Días después de la muerte de su padre, a
Maricruz le vino el don de predecir el pasado cuando hablaba con su prima en la
cafetería. Prima, entre nosotras. Tu has tenido un amante hace poco ¿no?. ¿Ayer
a eso de las cuatro y media más o menos?. Lo recuerda como si le hubiera pasado
ayer y hace ya diez años. Diez años que se fue su padre y diez años que su
prima no le habla desde que se le cortó el café con leche y se fue de aquella
cafetería. Maricruz era una de esas mujeres que salía en la tele a horas intempestivas echando las
cartas del tarot. Bueno, ya no trabaja en la tele ahora trabaja en la cocina de
un restaurante. Si es que cuando no se
dicen las cosas claras se embarulla todo. Resulta que era una pitonisa rara avis, porque en vez de leer el
futuro, Maricruz leía el pasado. A su último cliente le dijo que había tenido
una culebrina y que tenía ladillas. El hombre se puso como una furia. Oiga que
yo no he llamado para que me diga el pasado. Es lo que las cartas me dicen. ¿Y
no le dicen nada más?. No. Bueno sí pero es que ayer afanó unos pasteles de
chocolate en el Mercadona. De los que hay que pesar en la báscula en una bolsa.
Oiga póngame con su jefe, dijo el hombre, que quiero poner unas hojas de
reclamaciones. Mi jefe está dormido ahora, caballero. Son las tres de la
mañana. Mírese. ¿Qué hace un hombre hecho y derecho como usted llamando a las
tres de la mañana a una pitonisa?. Sí, tiene usted razón, pero no me cambie de
tema, quiero hablar con su jefe. A Maricruz no se le ocurre otra cosa que darle
el número de teléfono de su jefe. Al día siguiente recibió una llamada en la
que le conminaban a que no fuera más a leer el tarot por la tele. Estaba
despedida. Me da igual –dijo- a gritos por el auricular ¿qué se puede esperar
de una tele de mala muerte que solo sabe poner pitonisas y películas porno
retro?. De esto hace ya diez largos años.
En la cocina del restaurante donde está
ahora, está bien pero no es lo mismo. Donde va a parar. Todo es un ir y venir
que nada tiene que ver con la tranquilidad de estar sentada en una mesa camilla
ante una cámara, lejos del bullicio. Calefactor o ventilador, según la época
del año y café calentito. Nadie que te meta prisas por nada, solo ella y la
cámara. Bueno y el operador de cámara. Llegaba a la tele fichaba a las doce de
la noche y hasta las seis de la mañana allí sentadita. En el restaurante, se
agobia mucho con las comandas. Cuando no han terminado de pedirle una
hamburguesa de buey completa o un entrecot a la pimienta con rábanos trufados
ya le están pidiendo una ración de berenjenas con miel o una de calamares y
Maricruz se cabrea mucho y le dice a sus compañeros: oye que no me agobiéis que
os leo el pasado y veremos a ver quién tiene la sartén por el mango. Mientras
hace una bechamel, echa a la freidora las croquetas de la abuela, que es como
se llaman las croquetas congeladas de jamón en la carta del menú. Maricruz no
echa de menos su época de echadora de cartas en una tele local, pero a veces
recuerda con regocijo esas noches al calorcito del calefactor bajo las enaguas
de la mesa camilla y un café caliente al lado. Ahora lo que la hace seguir en
la cocina del restaurante es mantener el trabajo que tiene porque se considera
una privilegiada al tenerlo. Maricruz tiene cuarenta y tantos y desde que tuvo
un novio que se llamaba Luís y que trabajaba en un matadero, aborreció a
algunos hombres. Luís era un hijo de puta de los muchos que hay que maltratan a
las mujeres. El pobre tuvo un triste final cuando terminó de beberse el
carajillo que siempre se bebía a las cuatro de la tarde y que Maricruz le
preparaba con tanto cariño. Desde entonces su pareja se llama Valentín. Lo
bueno que tiene Valentín es que hace todo lo que ella le dice, tal y como ella
se lo ordena. Valentín es azul y es un pene vibrador de veinticinco centímetros
que compró en una de esas reuniones de taper-sex y que su amiga Mariajo la
inició. Cuando está con él se olvida de las prisas del restaurante y de cuando
leía los pasados de las personas. Maricruz te recomiendo a Valentín, le dijo su
amiga, es más espigado que Mustafá pero no tan grueso y de textura menos rugosa.
Lo curioso de Valentín es que tiene tres velocidades y es sumergible. Maricruz
no le puede leer su pasado porque no le hace falta y eso en un novio es un
potosí.
José Miguel Casado ©