su nombre se viese de boca en boca y de mano en mano como “la falsa monea”, se suicidaban haciéndose el hara-kiri. O el mata-hari como dice mi colega Cipriano alias “trueno gordo”. Se quitaban de en medio ante la vergüenza de rendirse y caer en una vida de deshonor. O de caer en deshonor aunque no se rindieran. Como en España. Inasequibles al desaliento la clase política cae en deshonor sin rendirse, a cada minuto y se regodean de ello. Aquí como el hijo de la vecina sea muy listo y tenga la suerte de llegar a político, se le ponen los ojos en blanco y empieza a dar chillidos de euforia como un niño en una juguetería. Que si comisiones por aquí,  que si recalifícame la huerta de papas que tengo y me la pasas a suelo urbano, que ya te pasaré un pellizco. Para pasar a la posteridad el político patrio se suele hacer un aeropuerto en su pueblo o cerca de su casa. En Alemania hay 18 aeropuertos y están el doble de habitantes que aquí. En España ya vamos por 50. Si hubiera cien provincias habría cien aeropuertos. Aquí a cabezones y a gilipollas no nos gana nadie.  Los mismos que se han dado cuenta de que la gente con honor se suicidaba y empezaba a salir en la tele porque les desahuciaban. Han parcheado una ley hipotecaria que no han tenido las agallas de tocar en más de un siglo, para que familias con hijos no se queden sin casa. Como diciendo no os suicidéis todavía que no os vamos a quitar vuestra casa. Una condición de la nueva remodelación de la ley hipotecaria es, entre otras, que la familia en cuestión debe tener hijos con menos de tres años para que no los echen a la calle. Si el hijo tiene más de tres años ya son sospechosos de tener casa propia y  son carne de deshaucio. Parece que un niño con cuatro años es un privilegio que te saca las castañas del fuego. Pero qué hijos de puta. Qué chapuceros. Esto se va a convertir en un país sin medias tintas. En un pais con dos clases de personas: las que son políticas profesionales y las que no. Es triste pero es así.

      Todavía me encuentro gente por la calle o por otros sitios que son trabajadores con más de veinte años de experiencia ininterrumpida en la empresa privada o en la pública, da igual, que dicen desde su aurea mediocritas que ellos no creen en las huelgas generales que bastante tienen con que les quitan la paga de navidad o que la vida se ha puesto muy mal para que les quiten un día de sueldo. No saben que son unos privilegiados por tener un trabajo. Un trabajo de mierda valiosísimo. Una migaja de pan en el suelo. Eso es lo que tienen. Pero tienen algo. Hemos llegado a tal punto de hipocresía que no sabemos lo que tenemos hasta que lo perdemos. Por poco que sea. Que le pregunten a los seis millones de parados o a los que van a los comedores sociales a comer y que hace unos años ganaban un buen sueldo. Que le pregunten a esos que hace unos años se reían de los mileuristas y que ahora ojalá fueran mileuristas.

     Pobres políticos. Si es que en el fondo dan pena. Piedad. Les echamos la culpa hasta de la lluvia como los italianos cuando llueve y dicen entre dientes, mirando al cielo: “porco governo”. Otros políticos son especialistas en huidas hacia adelante como elefantes en cacharrerías. Destrozan la sanidad pública y la educación pública cerrando hospitales y mandando maestros al paro y se envuelven en banderas e ideas nacionalistas para cegar al pueblo con las luces largas y el altavoz del nacionalismo secesionista en la oreja, pero en plan utopía, mayo del 68. Olvidan por completo que Cataluña no sería nada sin los trabajadores NO catalanes que la levantaron en los 60 y en los 70. Por no mirar un libro de historia catalana con familias reales catalanas y todo.

      Otra característica de políticos de toda latitud y cuna es que en vez de corazoncito tienen una cuenta en Suiza. Son más bien ya políticos cinturón negro cuarto dan, de parlamento autonómico para arriba. La cuenta en Suiza es inherente al político de primera división. Va con su manual de instrucciones por si algún día lo empapelan. Hace unos años en China fusilaron a un ministro de sanidad por corrupción. No abogo por la pena de muerte pero si es que aquí ningún cabrón se suicida porque le faltan huevos. Mis respetos para la gente con honor y mi desprecio para los inútiles. ¿Alguien ha dicho Senado?. Ojo que el 90 % de la calle piensa lo mismo.

      Aristóteles decía que el hombre es un animal político. Sin embargo en los tiempos que nos ha tocado vivir la frase de Hesíodo es la acertada: El hombre es un animal que come pan. Y punto. No hay más. Porque cuando falta el pan empiezan a llover las hostias. Hay días en los que te levantas cabreado y encima llueve.  Son días de furia que no salen en los mapas del hombre del tiempo.

 
                                                          
                             José Miguel Casado ©
 
 

    

domingo, 28 de octubre de 2012

Un respeto

          En la maltrecha cosa que tenemos por país, nos estrellamos cada vez que viene el recibo de la luz, el recibo del agua, cada vez que vamos al cine, cada vez que compramos un libro o cada vez que viene esa sentencia a muerte que es la letra de la hipoteca. Será un via crucis cada vez que nuestros niños pasen de curso, cada vez que nos examinemos 50.000 para una plaza de enterrador, cada vez que aprendamos una lección nueva, cada vez que vayamos a pagar las tasas de la universidad o cuando terminemos la carrera y nos pongamos a buscar trabajo desnudos. Ni hablar ya de los que empiezan a buscar curro a los dieciocho. Cada vez que un partido diferente al anterior gana unas elecciones generales coge a la educación y la manosea y la soba como quiere, abusa de ella como le da la gana y se la pasa por la piedra a su antojo, inoculándole sus virus, su historia, sus colores y sus reyes favoritos. Y cuando gana el otro pasa lo mismo. No les sale a ninguno de los huevos llegar a un acuerdo de estado (no tengo ganas de poner estado con mayúscula)  y concebir una educación consensuada y lozana que dure por lo menos dos lustros. No les entra en la cabeza a estos políticos ricachones, gilipollas y cobardes como pocos en la historia de España y que veo como aquel Fernando VII que vendía España a los franceses y que tenía al pueblo pasando hambre como ahora. Hoy hay que bajarse los pantalones ante “la troika” y la jefa alemana de ese centro comercial que se llama Europa.
      En el mercadillo del congreso se venden presupuestos sociales “los más sociales de la historia” ministro Montero dixit. Cifras como más de 350.000 familias deshauciadas desde que empezó la crisis. Jueces que ya por fín le llaman la atención a los bancos. Pero solo eso, les llaman la atención. Cifras como seis millones de parados pero vistas con optimismo porque es una cifra que crece muy lenta gracias a la recuperación económica. Con el optimismo de unas ministras que a final de cada mes les dan un cheque con casi diez mil euros por lo bien que lo hacen. Cifras como las que un diputado con cerebro de rata le ha exigido al ministro: 16.000 millones de euros con cargo al dinero de todos los españoles para financiar la independencia de Cataluña. Ve a tirarte urgentemente por una ventana so payaso. O esas “personas humanas” eurodiputadas españolas que firman una carta para exigirle a su gobierno español que no tenga la tentación de invadir Cataluña con tanques y aviones. Dimite la pava como secretaria general de los socialistas “españoles” pero se queda con el cargo de eurodiputada rasa  para cobrar los siete mil eurillos de sueldo al mes y que no se le acabe el chollo.  Más payasos para el circo de los políticos. El Senado y el Parlamento europeo son el refugio de todos los inútiles acabados de la política española y que ya han pasado por el Congreso y tienen que seguir mamando de la teta de esa vaca moribunda que se llama España, mientras más de un millón de familias tienen a todos sus miembros en paro y la gente se suicida porque el banco les quita la casa. Años de aplazamiento para grandes bancos en quiebra que junto a sus directivos roban miles de millones euros, mientras que para el pueblo una llamada telefónica un día antes para que dejes tu casa porque mañana van a ir a quitártela por deber 60.000 euros. El otro día vi por casualidad un billete de mil duros y me entró una morriña tan tremenda que se me saltaron hasta las lágrimas. Lo comparé con un billete de cincuenta euros y fue como comparar a un cuadro de Velázquez con un cromo. En eso que mi amigo Juan me dijo observando los dos billetes: Joder macho qué elegancia, que porte, qué hechuras, parece un título de propiedad al lado de un tebeo de la familia Cebolleta. Confucio decía que aprender sin reflexionar es malgastar energía. Me viene a la mente ese 2 de mayo de 1808 de un pueblo indignado machacando con navajas y palos a unos franceses armados hasta los dientes. No es lo mismo. No comparemos, son casos diferentes con dos siglos de diferencia, pero cuando a la gente le quitan todo lo que tiene, ya no tiene miedo porque no tiene nada que perder. Así que el que avisa no es traidor. Un respeto para el pueblo por si acaso.
                     José Miguel Casado ©
             

 

 

 

domingo, 14 de octubre de 2012

Felipe


              Cuando la moto desapareció por el rabillo del ojo y por el cristal de la ventana del bar, esperó contrariado a que también desapareciera el ruido. Recuperó la compostura habitual y se metió de nuevo en lo que estaba haciendo. A Felipe lo que le gusta es que le dejen leer tranquilo el periódico con su café con leche. Cuando llega al bar coge una silla y se pone a leerlo sobre la mesa. Le gusta empezar a leer desde la última página hasta la primera. En la página de pasatiempos hace las sopas de letras pero no entiende los jeroglíficos ni los sudokus. Su debilidad es la jugada de ajedrez. Los nombres en ruso, en hindú o en cualquier idioma de dos tíos enfrentándose en un tablero, le sorprende tanto que se encuentra todos los días leyendo ensimismado lo de negras juegan y ganan, Ivanov contra Valerikov en Moscú 1980, Charmin contra Ivanchuk en París 1994, o Raplytsko contra Narayahnan en Göteborg 1977.  Su lectura es un fetiche para él por su novedad y porque son diferentes a todo lo que lee en las ochenta o noventa páginas del periódico. Cuando se enteró de la existencia de las partidas de ajedrez por correspondencia, lejos de olvidarlo buscó información sobre el tema y se pasaba horas y horas pensando en cómo dos hombres hechos y derechos pueden jugar al ajedrez por correo, si serán personas normales o no, cómo viven pensando siempre en un proceso tan lento como una partida de ajedrez por carta. Se pone histérico si lo piensa y le puede dar una crisis de ansiedad.

      A Felipe no le gusta que le llamen viejo. Él dice que es una persona mayor que es muy diferente. Sabe que a veces es un poco tocapelotas con su familia y no digamos cuando se cabrea con alguien y ya pudiera ser el lucero del alba el que tiene delante, que le dice –súbete aquí y verás París, o –como te dé una galleta te jubilo, a ver si respetamos más a las personas mayores ¿ein?. Controlando la dentadura postiza para que no se le salga. Felipe es un viejo de los que cuando está en el paso de cebra esperando para cruzar y un coche frena para que pase, él le dice enérgicamente –¡no, no sigue, pasa tú! moviendo el bastón. Después termina cruzando en rojo. También le gusta hablar a voz en grito y cuando no entiende algo dice –bueno, eso ya es para gente con carrera y para superdotados o como se diga. Felipe vió una vez por la ventana de su cuarto de baño a su vecina de enfrente en bikini tendiendo la ropa. Eso fue el verano pasado. Desde entonces se pasa las horas muertas en el retrete esperando que salga agazapado tras el ventanuco ya sea invierno o verano y como cierra el pestillo, asusta a Pepita, su mujer. –Pero qué haces ahí tanto rato ¿Qué te has colao por el wáter o qué? –¡Que ya voy!, si es que estoy estrenío. Y tira de la cadena pensando   –la virgen qué susto me ha dado la Pepita otra vez.

     En el bar, cuando hay fútbol no parpadea ante la televisión y le da por mezclar el fútbol con la política porque tiene muy mala bebida y se le calienta la boca. Pero eso es cuando hay fútbol. Felipe en su casa es un pedazo de pan porque respeta mucho a  Pepita con la que lleva cuarenta años casado. No tienen hijos. Él a veces la ayuda con las tareas de la casa pero se detiene en seco porque tiene dos hernias de disco que no lo dejan vivir y que se trajo con el cheque de la jubilación de la fábrica de muebles donde trabajó cuarenta años. Pepita le sonríe y le dice que se está poniendo chocho que para qué se ha jubilado si le están saliendo botanas nuevas cada día. –El caso es quejarse, dice medio airada y medio en broma pero siempre comprensiva. Felipe oye eso mientras con la mirada perdida desde un sillón ve en la tele el anuncio de una mujer que dice que tiene hemorroides pero luego se cura y pone cara de alivio, luego ve dos viejos sentados en un banco cuyo único pasatiempo es distinguir la tos de la gente que pasa ante ellos.  –Eso es tos seca o eso es tos con mocos. Cuando sale una mujer que viene del futuro, con una lejía del futuro y con un traje del futuro, Felipe se queda dormido pensando  –ya podía haber traído del futuro la vacuna contra el cáncer en vez de una lejía, la gilipollas esta.  

                       José Miguel Casado ©
 

domingo, 30 de septiembre de 2012

Almanaque maya parody

         En el abrupto valle Uyuyuy ya se nota la llegada de la primavera. Las praderas están llenas de flores, hierba, insectos, árboles frutales, olores frescos y pájaros que revolotean. El riachuelo fluye con el agua de las nieves derretidas de las cumbres cercanas regando todo a su paso y preñándolo de vida. En el poblado maya sus habitantes amanecen un día más haciendo la única vida que saben hacer con la tranquilidad que imprimen los siglos. Chichipotzl está situado entre el monte Uripichu y su valle. De lejos parece una gota de leche en medio de la nada. En una pequeña calle empedrada de la aldea, hay un taller de canteros que están haciendo un encargo de los sacerdotes del templo. El aprendiz Manolocoatzl está intentando tallar una figurilla en un inmenso círculo de piedra del tamaño de la rueda de un carro. El cantero jefe y dueño del taller está preocupado por el tiempo de entrega del encargo de los sacerdotes del templo del dios Jaguar. Se fija en cómo su aprendiz coge el mazo y el cincel. –Manolocoatzl tenemos que darnos prisa con este pedido. Los sacerdotes lo quieren para antes de la luna que viene. –Maestro Pacocoatzl, lo que usted diga pero esta es la última rueda de granito que nos queda y como no vengan más no podremos terminar el pedido. –Tendré que hablar con el proveedor, dice el jefe. Mientras el dios Sol se cuela por la cima del monte Uripichu, el poblado de Chichipotzl se llena de sombras móviles e inmóviles que trabajan llevando la última cosecha a los graneros desde el alba hasta el ocaso. Perros crepusculares llenan la brisa de ladridos y correcalles con niños de pies polvorientos y narices de mocos secos. La noche es tranquila y fresca hasta que canta el gallo al alba. La chimenea del panadero perfuma el amanecer del poblado maya. Tobycoatzl es el perro del cantero aprendiz Manolocoatzl y está jugando en la puerta del taller con un hueso de puerco. La rueda granítica del calendario del dios Jaguar está casi terminada y Manolocoatzl se detiene para comerse el bocadillo mientras juega con su perro. El maestro cantero Pacocoatzl está hablando con un proveedor de herramientas. –Lo que tú digas Antoniocoatzl pero o me traes herramientas de mejor calidad o te reviento la cabeza. –Ya no te digo nada más, estoy harto de que me engañes. Antoniocoatzl cambia la cara y con los ojos muy abiertos asiente con la cabeza y sale del taller como alma que lleva el diablo maya. En esto que Pacocoatzl ve aparecer por la esquina de la calle al sacerdote del templo del dios Jaguar, don Serafíncoatzl. –El que faltaba para completar el día. Llama a su aprendiz y le pregunta cómo va el calendario del dios Jaguar. Manolocoatzl dice casi atragantándose con el bocadillo de salchichón de llama, que está casi terminado pero que falta que el proveedor traiga la última rueda de piedra. El jefe se lo dice al sacerdote y este, con paciencia monacal se va por donde ha venido. El siguiente en aparecer por el fondo de la calle empedrada y retorcida como la tripa de un mono asado es el proveedor de piedras, Luismariacoatzl, de Luismaríacoatzl y Asociados.

         –¡Pacocoatzl, Pacocoatzl, que ha explotao !. -¿Qué ha explotao qué? Dice el maestro cantero alarmado. –Que ha explotao el monte Pepecachipetzl del que salían todas las piedras que te traía porque resulta que no era un monte, que era un volcán. –Pero qué me dices Luismariacoatzl. –Lo que oyes que hemos quebrao un montón de negocios con esto. –¡Virgensita Lupitacoatzl !.

           Bajo el vuelo del majestuoso cóndor, las piedras caen en el agua y forman círculos lentos y contínuos que hipnotizan a los que miran. El maestro Pacocoatzl y su aprendiz Manolocoatzl están sentados junto al estanque que riega los huertos de papas del poblado de Chichipotzl. Están en silencio lanzando piedrecitas al agua y mirando el horizonte. -Maestro, ¿Cuándo empezó el calendario del dios Jaguar?, el maestro cantero entorna los ojillos para pensar, curtidos por el sol y el frio. Empieza a hablar lento como el humo de la pipa que se está fumando. –Pues veamos, estamos en el siglo IX y empezó en el 3114 antes de Cristo más o menos y con la catástrofe del monte Pepecachipetzl hemos llegado hasta el 21 de diciembre del 2012. También más o menos. –El puto volcán nos ha mandado a todos al paro. –La piedra más grande que ha quedado ha sido del tamaño de una cagarruta de llama.

                  José Miguel Casado ©


sábado, 29 de septiembre de 2012

Tanatorio

          El tanatorio es ese lugar donde velamos a nuestros muertos. Es ese recinto de recogimiento y congoja donde la zozobra por una muerte cercana es más llevadera y acoge con la calidez de un hogar a todos los que quieren presentar sus respetos a la familia del finado. Sobre todo porque hay que pasar una noche en él. Es una de esas raras leyes no escritas que están arraigadas en tanta gente. Se ha convertido en algo comparable a un restaurante exceptuando la comida y la bebida que no hay, aunque todo llegará como llegó la noche de Halloween, Papa Noel o los cereales en el desayuno. El acontecimiento social es indiscutible ya que se encuentran amigos y enemigos que hace mucho tiempo no se veían y tienen que lidiar dialécticamente y mantener el tipo como estoicos campeones de esgrima, mientras dura el rato que las buenas maneras obligan a estar allí. Antes de las horas punta de un velatorio está la familia neta, más tarde la familia en bruto o más alejada y después van llegando los amigos y conocidos. Ahí es cuando empiezan a formarse los típicos corrillos y las conversaciones sobre lo bueno que era en vida el difunto, se diluyen y dispersan en trivialidades y morralla banal y vacía, típica de la masa variada y dispersa que ya no sabe de qué hablar. Se ven verdaderas peripecias y acrobacias inigualables que no se dan en ningún otro rito social.

      Dos personas están hablando y llega una tercera que coge del codo a una de ellas, para sentirlo mucho y darle el pésame. El otro se vuelve a ver a quién encuentra para no quedarse solo pero su mirada rebota con gente que conoce y que no conoce pero nadie rompe el hielo y el hombre se queda solo entre la multitud. Lo invade un horror y un vértigo al vacío de la soledad entre la gente y corriendo sale a la calle con un ataque de ansiedad. Miradas que se encuentran y que se conocen de toda la vida pero que nunca han cruzado palabra, eligen seguir así antes que presentar sus condolencias al familiar del difunto. Se oyen cosas como “Qué coincidencia…” , “¿Tú conocías a…?” o “Las funerarias son el único negocio que nunca quiebra, el tío está montado en el dólar”, sin olvidar aquello de “yo prefiero que me incineren es más limpio y menos engorroso” pero que luego en la práctica no se incinera ni Dios, son los comentarios que más suenan en esa babel de doscientos metros cuadrados que en hora punta parece una boda gitana en una taberna portuaria con risas y diretes de toda clase. El único que está en silencio es el que está en el ataúd.  Recuerdo con ternura aquellos velatorios domésticos en la propia casa del difunto en el que la familia no encontraba sillas para todos los que venían a presentar sus respetos y sus condolencias. Olor a invierno y a brasero de picón. Esa fila de mujeres vestidas de negro sentadas en un pasillo que se antojaba interminable, rezando el rosario y cosas del catecismo a media tarde. Ese ataúd acomodado en el exiguo salón de la casa con la familia alrededor como una foto antigua. Esos corros de gente en la calle y en las aceras entre los coches y esa persiana enrollada en la puerta de la calle. Esto solo pasaba en las casas de los pueblos. En un bloque de pisos de una capital cualquiera, encontramos imágenes como la de la vecina acongojada que se niega a subir a su casa porque han dejado un ataúd abierto en el portal. Cuando llega el ascensor abajo, la pobre vecina también se quiere morir. Vemos a los funerarios uno a cada lado del finado vestido de domingo, agarrándolo como dos amigos cogen en volandas al tercer amigo perjudicado por una noche de fiesta y que no lo sueltan para que no se caiga. Todo esto antes de ir al tanatorio, claro.


             José Miguel Casado ©




sábado, 22 de septiembre de 2012

Reacciones infantiles

         Cuando somos pequeños no somos conscientes de nuestro comportamiento desde que nacemos hasta que tenemos una conciencia suficientemente madura y responsable. Varía con el paso del tiempo desde los diez años, mas o menos, en los que surge el “niño repipi o repelente” hasta los cuarenta con la incomprendida figura del “vivalavirgen” o adulto irresponsable y pasota. Los comportamientos pueden ser conscientes o inconscientes dando lugar a una gama de conductas anómalas dignas de entrar en la historia de la literatura. Quien no tenga un buen ramillete de reacciones infantiles que tire la primera piedra. Se pueden enumerar los más variados desfases fisiológicos desde el estornudo metralleta de la alergia a la primavera en su conjunto, a los picores que siempre salen donde no te puedes rascar en público o a los efectos secundarios a medicamentos, alergias alimenticias, etc. También reacciones involuntarias que saltan como resortes ante una situación determinada que implique principalmente miedo, rechazo o asco.

        Para empezar, la EGB fue demasiado larga. Cuando salía de clase y me encontraba con un perro en mi camino, se me nublaba la vista y como en una película del oeste antes de un duelo a muerte, no existía nada más en el mundo que el perro y yo. Empezaba una brisa sospechosa que traía matorrales secos rodantes y polvo desértico. El desierto más cercano estaba a doscientos kilómetros. Mi táctica comenzaba. Aparecía por casa dos horas después, con la correspondiente reprimenda de mi madre, ya que daba un pequeño rodeo que incluía el pueblo de al lado para esquivar al dichoso perro ya fuera caniche o rottweiler. No fiarse nunca de los caniches, algunos son unos verdaderos hijos de perra. En algún caso hice algún kilómetro que otro corriendo más que el coche fantástico, sobre todo cuando veía aquel fatídico pastor alemán con un ojo en blanco que le daba un aspecto de perro come niños demoníaco y que protagonizaba algunas de mis pesadillas más terroríficas. Conozco otras reacciones cercanas. Una amiga que a sus tiernos cinco o seis años, al ver las tribus de negros caníbales de las películas del Tarzán Johnny Weissmuller, le invadía un miedo incontrolable que le hacía vomitar hasta la leche que mamó. El caso también del niño de dos años que cuando no quiere comer más potito, empieza a toser como un experto fumador. Con su puño en la boca y todo. La cosa termina también en vómito. Habría que revisar también la composición química de algunos potitos porque cuando se calientan 0,2 segundos de más en el microondas, adquieren una textura parecida a la lava fundida y como se lo des al niño te quedas sin él. Otros niños, al ver un guante de goma les entra un miedo que parece que han visto al mismísimo hombre del saco. Cuando no queremos que se acerquen a unas escaleras o a un sitio peligroso y no tenemos esas rejas portátiles que se venden ahora, se pone el guante de goma y es mano de santo. El niño ni se acerca y pasa por ahí pegado a la pared como si andara por un desfiladero de los Alpes.

       Hay veces en que el mismo niño se dice a sí mismo, --seré imbécil. Esto es cuando el niño cree que en su habitación hay una bruja y lía unas pajarracas por las noches que despierta a todos los vecinos del bloque. La bruja resulta ser una percha de pared con un abrigo. En la escuela, fuera de las asignaturas, el principal culpable de las reacciones caóticas era el alumno repetidor que quitaba cromos y canicas por la cara y provocaba en más de uno sudores frios y carreras cobardicas hacia la madre más cercana. De ahí lo de correr es de cobardes. Más tarde, el caballo de batalla o de tortura eran las matemáticas tipo Logse. Cuando don José o doña Gertrudis empezaban a explicar nadie entendía nada y muchos empezaban a mover la pierna nerviosamente y a comerse las uñas o el lápiz que llevaba impresa la tabla de multiplicar. Además si el maestro era muy cerril y tenía la fea costumbre de dar con la regla de madera en las manos o en el trasero, peor que peor. El latín de segundo de BUP era mortal de necesidad. Había un ambiente prebélico, una paz armada cuando doña Gádor llegaba con su escasa presencia y empezaba a hablar la lengua muerta como una posesa. La foto de un aula de cuarenta personas con la cara pegada a la mesa por si acaso los llamaban al patíbulo, era impresionante.

       En el cine viendo aquella “Entrevista con el vampiro” mi amigo dijo –voy al servicio. A continuación escuchamos un golpe fuerte en la puerta de salida. Mi amigo cayó redondo al ver cómo le cortaban el cuello al vampiro Tom Cruise. Una reacción alimenticia legendaria es el miedo a las lentejas en todos los niños y ahí estaban las pobres madres que no tenían minipimer, con el pasapuré haciendo bíceps, pero que no daba resultado. Náuseas hasta la merienda.

       Como última reacción recuerdo cuando me llevaban al practicante (siempre me llamó la atención ese nombre: Practicante. ¿Qué practicaba? ¿el modo de agujerearte una nalga?) Esa jeringa de cristal recién hervida en manos de esa mujer gorda con gafas llamada doña Martirio, cuyo nombre le venía como anillo al dedo. Movimientos bruscos, sudor frío, temblores, arcadas, blasfemias en noruego antiguo y la cara de tu padre y tu madre sujetándote y diciendo con los ojos muy abiertos: “Si no es nada. Es como si te picara una avispa”.


                    José Miguel Casado ©



sábado, 15 de septiembre de 2012

Amalia´s life

       Amalia tiene 93 años y se entretiene haciendo ganchillo y viendo la tele. Tiene una pensión de seiscientos cuarenta y dos euros con quince céntimos. No tiene familia porque ha sobrevivido a sus dos hijos que murieron con setenta y tantos, eran solteros y la cuidaban. Tiene diabetes, hipertensión, la circulación regular y lleva gafas. – ¡La leche puta!, ya no me acuerdo de qué pastillas me tocan ahora. A pesar de los recortes y de la crisis viene casi todos los días una chica pagada por el ayuntamiento de su pueblo porque es un pueblo pequeño, sin deudas y son sensibles a la situación de algunas personas mayores. Cristina es la chica que viene a cuidarla y a limpiarle la casa de vez en cuando. Juana es una vecina pesada que se asoma todos los días antes de que venga Cristina, a ver si Amalia está viva. –Amaliaaa. A Amalia le hace gracia oir las voces y a veces le ha dado un susto haciéndose la muerta en el sillón y mira hacia la ventana abriendo un ojo a ver si se ha ido.

       Cristina llega hacia las nueve, –Amalia, ¿cómo estamos hoy?, dice Cristina con ese plural mayestático que utilizan los deportistas o mucha gente para hablar con los viejos. Afortunadamente Amalia tiene relativa buena movilidad porque no está muy gorda aunque come como una lima. Su plato favorito eran las migas con sardinas pero ya no. Ya no tiene los brazos para mover durante una hora una sartén llena de migas. Aunque se come bocadillos de pan bimbo con tocino frito cada vez que puede. El pan bimbo es porque no tiene muy bien la dentadura tampoco. Amalia tiene la manía de preguntar a todo el que ve más joven que ella -¿Tú tomas drogas?. A pesar de su edad Amalia tiene unos gases tremendos y de vez en cuando se le escapa algún cuesquete mientras se queda frita en el sillón, lo malo es que estadísticamente Cristina está a su lado en la mesa camilla el 99% de las veces. –Ay coñe perdona hija es que tengo unos gases tremendos. Cristina le dice que no pasa nada y cuando nota el olor se va sofocada al patio o a la cocina soplando y abanicándose con la mano. Muchas mañanas Amalia está viendo la televisión y el olor a sopa de pollo ya inunda la casa. Esto casi todos los días. -¿Pero ya ha puesto usted la sopa mujer?, le dice Cristina cuando llega. -Sí hija, es que como no tengo nada que hacer pues me entretengo. Amalia a pesar de todo es un poco desconfiada y mira a Cristina de reojo mientras esta le limpia la casa. Está deseando que se vaya para estar sola y darle un trago a la botella de Soberano que tiene escondida en su cuarto.

       El marido de Amalia era brigada de la guardia civil y Amalia tiene escondido en el baul una pistola Star y un subfusil MP-18 Naranjero, de la guerra civil. Su marido le enseñó a utilizarlo por si venían los maquis y está en perfecto uso. Como Amalia vive en las afueras del pueblo de vez en cuando se oye un estruendo de traca. Los domingos se libera, coge la botella de Soberano, se va al patio y dispara desde una butaca una ráfaga de balas al cielo coincidiendo con las campanas de la misa de doce. A ver si le doy a algún pájaro, dice. –Joder ya no me acordaba del follón que liaba esto. –Virgen Santísima. –Por los clavos de Cristo. Por poco se cae de la silla del susto. La botella de coñac la lleva por la mitad y le dura una semana escasa, por eso los lunes cuando viene Cristina, se encuentra a Amalia con una resaca de narices disimulada con los achaques de la edad y se levanta a medio día. Como casi nunca se toma las pastillas no mezcla los colores ni los nombres de la gente. Esto es cuando llama a Cristina con siete nombres diferentes antes de decir Cristina. Hasta que le dé algo.

       Amalia tiene un gato que se llama Nicolás porque así se llamaba un novio que tuvo y que no puede olvidar cuando su marido estuvo en el frente de Aragón. El gato Nicolás está muy bien cuidado y muy limpio. Lo tiene como los chorros del oro. Come sobras de comida y latas de sardinas que compra exclusivamente para Nicolás. La tienda del pueblo no está muy lejos de su casa y va poco a poco con un andador que le consiguió Cristina. Cuando llega a la tienda las vecinas se miran de reojo y dicen por lo bajini –ya está aquí la Tejera. Menos mal que no oye mucho. Amalia compra una longaniza, pan, fideos y una botella de Soberano. Un muchacho de la tienda la ayuda con la bolsa y se la acerca a su casa. –Amalia cuidese, le dice Pepa, la encargada de la tienda, al ver la botella. –Si me cuido, no estoy tan mal si es que me quereis mucho, dice irónica. –El coñac es para las visitas. –Y no tomeis drogas. Amalia llega a su casa con ganas de coger el Naranjero, pero se contiene, se hace un trozo de longaniza en la sartén y pone la tele. Lo primero que ve es a un político encorbatado con barba y gafas. –Ya está aquí otra vez el gilipollas este. Mira al cielo como diciendo “Señor, llévame pronto”. Apaga la televisión y se va al patio con un bocata, un vaso de Soberano y el Naranjero para matar pájaros.



                                                       José Miguel Casado ©
                  
                                       

domingo, 9 de septiembre de 2012

La Pompeya de Plinio

     Se cumplen mil novecientos y pico años de la erupción del volcán Vesubio y que sepultó las ciudades de Pompeya, Oplontis y Herculano. Sabemos lo que pasó gracias a Plinio el Joven que en su carta a Tácito narró el devenir de esos días, aunque veinte años después. Plinio se crió con su tio Plinio el Viejo y con su madre. Su tio le inculcó una educación completa y ferrea y se convirtió en un destacado naturalista y cronista de su tiempo ya que tuvo un talento precoz y destacó como historiador y naturalista. Plinio el Joven, estaba en Miseno a treinta kilómetros de Pompeya, junto a su madre y su tío Plinio el viejo, cuando el Vesubio estalló el 24 de agosto del 79 d.C. Plinio el viejo zarpó de Miseno en ayuda humanitaria de Pompeya y Herculano al recibir una carta de Rettina la esposa de su amigo Casco. Plinio el Joven no le acompaña por indicación de su tío y le encomienda seguir sus estudios y cuidar de su madre. Eso fue lo que le salvó. Plinio tenía quince años. Imaginemos un joven que escribe en su diario lo que hizo el día que visitó Pompeya. El día antes de la catástrofe.

–Ayer estuve en Pompeya y digo ayer porque no me gustaría estar hoy allí por las columnas de humo que salen del volcán y por los terremotos. Que Júpiter ayude a mi tío que está ahora en el centro de la catástrofe. Sin embargo ayer todo estaba tan tranquilo que no hacía presagiar la erupción del volcán. Los pompeyanos son gente feliz, de naturaleza tranquila y pacífica pero acostumbrados a que se les mueva el suelo bajo sus pies con los terremotos que sacuden la ciudad desde hace siglos. Pompeya es preciosa como una Venus desnuda que te seduce y te da a beber su néctar y por eso nunca la olvidaré. Mi mejor amigo se llama Publio Quinto, hijo de Publio Aureo cónsul y prohombre de la ciudad. Me enseñó desde el anfiteatro y el puerto hasta el barrio de Venus. Si mi amado tío me viera me crucifica como a un cristiano. Lo primero que me viene a la cabeza sobre Pompeya es Novelia Patricia. Una meretriz hispana con unos ojos y una sonrisa que eran la perdición del más templado de los hombres. Tiene unas ubres como mi cabeza y unas caderas que me hechizaron con una danza de su Hispania natal. Me cogió entre sus piernas y no me soltó hasta que nos despertó uno de los terremotos tan comunes en estos días. No sé lo que me hizo, pero por Júpiter juro que las piernas me temblaban al bajar las escaleras del lupanar de Aurelio Pompeyo. Mi amigo Publio me esperaba en la calle apoyado en una columna con media sonrisa cansada y diciendo que tengo la cara como el marmol de las tetas de la diosa Minerva. –Tu desvirgamiento me ha costado cinco sestercios, ¡capullus!. –Lo que tu digas Publio pero acongojado me hallo de ver ese pedazo de nube de humo y ceniza que sale del Vesubio ¿tu que opinas? –No te preocupes, es algo normal. Lleva muchos años así y no creo que ahora pete. Es como una mala tos. Caminamos largo rato hasta los pórticos cercanos al foro donde en la fonda de Antonino se sirve un vino tinto que quita el sentío acompañado de sardinas con un garum exquisito. En mi cabeza flotaban en todo momento las tetas de Novelia Patricia que para doblarme la edad era una diosa hecha carne. –Bebamos por Baco amigo mío y olvidemos epidemias y plagas lejanas o venideras. Entre trago y trago de vino me fijé en que frente al foro los sacerdotes del templo de Júpiter, miraban al volcán y vaticinaban buenas cosechas y dicha para todos. Las sacerdotisas del templo de Venus danzaban y predecían fertilidad para todas las mujeres del imperio. Las sacerdotisas del templo de Juno discutían sobre que si la nube tenía forma de almendro, de trirreme o de mujer gorda y las del templo de Minerva que si tenía forma de queso de tetilla y se formó un pitoste en el que cada persona que había en la plaza del foro tenía un dios diferente y hasta los que estaban en las termas y en los baños discutían sobre las diferentes naturalezas divinas conocidas y por conocer de los terremotos y de las nubes de ceniza. Aquello parecía la verdulería de Aemilia Paquita recién terminada la cosecha. –No creo que la sangre llegue al río, dijo Publio. -¿Tu crees que se acordará de mí? Porque a mí no se me quita de la cabeza. Le dije. ¿Quién? ¿la chica del lupanar de Aurelio Pompeyo?, -Sí. Le dije. –Pues claro, si te portaste como un jabato. El sol se colaba cuando otro terremoto movió la ciudad desde sus cimientos. Seguimos andando hasta el puerto donde me esperaba su padre el cónsul Publio Aureo con una de sus naves y cinco esclavos para llevarme de vuelta a Miseno. Me despedí de Pompeya, de sus dioses y de Publio Quinto mi amigo del alma al que hoy tanto recuerdo cuando veo el fuego y la ceniza desde lejos.

                              José Miguel Casado ©







domingo, 1 de julio de 2012

Dietas (transit gloria mundi)


        Tengo un amigo de los que funden la luz del frigorífico,  que me convenció para hacer una dieta ambos al unísono. No ya por estética sino por salud. Le dije que el verano es muy malo para las dietas. Y el invierno y la primavera y el otoño, me respondió. Cuando decidimos cambiar de vida con una dieta, nuestro cuerpo se convierte en una montaña rusa de cambios físicos y mentales de la muerte. En el variado mercadillo de las dietas recurrimos principalmente a las gratuitas y posteriormente si nuestro amor propio cae herido en la batalla y se nos va un poco la cabeza, a las dietas pagadas con médico endocrino incorporado de a cincuenta euros la consulta. Precio que soltamos no sin cierto escozor. En la consulta, el endocrino te pregunta si eres más de dulces o de salados. Yo soy más de salado mire usted. Mis cervecillas con mis anchoas en vinagre antes que una vida en dulce. Te coge con un aparato un pellizco de michelín y te dice que es para medir la grasa. Te mide el perímetro planetario abdominal mientras se te queda cara de Benny Hill y recoges tu dignidad del suelo con una espátula. Ya no te atreves a mirarlo a la cara nunca más.  En el maravilloso mundo de las dietas las hay desde la desaborida dieta de la alcachofa, la dieta física del serrucho hasta llegar a la multiventas y exuberante dieta del doctor Dukan, en la que dices ¿esto es una dieta o una bacanal romana? sin olvidar la de su antagonista la del doctor Cohen. Estos dos están siempre tirándose de los pelos como dos divas histéricas de las dietas. Otra modalidad son los remedios revolucionarios en forma de pastillas anunciadas por una exgorda famosa pero que a los pocos días la ves en directo y vuelve a estar gorda y reventona. O esas pastillas, adverbio de lugar, a euro cada una, en las que no puedes tener vida social porque te vas de vareta y tienes que llevar un pañal XXL. La farmacéutica te advierte con los ojos entornados y muy seria como en una cita apocalíptica que “tienes que comer un poco de grasilla porque es mejor para ti”. Sales de la farmacia asustado. Ni con grasilla ni sin grasilla. Estás en el retrete cada diez minutos como un Juan Palomo que se ha envenenado con su propio remedio. A modo de advertencia decir que en los nuevos centros comerciales los valientes emprendedores se agrupan en círculo como las carretas en el lejano oeste cuando atacaban los indios y tenemos en el mismo sitio desde las tiendas de ropa, relojerías, tiendas de lencería vibratoria parisina, hasta cebaderos de comida al por mayor, cebaderos de comida mexicana,  china o mora, sin olvidar ese instrumento del diablo llamado heladería o tiendas de gourmets. En el pack del centro comercial no se olvidan incluir la penitencia con los mega-gimnasios acristalados en los que ves a la gente sudando y moviéndose a la vez al compás de alguna música diabólica que les prometiera el Valhalla lleno de orondas valkirias rubias. Otra moda de los centros comerciales es acristalar los gimnasios para que la gente no pierda detalle. Falta acristalar las duchas. Y nos encontramos desde la pareja con el carricoche de bebé comiéndose un helado viendo a la gente hacer gimnasia hasta los vejetes con bastón que han dejado de visitar las obras callejeras porque han descubierto el filón de los gimnasios de centros comerciales. La verdad es que lo más duro son las primeras semanas de dieta en las que pierdes días en vez de kilos. Cada nuevo día es amanecer en Vietnam. Es un ejercicio de voluntad titánica en el que no estás solo pero solo tú eres el que atraviesa la selva llena de charlys y de trampas de verduras mortíferas.  Los desayunos (silencio dramático) son parecidos a los de una vida normal, lo malo son las comidas y las cenas.  Son cinco comidas al día (risas). Rigurosamente cierto si a una manzana la consideramos una comida. Y el médico convenciéndote el infeliz en que son cinco comidas al día y que no pasarás hambre. Pero qué me estás contando. Las comidas son desde el sempiterno y triste pollo con arroz hasta las incomprendidas habas verdes otrora con jamón ahora con panga, ese recién descubierto y tan socorrido pez que lo mismo sirve para un roto que para un descosido. Lo que pasa es que la gente no sabe donde y como se cria la panga. Se sustituye la bendita sartén por la triste y odiosa olla al vapor que es como sustituir el AVE por la locomotora de vapor. Las cenas son también una travesía por el desierto de Atacama, llenas de cosas verdes o con forma de berenjena, panes integrales, peces integrales y demás cosas vacías integrales. Te comes un kilo de aire integral con la misma elegancia y dignidad que si te comieras un solomillo. Pero no. Te llena pero te sientes vacío.  Menos mal que el deporte no me disgusta. Andar y poco más.  Sin llegar a los desafíos de Jesús Calleja ni al enlatado gimnasio. La gente por la calle mira de reojo a los gordos como si vieran una obra de arte andando. El que no se consuela es porque no quiere. ¿Quién no conoce a un gordito bonachón?. Si es que somos de lo que ya no hay, madre. Además donde se ponga un buen culo que se quite una talla 40. Al final sigues siendo ese gorrión de cien  kilos (aprox.) que sueña con pieles de naranja humanas, carnes llenas de curvas y redondeces esféricas, sílfides de Boticelli y de Botero, pollos asados doraditos con patatas panaderas, paisajes nevados de ensaladilla rusa o mundos a la brasa con gambas al ajillo, plagas bíblicas de croquetas, de flamenquines y de jamón asado  con ríos de cerveza fría. La vida es un menú. Qué si no.

                                         José Miguel Casado ©


martes, 1 de mayo de 2012

Objetos perdidos

 A la hora de buscar objetos perdidos dentro de casa hay que estar preparado para lo que sea. Sin caer en una desesperación cercana a la búsqueda de un niño en una tempestad,  hay que estar preparado para perder según qué cosas, ya que solemos liar una zapatiesta que ni una expedición decimonónica a Egipto. El sufrimiento varía según lo que perdamos en una escala que va de angustia mala malísima a zozobra maníaco depresiva. Del 1 al 10 claro. Por ejemplo si no encontramos la cartera con los carnets, las llaves del coche o un billete de 50 euros que creíamos tener, la angustia es de las gordas. El proceso mental para recuperar lo perdido consiste en sentarnos con los ojos entreabiertos mirando al horizonte y hacer un flashback al pasado más reciente hasta llegar al más remoto. Mientras pensamos esto tenemos cara de tonto. Casi siempre el esfuerzo de regreso al pasado es infructuoso y estéril. El siguiente paso si vivimos con más gente, es la búsqueda de culpables. Casi siempre el primer lugar de culpabilidad es para los menores de edad, en segundo lugar nuestra pareja y en tercer lugar uno mismo. La idoneidad del dicho “Siempre es bueno que haya niños” se aplica como una ley fundamental en el apasionante mundo de la búsqueda de objetos perdidos dentro de casa. Una vez descartados los menores con su correspondiente habeas corpus y una confesión exore parvulorum veritas, es decir, los niños siempre dicen la verdad, salvo alguna excepción como en todas las cosas, la sospecha ya recae como ya he dicho, en nuestra pareja (si estamos emparejados) y en última instancia, en nosotros mismos. Una vez metidos en harina, los lugares donde buscamos son de lo más variopinto desde debajo de los muebles hasta detrás de la lavadora. Sin embargo los que se llevan el Nobel al sitio donde están siempre los objetos perdidos son: el cajón de la mesa de la cocina y el primer cajón de la mesita de noche. En el cajón de la mesa de la cocina podemos encontrar una ferretería al completo, junto con pegamentos de textura variada, rollos de teflón, una colección de llaveros, cintas métricas, algún lápiz, una linterna, un bloc cuadriculado tamaño octavilla, un álbum de cromos del mundial 82, sobres pequeños para el dinero de las bodas, un sacapuntas y un sello. Un bazar chino. El primer cajón de la mesita de noche es otro baratillo de Estambul. Hay de todo menos calcetines. Hay un encendedor Zippo que no funciona, varios bolis, pastillas Almax, un anillo de calavera, un cupón de la once de hace tres años, un libro, muchas monedas de cinco y de dos céntimos. ¿Alguien sabe para qué sirven estas monedas marrones de pocos céntimos?, también hay un peine, otro llavero, un reloj Casio, una radio mp3, una foto carnet de hace diez años y un tebeo de Spiderman dibujado por Jack Kirby. ¡Ah! Y pulseras de esas que le ponen a los recién nacidos en el hospital y su correspondiente pinza del ombliguito. Puedes encontrar ahí tu conciencia o tu ánimo cuando no los encuentres. Sin contar las piezas de Lego del niño que son como la materia oscura en el universo y las podemos encontrar hasta dentro del cartón de la leche. A pequeña escala tengo más o menos el volumen de objetos perdidos que una oficina de cualquier aeropuerto. Lo que se nos extravía casi siempre también aparece en el cajón de debajo del cajón donde buscamos porque siempre se atranca al abrir y cae al de abajo. De cajón. Otro cantar es la ropa que cae de los tendederos de arriba. Es un intercambio de archivos de tela que si a la vecina del segundo le gustan las bragas que le han caído del cielo no dice nada y si no, tampoco las devuelve. Aunque nunca se sabe, porque las reuniones de comunidad de vecinos son verdaderos nidos de serpientes o de conspiradores, según y aquello puede transformarse en una zambra zíngara más peligrosa que un tiroteo en un ascensor.
                                                       José Miguel Casado ©


sábado, 14 de abril de 2012

Antonio Malagutti

     Antonio Malagutti es un mentalista fracasado. Por supuesto no es su apellido verdadero. Cosas de la farándula. Estéticamente lo tiene todo. Ni muy delgado ni muy gordo. Estatura normal. Todo normal. Cara redonda con una perilla extremadamente pulcra y simétrica, mirada penetrante y dramática, peinado hacia atrás terminado en coleta y bien vestido para cada ocasión. Bien vestido regular. Es un poco hortera a veces. Camisas estampadas o de colores vivos, que lo matan. En lo referente a su faceta  pitoniso-profética-futuróloga, trabaja en una televisión local echando las cartas del Tarot y en un periódico de la zona poniendo los horóscopos. Es infalible para el desatino, claro. Pero inasequible al desaliento. Es un poco desastre y a veces en la tele dice con los ojos entornados “¿Cómo se llama su hijo Fernando?” o ya cuando ha metido la pata, “Son las cartas las que me lo dicen, ojo, las cartas hablan por mí.” En realidad ni sabe echar las cartas ni sabe predecir el futuro ni nada de nada. Para poner los horóscopos en el periódico, consulta un periódico nacional o periódicos viejos. Su carrera como mentalista es otro desastre. Mira a algún voluntario o voluntaria fijamente a los ojos y le dice muy serio “Yo soy su pasado, su presente y su futuro”. Pero no le mete miedo ni a un chihuahua. Cuando le dijo eso a un sargento instructor en la mili mirándolo fijamente, le soltó una hostia que todavía le duele. Ha hecho algún bolo por los pueblos en las fiestas de agosto. Antes de salir al escenario siempre pone la típica banda sonora de Jean Michel Jarre para impresionar pero casi siempre termina todo como el rosario de la aurora. Le predijo a una mujer del público por ejemplo el color de las bragas que llevaba. Algo así como “¿Puedo decirle el color de sus bragas?” entre un mar de parroquianos que miraron a la vecina, aliviados de no ser ellos el objetivo del pitoniso. También predijo el número del cupón de la Once del día siguiente y el número del gordo de Navidad. Pero nada. El marido de la mujer de las bragas se enfadó un poco y le puso un ojo azul oscuro casi negro y alguien le pinchó las cuatro ruedas del coche. Sus actuaciones las salva con algún número de cartas de ilusionismo barato. Cuando tiene tiempo se entrena con las cartas Zener, con otra persona para acertarlas por telepatía. Pero no acierta ni una de las veinticinco o si acierta alguna es por pura estadística. Se traga horas y horas de videos de mentalistas consagrados e intenta copiarlos pero no consigue encontrar el puntito ni la tecla que le haga dar el salto a la fama. Como siga con esa gráfica de fracasos en sus vaticinios y profecías… no pasará nada. En absoluto. El mundo seguirá siendo un sitio relativamente tranquilo. En el periódico nadie nota sus fracasos porque jamás llama a la redacción un Leo o un Tauro cabreado para pedirle cuentas, ni en las cartas al director reciben nada parecido a “Sr director del periódico soy una pobre anciana Sagitario enfadada…” y en la tele les da igual porque son unos cutres con más deudas que el ayuntamiento de Madrid y Antonio se las arregla para que las llamadas no acaben excesivamente mal. Como mentalista no valdrá pero como charlatán no tiene precio. Es experto en darle la vuelta a la tortilla dialéctica. Antonio Malagutti vive con su hijo de quince años y le dice a sus amigos que su padre está como unas maracas. Lo que más le gusta son sus ligues. Un día trajo a una mujer que lo miraba muy fijamente ya que era otra mentalista-psíquica que se parecía a Gracita Morales y que por lo menos mientras estuvo con ella, Antonio Malagutti vestía con gusto y no combinaba los verdes con los azules. Antonio intentó una vez meter en su repertorio, el tema del escapismo. Pero eso. Solo fue una vez. Hubo que llamar a los bomberos cuando se quedó colgado de una grua, sin desatarse ni un poquito. Allí estaba el tío colgado como una morcilla a veinte metros de altura y pidiendo socorro. El hijo le dice que es un patético y que por qué no se busca un trabajo normal, pero como sigue en la radio y en el periódico, se da aires de estrella de televisión y de periodista consagrado cercano a la clase  “periodista tertuliano” que es la clase cinco estrellas que anhelan todos los periodistas. A veces en el tiempo que hay entre llamada y llamada en la tele, que casi siempre es demasiado, Antonio como buen charlatán, tiene que improvisar algo.  Suele decirle a los televidentes que él les llevará por el camino recto y por la senda del guerrero. Que llamen para que les solucione y les encauce sus pobres vidas y que Nostradamus a su lado era un semiprofesional sin carnet. Eso sí bajo la mesa siempre hay un cubata de JB que son los que a él le gustan.

                                                           José Miguel Casado ©

sábado, 7 de abril de 2012

El día según san Matías

     Matías está viendo la tele saboreando un pepinillo en vinagre derrumbado en el sofá y pensando en la jornada que termina. Se da cuenta que ha sido un día incomprensible, incompleto y surrealista. Le falta algo y no sabe exactamente qué es. De todas y cada una de las personas con las que Matías ha entablado conversación a lo largo del día, ninguna ha terminado esa conversación o se han ido por los cerros de Úbeda. En todos los casos Matías se ha quedado con la boca entreabierta sin decir ni mú y asintiendo con la cabeza a su interlocutor.  Ahora duda si tiene algún problema psíquico, dislexia o algo por el estilo. No ha sacado nada en claro y lo único que recuerda más nítido son los “holas” y los “hasta luegos”.  Matías tiene una frutería y recuerda que María, su vecina, le ha pedido un kilo de fresas y luego ha empezado a hablar de la loca de su hija y en lo mejor de la película, María empieza a hablar del tiempo, de las tetas de silicona que se rompen y se va. Matías recuerda a Paco, un viejo del barrio, que ha comprado un saco de patatas y ha empezado a hablar de fútbol y ha terminado diciendo que las papas están muy buenas y que él le exige a su mujer, pobre mujer, que le haga siempre las papas a lo pobre y se ha puesto como un basilisco y se ha ido. Luego entró un policía local para un tema de un vado permanente que hay junto a la frutería, el policía suelta una letanía de la ley tal barra no se cual y termina hablando de las películas de John Wayne y de lo bien que trabajaba. ¿Pero qué se ha fumado la gente hoy?.Dice Matías mirando al horizonte.
     Una mujer se ha equivocado de nombre y en vez de Matías le ha dicho Mateo y ha empezado a hablarle de su padre que se llamaba Mateo y entre sollozos le ha pedido un mango y una papaya que no estuviesen muy verdes. Al borde del chillido y entre cliente y cliente cuando no hay nadie, Matías mira al techo y pide por su alma al Cristo de la Buena Muerte. En ese momento de recogimiento, un coche con megafonía, inunda el barrio desde lejos. Anuncia un partido de fútbol y termina con una coletilla en la que el locutor dice “ven aaaal fúrboool”. Sí. Fúrbol con R en vez de T. Después entra en la frutería un niño de unos seis años, despeinado y con un moco verde incipiente que le ha preguntado a Matías, siempre en nombre de su madre, que si vendía bacalao y que si no vende bacalao, que le dé un kilo de plátanos. Todo esto en nombre de su madre. El niño ha preguntado, ya motu proprio, si vendía gusanitos y cromos de la liga de fútbol. Otra vecina que  ¡oh Zeus! no quería nada, ha entrado a la frutería a hablarle del novio que se ha echado la hija de otra vecina que es cajera de un supermercado. Después viene Antonia, otra vecina, y le pide que le dé unos plátanos que no estén muy verdes y unas uvas gordicas y que si sabe a qué hora pasa el autobús y que si ha visto lo mal que se pone la calle cuando llueve. Que se lo diga al ayuntamiento.  Antonia antes de terminar  lo que iba a decir, coge una intersección y le dice con los ojos muy abiertos y una mano en la cara, que ha subido mucho la luz y el butano y que se ha dejado el puchero puesto porque hoy viene su Javi a comer y le gusta mucho el puchero con cebollas en vinagre.  Cero coma dos segundos antes de que Matías pueda argumentar ni un solo monosílabo Antonia se larga y entra en escena Faustino un hombre mayor del barrio, que va siempre con la sonrisa en la cara estilo “Ha llegado un ángel” de Marisol. Lo malo es que a Faustino apenas se le entiende nada porque no vocaliza ni una sola palabra. Matías entiende entre el puré de palabras de Faustino, “médico” y “artrosis”, pero cuando está a punto de mandarlo al logopeda de urgencias, Faustino desaparece como por ensalmo. Matías, que hoy ya está a punto de resolver la conjetura de Poincaré sobre un papel de estraza, cierra la frutería porque se le va a ir la cabeza y se larga raudo y veloz antes de que venga otra petarda. Cierra como cuando levantan el puente levadizo de un castillo para que no vengan más enemigos. De camino a su casa sólo le pide al cielo que lo que hay dentro de una botella de cristal marrón en el frigorífico sea cerveza fría. Y eso blandito sobre lo que se tumba sea una cama. No pide más.
                                                               José Miguel Casado ©

miércoles, 4 de abril de 2012

Los amigos de la justicia

     Si yo supiera que escribiendo lo que escribo no me lee nadie, tendría una úlcera de estómago de las gordas. Como todo el que escribe, la necesidad de que lo lean a uno que ya tiene en vena el veneno que le dan los lectores, se convierte en una necesidad casi fisiológica que raya en la neurosis. Lo normal. Pero cuando lo que escribes no es una historia ficticia sino una denuncia, la necesidad de que te lean sí es terapéutica y no es ninguna broma.  La noticia la escuché en la radio:
     Un juzgado de Madrid concede a Gonzalo Pascual, socio del ex presidente de la CEOE en Viajes Marsans, (véase Diaz Ferrán) una pensión de alimentos de 2500 euros mensuales. Al oírlo sufrí una reacción en cadena: náuseas, trágica caída de la cama, golpe con en la cabeza con la esquina de la mesita de noche, carrera al cuarto de baño y vomitona en la taza del wáter la cena de la noche anterior. Este hombre pidió una pensión de alimentos de 6000 (seis mil) euros mensuales para él y su esposa al juzgado de lo mercantil número 9 de Madrid porque según su escrito presentado, el matrimonio se encuentra en una “situación de precariedad económica” desde que le declararon en concurso de acreedores. Hasta el punto de que “ha debido procurarse alimentos por medio de los escasos préstamos que les han dado las personas más allegadas.” El juzgado va y accede a la petición de alimentos de Gonzalo Pascual, pero rebaja sus pretensiones hasta los 2500 euros mensuales. Al tio se le quedó una cara como a Benny Hill cuando miraba a cámara riéndose.  A todo esto cito: “las cuatro grandes empresas del sector turístico han denunciado a este hombre y el ex presidente de la CEOE, por un supuesto delito de alzamiento de bienes y denuncian que la presunta situación de quiebra es ficticia, porque tanto Díaz Ferrán como Pascual han ocultado la mayor parte de sus activos para evitar su embargo y el pago a los acreedores”.
Este hombre ha pasado a sus hijos parte de su patrimonio “con reserva del derecho a disponer el 95% de lo donado lo que evidencia que tales bienes siguen bajo su control y ha ocultado bienes en México, Holanda y Portugal, donde dispone de dos fincas de más de 800 hectáreas en total”. Después de digerir todo esto, lo de siempre. Paisaje desolador. Familias enteras en el paro, familias desahuciadas, trabajos basura por 450 euros, una reforma laboral que sobrepasa con creces los sueños y anhelos de cualquier empresario y aquí paz y allí gloria. ¿Qué les pasa a los jueces de este país? ¿Por qué no despiertan de Matrix y bajan a la realidad?. Encierran a ladrones de gallinas y ponen pagas millonarias a empresarios estafadores de guante blanco. Yo no sé qué más circunstancias se tienen que dar para que pase algo gordo y haya una guerra de clases pero no estamos muy lejos de aquella Francia de las guillotinas. Que sí que muy terrible y todo eso. Pero ya eso se me antoja pura higiene. 

                                            José Miguel Casado ©


 


jueves, 29 de marzo de 2012

Curso del 68

     A don Juan le gustaba escribir en la pizarra cuadros sinópticos llenos de llaves, paréntesis y corchetes con letra cursiva muy bonita y renglones rectos como su alma. La verdad es que tenía una habilidad especial para escribir con  tiza los renglones rectos y perfectos sobre la superficie lisa de la pizarra. Don Juan era profesor de matemáticas además de sacerdote. En un colegio de curas de la España franquista, no era extraño que un cura fuera profesor de matemáticas, de gramática o de ciencias naturales contradiciendo al mismísimo Darwin, por supuesto y poniendo a Adán y Eva en el lugar del Homo Hábilis y del Homo Sapiens. La espada flamígera y todo eso. Cuando alguien llegaba tarde o hablaba en clase don Juan llamaba al reo a su presencia y le atizaba un sablazo que al sonar, el resto de la clase pegaba un respingo. La pena capital se aplicaba con una regla de madera, en las palmas de las manos. Como el acusado apartara la mano se le daba doble ración. Una en la palma y la otra en el dorso de la mano. El peor sitio para el reglazo era en las corvas o en el trasero. Donde empieza la raja de la hucha. Justo ahí nacía una reacción interna, un mecanismo físico que como un incendio en un día de viento activaba un dolor que arrasaba  desde el trasero hasta la garganta. Insoportable para un mindundi de nueve años. Aunque los castigos tenían más modalidades como una de rodillas con los brazos en cruz sujetando varios libros, otra de rodillas de cara a la pared o lanzar directamente a la cabeza un borrador, unas llaves o lo primero que pillara a mano el cura de marras ya fuera don Juan, don Pedro o la Santísima Trinidad, que todos eran iguales. La foto de Franco y el crucifijo eran los testigos mudos de esas clases inefables de gramática, de matemáticas o de geografía. Esos mapas ocres con Castilla la Vieja y Castilla la Nueva llenos de ríos y cordilleras que eran otro caballo de batalla junto con la lista de los reyes godos y las tablas de multiplicar que había que recitar cantando como los niños de san Ildefonso. Don Jaime era el profesor de catecismo y el encargado de decir las misas los domingos. Era un hombre de treinta y tantos años de metro noventa con gafas de pasta negras y ensotanado. Impresionaba pero era el más tratable de las fieras pardas con sotana que había en el colegio San Cosme y San Damián. A don Jaime era el único de los curas al que los alumnos le cogieron cariño porque tenía algo que los otros curas no tenían. Sentido del humor, piedad y juventud. Los otros eran unos carcas y unas bestias inmisericordes. Don Jaime sorprendió un buen día a todos los niños del colegio con una merienda de chocolate y churros para todos.  Lo más sorprendente no fue eso sino lo que precedió a la merienda. Un concurso de monaguillos catadores de vino. Esos monaguillos con las caras redondas y metidos en situación tan profesionales todos con su alba blanca. Había que distinguir entre vino puro, vino dulce y vino con agua. En una pizarra se iban poniendo los resultados. Tras dos horas de cata ganó Pedrito Galín, un niño de diez años pelirrojo y con el flequillo por las cejas. La verdad es que algún monaguillo perdió el oremus ese día, como Julito Perez que le dijo a don Jaime que un día vió una aparición. La aparición dijo que era su vecina en pelotas tendiendo la ropa en el patio. Julito se quedó sin merienda, obviamente. Pero la merienda fue un pandemónium. Esa fiesta de monaguillos perjudicados por el vino, riendo y hablando más de la cuenta sobre manteles blancos y que Velázquez olvidó pintar como pintó a sus borrachos. Demasiado estruendo en el patio del colegio. Era verano. Demasiados niños a la vez pasados de vueltas. Menos mal que don Jaime supo controlar la situación con la compañía de la guardia pretoriana: don Luís el cura de ciencias naturales, don Juan el cura matemático y don Enrique el director. Don Enrique tenía la característica peculiar de que era un cura de más de cien kilos con cara de verraco pero con una voz demasiado aguda para su aparencia y que cuando mandaba silencio, el silencio se volvía jolgorio. Para finalizar hubo una entrega de trofeos para el primero, el segundo y el tercer monaguillo catador. El pódium lo formaban Pedrito Galín primero, Javier Tolosa segundo y Marquitos Mitch, que era medio alemán, tercero.

                                                        José Miguel Casado ©