sábado, 1 de noviembre de 2014

"El hombre del cementerio"

                                   “No hay medicina para el miedo”
                                                             Proverbio escocés

       Yo hace tiempo que vengo por aquí. Me gusta la serenidad que me transmite el cementerio. Me siento en un banco, respiro hondo, cierro los ojos, oigo los pájaros, visito estatuas que me gustan y esos panteones excelsos dignos de cualquier obra de arte de la mismísima Roma eterna. Sin embargo la paz habitual se rompe hoy, primero de noviembre como todos los años. La gente viene en masa al cementerio a visitar a sus seres queridos y a mi no me molesta. En silencio vienen, en silencio limpian, rezan una oración, pasean un rato y en silencio se van. Respeto es lo que siento en un dia como hoy. El guarda del cementerio mirando al suelo preguntó -¿Pero usted viene todos los días no?. Sí. Visito la tumba de mi madre a la que perdí hace muchos años, pero me quedo  el tiempo que haga falta porque me gustan sus calles largas y sus avenidas, sus bancos para que la gente se siente y descanse. Sus maravillosas estatuas de ángeles, sus panteones, su atmósfera hospitalaria que me atrae como un caramelo atrae a un niño. La voz del hombre del traje negro era suave y sonaba extraña como si tuviese una ligera disfonía.  Las hojas secas del suelo se movían con la brisa y enmarcaban el paseo del hombre del traje negro y del guarda del cementerio en un cuadro de extraña belleza. Mientras los dos hombres hablaban, la tarde caía inexorable en el cementerio el día de todos los Santos. Los dos se perdieron entre la gente. El guarda seguía conversando con el hombre a la vez que pensaba en lo extraño que se le hacía ver a este tipo casi a diario y hoy era el único día que hablaba con él. Precisamente ese uno de noviembre fue el único día que le dirigió la palabra. Lo veía siempre a lo lejos, pero le dejaba en paz y nunca le decía nada porque no hacía nada malo y tenía el respeto y el silencio que hay que tener  en un lugar como este. El guarda lo veía como un elemento más del cementerio, como se ve a una estatua o a un ciprés. -Ya ve usted llevo muchos años viniendo por aquí y es el lugar que más me reconforta porque el respeto de la gente no se ve fuera de estos muros y aquí veo sus caras apenadas pero sé que sus corazones no están tristes. Me dan serenidad y siento como propio el amor hacia sus familiares que se fueron. El cielo se nubla y la brisa se hace más pertinaz. -Empieza a hacer frío –dice el guarda- Sí parece que va a refrescar –responde el hombre del traje negro. Las hojas secas volaban y el aire olía a lluvia. Los cipreses se inclinaban venteados al unísono igual que un enorme peine que alisara las nubes. En el cementerio empezaba a oscurecer y los nichos se volvían sombras. Agujeros negros en una pared infinita como un panal gigante de abejas. Las estatuas impasibles ante la gente y el frio. Desnudas para siempre. Mármol sucio de estatuas eternas. Los panteones grises y negros en el ocaso son palacios pequeños en honor a dioses antiguos de carne y hueso pero que solo guardan de esos dioses, huesos. La gente paseaba como a cámara lenta movidos por el compás extraño de una letanía lejana, entre las lápidas de las tumbas más antiguas que había bajo el mismo suelo. Eran las seis de la tarde del día de los Santos y el cementerio ya se iba vaciando porque a nadie le gusta mucho estar ahí cuando cae la noche. La gente que queda en el camposanto empieza nerviosa a mirar su reloj porque a las siete ya es de noche. Les empieza a entrar esa premura incómoda de los hechos ineludibles pero deseables. Ansiedad. Es como un miedo atávico. Un temor antiguo. Un cementerio de noche. El guarda recuerda que lleva trabajando en el cementerio diez años y desde que entró veía todos los días al hombre del traje negro que hoy excepcionalmente conversaba con él y se preguntaba cómo puede a una persona gustarle tanto un lugar como ese para visitarlo todos los días. Recordó que el hombre del traje negro le dijo antes que visitaba la tumba de su madre que murió hace años. El pobre viene todos los días a verla. -Recuerdo cuando usted entró a trabajar-. El guarda lo miró curioso. En ese momento un trueno rajó el cielo sobre sus cabezas. -Y a su antecesor, Santiago, que estuvo otros once años y al antecesor de Santiago,  Ezequiel que estuvo otros veinte años y al anterior a Ezequiel…. Un escalofrío que sintió en cada vértebra, recorrió la espalda del guarda como un rayo de tormenta atraviesa un árbol. Recuerdo cuando se inauguró este cementerio todo era tan…diáfano. Había espacio por todos lados y era bastante más triste...El hombre del traje negro hizo una pausa y con voz más grave dijo: …recuerdos. Una ráfaga de viento golpeó a los dos hombres como una onda expansiva. El guarda paralizado por el miedo y desorientado, oyó esas últimas palabras como un eco y sin mirar al hombre del traje negro, buscaba con los ojos muy abiertos dónde estaba la cancela del cementerio para salir como alma que lleva el diablo. Pero no la encontraba. El aire húmedo movía los cipreses y las hojas secas del suelo. Las estatuas ofrecían ese cuadro negro que les da la noche nublada y el sonido del viento. Las tinieblas cubren el cementerio. Es la noche del día uno de noviembre. El guarda temblando, miró en todas direcciones pero no encontró al hombre del traje negro. Su desesperación palpitaba en las sienes.  Se había quedado solo y vacio. Igual que si no tuviera sangre. Como un cementerio.


                                                                            José Miguel Casado

                                                               

domingo, 12 de octubre de 2014

Granada bajo la lluvia


     Llueve sobre Granada y sobre el sueño plácido de la gente. A las tres de la madrugada el tintineo de la lluvia sobre las tejas de mi casa me despierta. El sueño se transforma en insomnio tan rápido como Superman se cambiaba de traje en una cabina telefónica. La lluvia a veces me recuerda el mar, el sonido de las olas que hipnotizan como si fuesen un corazón oceánico y que hacen que la gente mire el horizonte buscando en el desván caótico de sus pensamientos y fijando la vista en un punto invisible. El sonido rítmico de las olas anheladas de la arena del verano y del olor a salitre. La lluvia es una máquina del tiempo que solo te transporta a veranos pasados o al presente confortable e inmediato de un invierno interior bajo las sábanas. Escribo esperando que el sueño que se ha llevado la lluvia vuelva, pero es poco probable. A esta hora los adjetivos se agolpan con los sustantivos en una fila de churrería un domingo por la mañana. Valoro la opción de los somníferos pero desecho la idea de estar todo el día con una resaca inmerecida que me duerma por las esquinas.
      El teclado del portátil suena clandestino en la madrugada, el ordenador te pregunta que donde vas quillo que no son horas, pero es lo que hay. En la radio solo se habla de plagas bíblicas o de deportes así que ha sido descartada. Con las gotas de lluvia a borbotones fusilando las persianas, agua de sopetón que echa de menos la lluvia de los 80 que caía mejor repartida que ahora excepto por levante con su gota fría y sus gordos de lotería de Navidad. Al parecer antes una cosa era sinónimo de la otra.
     Asomar la mano por la ventana a horas intempestivas es un ejercicio de irresponsabilidad y de tontuna de naufrago caprichoso. Es arrasada inmisericorde por la voracidad del agua y de inmediato el olor a tierra mojada y a oscuridad invade la habitación. La lluvia sumerge a todos los barrios vecinos bajo su manto de hilos verticales que atraviesan el velo sucio de la contaminación y que deja la ciudad como los chorros del oro. Si no cae el agua como el otro día que dejó Granada como los chorros del oro pero sumergida como una Pompeya acuática. Por las calles color sardina se ven reflejos de faros de coches solitarios que rajan la oscuridad un instante y se marchan dejando una estela luminosa en el suelo mojado. Aunque no sea lunes, Granada se transforma en una ciudad ocre a eso de las siete.

                                                                                          José Miguel Casado ©


sábado, 27 de septiembre de 2014

Comida quemada


     Serían las dos y cuarto de la tarde cuando Héctor salía del ascensor pensando en por qué los oculistas de los años ochenta le ponían parches de color carne a algunos niños en un solo ojo y por qué ahora no se ven niños con esas pintas. ¿La policía habría descubierto que era una puta tomadura de pelo para reírse de los pobres niños?. Algún padre avispao denunciaría. El olor a comida quemada en toda la cuarta planta lo devuelve a la realidad. Las probabilidades de que el olor no saliera de su casa eran escasas así que no se hacía ilusiones pero lo pensó por un instante. Un instante de esperanza. La sensación de haber vivido eso en otro momento, dicen los psicólogos que corresponde a estados de fatiga. La madre de Héctor llevaba fatigada años y lo que necesitaba urgentemente era eso, un buen psicólogo o un buen psiquiatra porque traía a su familia por el mal camino. Una vez la llevaron a un psicólogo argentino que siempre le ponía el test de Rorschach (el de las manchas) y la mujer siempre veía una sartén de migas o una olla express llena de lentejas reventada por culpa de dejarla demasiado rato en el fuego. La mujer tenía una manía que la hacía quemar todas las comidas para matar los microbios. Decía que era más sano. Le asaltaban pensamientos intrusivos, persistentes que le producían inquietudes y preocupaciones varias y peregrinas como preguntarle a la vecina por el ojo patio la hora cada diez minutos. Cuando estaba pelando las patatas pensaba si sentirían dolor o si tendrían muchos bichitos microscópicos viviendo todos en el planeta patata. Siempre llegaba a la misma conclusión: Hay que quemar un poco la comida por nuestra salud. Por la salud de toda su familia. Ya fuera paella, un entrecot o un potaje de lentejas. Las ensaladillas rusas resultaban incomestibles aunque las tapara el velo de la mayonesa con los pimientos morrones dibujando un sol o un calendario azteca. Las comidas empezaban con un saborcillo ocre y después, el sentido del gusto se maximizaba con el olfato. Las cuatro personas que había sentadas en la mesa camilla a la hora de comer formaban dos bandos: Héctor y su padre que estaban de acuerdo en que la madre estaba con los cables cambiados y en que la vida era un desastre por culpa de las comidas de Paquita, la madre, que solo contaba con el apoyo de su hija. El padre le decía a la hija por qué apoyaba a la madre. ¿Pero por qué no la ayudas a cocinar hija? –Si yo la ayudo lo que pasa es que deja la comida un poco más de tiempo en el fuego y le da saborcillo. –Además no tengo tanto tiempo con mi trabajo. De todas formas así está también muy buena. Héctor y su padre se miraban y pensaban al unísono si merecería la pena meter a la madre en una residencia o en un centro de día por lo menos. Un domingo por la mañana Paquita dijo que se iba a comprar churros y no la encontraron hasta el martes. Se había ido a la estación de autobuses y la encontró Scotland Yard en Gibraltar. –Es que quería ver el Peñón, uuuuuh que pila de guiris hay allí –decía. Vino de su aventura demasiado locuaz y se pasó el día hablando entusiasmada, con los ojos como platos y riendo. Paco, el marido, le dio un tranquimazín 20, pero no se calló hasta la mañana siguiente.
Héctor trabaja en una frutería y mientras le piden tres puerros y un kilo de kiwis  se queda absorto con la mirada perdida pensando en su madre y en por qué le quema las comidas. Qué cosas más raras joder, piensa. –Chico qué te pasa le dice una mujer con gafas de culo de vaso. –Nada señora cosas mías ¿qué quería?.   La madre de Héctor cada vez que le han preguntado por qué quema las lentejas, las paellas o los garbanzos siempre contesta que son unos desagradecidos y termina la frase  “.....con lo buena que está” y se pone a llorar. La madre es la única que está en casa porque los demás trabajan, Hector en la frutería, su hermana en una peluquería y su padre es celador de un ambulatorio y a veces también viene tocado de la cabeza por culpa del trabajo. –Hoy ha venido una mujer y como no tenía número, para colarse en la consulta ha fingido un desmayo y se ha abierto la cabeza en la caída.  La mujer se ha liado a guantazos con las enfermeras y con los médicos ha habido que llamar a la guardia civil. El padre de Héctor también narra su vida con los ojos muy abiertos y mirando a un punto fijo de la pared. El olor a quemado es penetrante. La campana extractora de humos de la cocina suena horas y horas con un zumbido al que se han acostumbrado los que viven en esa casa.  Paquita trae para cenar una bandeja de berenjenas fritas y Héctor la mira con los ojos entornados y pensando como piensa un asesino de madres pero se levanta a por el bote del bicarbonato. Su madre está ahora preguntándole la hora a la vecina por el ojo patio.


                                                                                                       José Miguel Casado ©


lunes, 30 de junio de 2014

EL PADRE MÚSICO



     El último día antes de las vacaciones de Semana Santa a las cinco de la tarde hacía un calor de justicia como todas las cinco de la tarde que tienen siesta. En el colegio para recoger las notas de los niños más calor aún porque el sol entraba inmisericorde de macetilla por las ventanas del aula de 4ºA. Foto panorámica de padres y madres sentados en mini sillas y mini mesas, todos muy serios y muy responsables esperando que la seño Maria Angustias acabe de hablar por teléfono con su madre. Sí mamá que te tomes las pastillas, no vayas a marearte y te pegas otro porrazo con la encimera. Y no salgas tanto. Venga mañana voy a verte que ya tengo vacaciones. Madres con abanicos y padres abanicándose con las manos o con lo primero que encuentran. Perdonad es que he estado hablando con mi madre, dice la seño Maria Angustias. Bien vamos a comenzar la reunión de lo que vamos a dar en la tercera evaluación, si no nos pilla el toro. La seño Maria Angustias está nerviosa porque no le gusta hablar en público y bebe agua demasiadas veces y le da vueltas a un boli con maestría circense con una de sus manos. Bien vamos a hacer un viaje a la Alhambra y otro a la granja escuela, ya os mandaré lo que vale cada uno y el que no quiera venir que ese día no venga al colegio. Una madre la mira aburrida con un niño recién nacido en los brazos y suplicando que la reunión acabe pronto. En matemáticas vamos a seguir con las fracciones y con las divisiones por dos cifras sin olvidar los problemas. Para problemas los míos piensa un padre que acaba de robar un bote de colonia de marca en El Corte Inglés y ahora tiene remordimientos porque las cámaras de seguridad lo han visto todo. Malditas cámaras, piensa. No lo volveré a hacer, lo juro. Ya lo ha hecho más veces pero no se puede resistir a la tentación y al chute de adrenalina que siente cuando coge lo que no es suyo.  Otro padre piensa que los demás padres son todos funcionarios menos él seguro, porque va con el mono blanco de pintor y los otros tan maqueados. Una madre se fija en lo maquillada y lo bien vestida que va otra madre. Hay que ver siempre va esta de peluquería, piensa. -Bien en música estamos con un poco de historia de la música... En esto que un padre con gafas y peinado con media melena y con la raya del pelo en el medio dice a la vez que levanta la mano: A mi me gustaría saber qué está dando mi hija en música porque siempre que le pregunto nunca sabe qué contestarme y cuando me contesta me dice que están dando las negras. Siempre están dando las negras, da igual el día del año que le pregunte que siempre están dando las negras. Los demás padres lo miran con sorpresa. Al padre se le infla la yugular porque se involucra demasiado en lo que dice y se nota que es músico de cámara como mínimo. Suda la gota gorda con la camisa de manga larga. La manía de las camisas de manga larga en verano. El padre sigue con su discurso de las notas musicales, sigue atrancado en las negras y en las semicorcheas cuando suena el móvil de la maestra. Perdonad es que tengo a mi madre mala. El padre músico se calma como saliendo de un Vivace-Presto y entra en un Adagio que lo serena y le hace mirar a su alrededor y captar las caras de todos los padres y madres que hay en el aula que lo miran de reojo y le dicen con las miradas, “vaya tela con el sabiondo este”. Mientras, la seño Maria Angustias termina de decirle a su madre que no confunda por segunda vez las pastillas moradas con las azules porque le va a dar un sueño de caballo donde la pille. La primera vez que se confundió y se tomó las pastillas del sueño, Morfeo la pilló en plena partida semiclandestina de brisca en casa de sus amigas. Entre el anís la Castellana que se estaban pimplando las abuelas y las pastillas de los nervios, tuvieron que transportarla al sofá porque se caía de la silla. La tutora vuelve a entrar en el aula después de hablar con su madre. El padre músico se prepara ansioso para volver a oir con los cinco sentidos a la tutora de su hija. Los demás padres quieren que el padre músico intervenga de nuevo porque han pasado un buen rato. Bien como decía –prosigue la seño Maria Angustias-  hablaré con la seño de música para que les indique un día de reunión con ella y ya le preguntan por donde van sus hijos en esa materia si tienen tanto interés. Creo que van por las negras...

                                                                                           José Miguel Casado ©

 

viernes, 14 de febrero de 2014

CONSULTORIO

     En la puerta del consultorio médico, todavía en la calle, hay dos mujeres hablando.  Una dice que si no fuera porque tiene que venir todas las semanas a tomarse la tensión no vendría al médico nunca, porque no le hace gracia. Cada vez que la enfermera le toma la tensión, le sale más alta que el Mulhacén. Es pisar el centro médico y ponerse como una moto. Tiene el síndrome de la bata blanca. Las dos van vestidas casi igual, ambas de la misma estatura, unos sesenta años, rebeca de lana marrón, falda y medias color carne hasta las rodillas. Zapatillas de paño. Dentro hay otra mujer que no habla muy bien de los resultados que dan algunos medicamentos. -¿Si me manda esto para qué me manda lo otro también?. Dice esto y lo otro sin saber exactamente a qué medicamento se refiere. A su lado hay una mujer joven esperando que se le pase el mareo por una extracción de sangre, remangada y con el dedo índice y un algodón puesto sobre el agujero que le ha dejado la aguja. Sujeta un tetra brik pequeño de zumo de piña con la mano derecha. Son las ocho de la mañana y todavía no ha desayunado por culpa de la analítica. Tiene que hacerse controles anuales porque le salió el colesterol alto, en la revisión médica de su empresa. Aunque está delgada ella lo achaca a la herencia genética de su madre. –Maldita la herencia que no es de dineros, dice.
     De las cinco consultas que hay en el ambulatorio, están casi todas vacías menos la número 5. Un hombre se queja de que siempre es la consulta que más gente tiene porque es un médico muy bueno y muy atento, otra mujer lo mira y asiente con la cabeza diciendo que como a la gente le dé por algo ahí que van todos.
     Los efectos de mezclar medicamentos con fiesta y sus incompatibilidades todavía no están testados médicamente porque siempre hay conejillos de indias voluntarios que lo comprueban sin que nadie les diga nada. Un muchacho de veinticinco años está sentado en la sala de espera metiendo la cabeza entre las rodillas y mirando los tubos fluorescentes del techo en un movimiento rítmico que tiene a los de su alrededor  desconcertados. Anoche estuvo de fiesta y se tomó un par de pastillas para el dolor de cabeza pero no sabe si fue valium o aspirinas que luego mezcló con una borrachera de cubatas de garrafón y alguna que otra pastilla divertida y ahora está que no sabe si es él o Dorothy en el país de Oz. Una enfermera se lo lleva para hacerle unas preguntas pero el colega no está para nadie y por lo visto lo ve todo en technicolor. Dentro de la consulta de enfermería se oye gritar al muchacho. -¡Que yo me quiero ir! -¡Que yo me quiero ir, dejadme cabrones!. Un enfermero corre hacia la consulta. Unas abuelas que hay cerca mueven la cabeza negativamente en una estampa cómico-siniestra.

     En la sala de espera de la consulta 2 hay un hombre de unos sesenta años que le dice a otro hombre con bigote que no está gordo porque coma mucho está gordo porque tiene mal el tiroides.  Está sentado sobre dos asientos. El hombre con bigote piensa en que por mucho tiroides que tenga este, es mejor comprarle un traje que invitarlo a comer y le dice que lo que él tiene es que está fatal de las rodillas, de los riñones, de las hernias de disco L4 y L5, del estómago, de los gases, de los juanetes, retira lo dicho sobre las rodillas y dice que de los huesos en general, pero lo que peor lleva es lo de los nervios justo cuando un niño pequeño con un coche de policía le da la brasa junto a la oreja derecha. El hombre busca a la madre del niño con la mirada y ve que está hablando por el móvil y mascando chicle a la vez. Una joya, piensa. Mientras, el niño de tres años hace un ruido tremendo sobre todo cuando está cerca de los tímpanos de la gente con un coche de policía con las pilas nuevas y sus sirenas y sus lucecitas rojas y azules. El hombre nervioso recuerda que debe tomarse el tetrazepam 50 aunque sea contraproducente para él, se ha acostumbrado y no puede dejarlo. Sonríe al niño y por dentro sopesa la idea de quemar con gasolina al crío, a la madre y al juguete.

Jose Miguel Casado ©


sábado, 4 de enero de 2014

LOS REYES MAGOS DE AQUI (REMASTERED)


      El ex-papa Benedicto XVI, en su afán de protagonismo dogmático se acostumbró a que la gente se creyera al dedillo todo lo que decía.  Aparte de que en el portal de Belén no había ni mula ni buey, dijo también que los reyes magos no eran de oriente, sino de occidente. Del tope del occidente que se conocía hace dos mil años. De la mismísima Bética o de Tarsis en Huelva. Lo dijo en su último o penúltimo best-seller. Me imagino a esos tres hombres no cualificados, el día que les tocó hacer el viaje a Belén. Porque antes de irse estaban en el paro. ¿Que no?.

     Año 0. Sevilla 8:45 de la mañana. Hola ¿cómo os llamais?, yo me llamo Melchor. Yo soy Gaspar y yo Baltasar. Tu no eres de aquí. No. Soy inmigrante subsahariano de Senegal. Pues yo soy del mismo Cai, del barrio de la Viña. Y yo de Dos Hermanas, dice Gaspar mirando el vestíbulo de una empresa multinacional donde les han citado en Sevilla. Por la megafonía se oye una voz femenina: Señores Melchor, Gaspar y Baltasar vayan a la oficina 1, les está esperando el señor, Zanchez. Hola buenas que nos han dicho en la ETT que viniéramos aquí porque este trabajo está muy bien pagao.  El señor Zanchez, con Z, lleva veinte años en Gobierno Divino S.A. acaba de escribir algo en un pergamino con una pluma de ganso y raudo y veloz se lo ha llevado un mensajero de la agencia de mensajería Seur Tartessos. Les hemos citado aquí, dice el señor Zanchez con Z, para que realicen un trabajo en el extranjero muy bien pagado por cierto. ¿En Germania? Dice Melchor alarmado, porque mi cuñao se ha tirao allí seis meses y se ha tenío que venir más pronto que deprisa porque ya está todo mu trillao. No caballeros, dice Zanchez con Z. En Palestina, pero no se asusten que está muy bien pagao y por la seguridad no se preocupen tampoco. Por mí vale, dice Baltasar, yo estoy ya harto del top manta y de vender paquetes de pañuelos a los carruajes de los caminos. Por mi también vale, dice Gaspar, yo llevo tres años en el paro y con tres churumbeles, así que pisha, dónde hay que firmar. Melchor los mira con los ojos muy abiertos y dice: donde hay dos carajotes puede haber tres asin que vamos ande sea. El señor Zanchez con Z, pasa a explicarles la operación. Ni que decir tiene o por si no lo saben que nuestra empresa trabaja para el Gobierno y lo representamos allí donde haga falta. Ustedes representarán a los reyes de Tartessos, ante la imposibilidad de que viajen ellos en persona por razones de Estado. Les explico. José es un jubilado de nuestra empresa que nos ha hecho durante más de treinta años todos los trabajos de carpintería, entre ellos el harén de Tarsis es obra suya. Ahora se jubila, y queremos hacerle un regalo por el nacimiento de su hijo y por su jubilación.  José vive en Palestina, donde teneis que ir. Los tres candidatos se miran con sorpresa. Ya he hablao yo con Adecco y se os pagará un 50% ahora y el otro 50% a la vuelta. Teneis todo tipo de apoyo logístico y de personal para tan largo viaje. Los regalos que teneis que llevar son tres cofres con oro, incienso y mirra. Otra cosa. A José le gusta el ilusionismo así que también le vais a llevar un juego de magia Borrás, pero antes de dárselo le haréis dos o tres trucos para impresionarlo. Nuestro monitor de magia les enseñarán los trucos. Si hacen bien este trabajo, después pasarán a fijos discontínuos con nosotros. Buena suerte caballeros. Gracias señor Zanchez.

      Una vez en camino, Melchor Expósito, soltero, 45 años del barrio de la Viña de Cádiz, Gaspar Cogolludo, de Dos Hermanas, 39 años, casado y con tres hijos y Baltasar N´Dour 35 años casado y con un hijo en Dakar, Senegal, salen de Sevilla con una comitiva de diez mulas y tres camellos. Los acompañan una patrulla de lanceros tartessos hasta la desembocadura del Guadalquivir donde embarcarán en una trirreme que los llevará hasta el puerto de Tiro en Fenicia. Seguirán ruta hasta Nazaret en Galilea donde se supone que vive el tal José. Luego se llevarán la sorpresa de que la familia no está allí y tendrán que buscarlos si quieren cobrar, aunque sea por medio de una ETT.  Ya dentro del barco los tres compadres y todo el séquito se acomodan como pueden. Entre tanto remero y tanto animal aquello parece el arca de Noé. Me pellizco y no me lo creo quillo, dice Melchor, yo estoy aquí porque no encuentro na de na. Ni de pintor de cariátides joé. Lo que pasa es que el bicho este del barco me marea un poco. No preocuparte, dice Baltasar, yo vine en patera y ya acostumbrado. Melchor está ensimismado como soñando despierto. Lavin pisha que braguetaso hemos dao. Cuatrosientos sincuenta sestersios ahora y otros cuatrosientos sincuenta cuando vengamos. Cazi ná al aparato. Eso si espero estar de vuelta para antes del carnaval quillo. Mi amigo Nicolás también lo llamaron de otra ETT para trabajar en algo parecido. Repartir también mogollón de regalos y eso. Algo parecido a lo nuestro solo que él tenía que hacer el trabajo solo, con un disfraz rojo y en turno de noche. Tenía que ir solo y además estaba gordo como una camella preñada, no sé cómo pudo terminar el trabajo.

     Nazaret, 11:35 de la mañana. La caravana llega a la ciudad un poco azorados y polvorientos por el viaje desde tierras tan lejanas. Un día normal en una ciudad con mercado y gente que va arriba y abajo. Le preguntan estérilmente a un hombre con turbante que les contesta si quieren una alfombra de Mesopotamia buena, bonita y barata insistentemente como unas veinticinco veces. Gaspar lo mira y le dice que es más pesao que un acreedor argentino. Después le preguntan a una mujer que vendía licor de coco ¿José el carpintero? Sí, ahí al lado está su carpintería pero salió hace unos días hacia Judea, con su esposa embarazada, iban en una burra. En la carpintería cerrada a cal y canto había un letrero de “Se alquila este local”. Era una construcción de adobe no muy grande, de unos cien metros cuadrados rodeado de casitas bajas y alguna que otra palmera. Los tres reyes magos se miran con los ojos muy abiertos ¿qué hacemos quillo?, dice Gaspar. Yo que zé qué vamos a hacer habrá que zeguir pa donde zea zi no ya zabeis ustedes. Baltasar dice que ese sitio le recuerda un poco a su tierra pero que él quiere seguir hasta encontrar a José y entregarle su regalo de jubilación. En eso que Melchor le sigue dando vueltas a que este José tiene que ser algo más que carpintero porque la que han liao para entregar un regalo de jubilación no es normal. Que con un reloj de oro enviado por Speed Tartessos hubiera bastao. Pero tenemos que ir tres tios como tres castillos a entregar tres cofrecitos con oro, incienso y mirra. No lo veo normal. ¿Quillo para qué querrán el incienso y la mirra? Pues pa qué va a ser, porque por aquí no escasea y es pa echárselo a los guisos. Pero si no es por José. Es para que veais el poder que tiene una multinacional, dice Melchor con cara de admiración.

     Tres días de camino y tres tormentas de arena después salen de Betania y se dirigen a Belén, la última ciudad antes de entrar en el desierto de Judea. ¿Estais seguros que estamos en el buen camino?. Según el guía Barrabás están en el camino correcto. La noche cae sobre la comitiva de los tres reyes. En el cielo estrellado aparece un resplandor inesperado. Una luz que raya el cielo lentamente y que poco a poco les hace mirar hacia arriba y seguir su rastro. Qué es eso, qué es eso, grita Baltasar desesperado y con los ojos muy abiertos. Joer pisha no me acordaba, dice Gaspar. Baltasar está mirando el cielo asustado como si hubiera visto al mismísimo demonio. Eso es el cometa Halley, prosigue Gaspar. Me lo dijo mi Manolito que le gusta la astronomía y le hemos comprao un telescopio. Sin darse cuenta entran en Belén que es una pequeña aldea, y ven una fogata bajo un dintel rocoso, cerca hay dos mulas y dos bueyes descansando en el suelo.  Allí preguntan a un hombre de unos cuarenta años con barba canosa y túnica marrón. Me llamo José hijo de Jacob. Carpintero de profesión. Bieeeeeeeeeen. Todos estallaron al encontrar a José. Venimos en representación de los reyes Tartessos y de la empresa Gobierno Divino S.A. ¿Gobierno Divino S.A.? pero si yo trabajé en esa empresa más de treinta años. Les hice el harén de Tarsis entre otras cosas.  Nos han mandado para hacerle unos regalos por su jubilación y por el nacimiento de su hijo, dice Melchor mientras mezcla una baraja de cartas. Elija una carta José, que le voy a hacer un truco de magia. Detrás de Melchor está Gaspar ensayando otro truco de magia con Baltasar, pero maldicen la hora en que aprendieron a hacer trucos de magia porque no les sale ni uno. Después de la magia se acercan a ver a una mujer que había unos metros detrás. María, la mujer de José, de unos veinte años, guapísima y con el pelo rubio oculto tras un turbante azul, estaba sentada con un bebé en sus brazos. Menuda gachí dice Baltasar por lo bajini. ¿Cómo se llama el niño? -Vanessa. Melchor, Gaspar y Baltasar se miran y se cuestionan si se habrán equivocado, se cuestionan si el viaje habrá servido para algo y sobre todo si les pagarán los cuatrocientos cincuenta sestercios que les deben. ¿Seguro que se llama Vanessa?. Pero si nos dijeron que iba a ser niño. Y a nosotros, pero se ve que no tenemos esos adelantos todavía, dice la mujer resignada. ¿Ahora como busco yo al ángel que nos dijo que iba a ser niño y que le pusiéramos por nombre Jesús?, porque si me lo echo a la cara le meto dos guantás que se acuerda de mí. Con el montón de ropica de niño que tenemos ya comprá. Un par de pastores que pasan por ahí miran la escena mientras llevan el rebaño al establo y muy educados dicen buenas noches.
José Miguel Casado