domingo, 9 de diciembre de 2012

La lucidez de Pedrito


   Lo de este niño no es normal, dice Laura, una madre asustada y sorprendida. No te preocupes mujer será un niño pródigo de esos, dice Javier entre las sábanas. Ay Javier tú todo te lo tomas a broma coño. Se dice prodigio. Niño prodigio, no niño pródigo. Lo que nos faltaba ya.

     Pedrito es un niño que cuando tiene unas décimas de fiebre, es más lúcido que cuando está sano. Habla por los codos desde su cama, cuartel general de los niños enfermos. Como no hace nada, se le ocurren las preguntas más peregrinas mirando al techo o mientras ve los dibujos de un tebeo. Mami ¿por qué el boli que está junto al teléfono nunca escribe? O ¿por qué papá sonríe y entorna los ojos siempre que ve a la vecina?. Pedrito tiene cuatro años y habitualmente cuando habla muy vehemente por algo y no se le entiende nada, su madre pierde la paciencia y sale a buscar corriendo a su amigo Luis Felipe de cuatro años también, que vive en la puerta de al lado, que está en su misma clase y que hace las veces de traductor jurado. Lo de jurado es por la cara que pone el crío de responsabilidad sobrevenida cuando habla con la madre de Pedrito. Los lunes una hora antes de salir del colegio, a eso de las una, va a clase una logopeda para “hablar” con Pedrito y con Marta. Otra niña que habla en noruego antiguo y que no hay Cristo que la entienda. La pobre maestra procura no ponerlos juntos porque sería un diálogo infernal y una espiral infinita de cinco horas. Pedrito es carne de logopeda o maeta golopea como él dice, desde los tres años, aunque cada vez se le entiende menos. Su madre está desconcertada cuando habla con él. Hay veces que lo mira en silencio y se pregunta qué lío tendrá dentro de ese melón que tiene por cabeza para que no se le entienda ni una palabra de lo que dice. Excepto cuando tiene un poco de fiebre que parece un académico de la RAE. Mamáaa traeme una manzanilla con una cucharada de azúcar y que no esté muy caliente que se me quema el paladar. Virgen Santísima piensa Laura asustada. Parece otro niño cuando está malo. El jodío. La madre hay veces que duda si darle la medicina o no. Laura piensa a veces que se preocupa demasiado por el habla de su vástago piensa que lo sobreprotege pero le da igual porque es algo desconcertante. Cuando se pone malo habla bien y cuando está bien habla mal. ¿Por qué a los demás niños no les pasa esto?. Laura recuerda cuando de pequeña una gitana de las que leen la mano le dijo que tuviera cuidado con los niños. Y ella  achaca lo que le pasa a su niño a aquello. No quiere ver la cara de broma que tenía la gitana. Shiquillah ten cuidaico con lo niño que zon mu peligrozoh.      

 

      Los inviernos son muy amenos en casa de Pedrito, porque como se pasa casi toda la época de frío constipado pues al niño se le entiende lo que habla por lo menos mes y medio. Unas décimas de fiebre son mano de santo para su cerebro. ¿Mamá, por qué papá aprieta el botón del mando de la tele tan fuerte cuando se queda sin pilas?. Laura no sale de su asombro y teme que cuando llegue el verano su hijo se convierta otra vez en un elfo del país de los elfos que habla en élfico. Sólo se le entiende mamá, porque mamá en élfico se dice mamá igual que en noruego antiguo. Don Blas el pediatra lo mira muy fijamente tras las gafas de hipermétrope y le pregunta a Laura. ¿Qué tiempo tiene tu niño? o de dice: Este niño tiene las anginas muy gordas. Frases cliché de un pediatra que son como comodines de la pediatría y que sirven lo mismo para una madre cabreada que para una madre sin personalidad. En pediatría o en medicina hay en primer curso una asignatura que se llama “Frases cliché”. O la frase-lema de los pediatras: “Eso es un virus que lo mismo que viene se va. Eso anda mucho ahora”. Un virus que anda, piensa Pedrito que se limita a mirar a don Blas con la boca entreabierta muy serio y con un moco verde asomando por la nariz . Su cabeza le sigue dando vueltas a lo del virus que anda. Babá be quiego ig a caza.

          

                                                               José Miguel Casado ©
                                       
 

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