viernes, 25 de enero de 2013

Spiderman gordo


         Hace poco vi la última película de Spiderman y sinceramente no me gustó. El verdadero Spiderman soy yo. Lo que pasa es que con los tebeos y el cine se han exagerado mucho las cosas. Yo no había nacido cuando Stan Lee sacó el primer tebeo del hombre araña, allá por el 62, lo reconozco. Cuando me picó la araña radiactiva yo tenía veinte años. Al principio no sabía qué hacer pero busqué el teléfono del “padre” de Spiderman, Stan Lee y tras muchos rompimientos de sesera, lo llamé y se lo dije. Mira Stan me pasa esto, y me dijo que estaba loco de los nervios, pero nos vimos. El viaje a Nueva York con la familia fue muy bonito. Menos mal que no lo pagué yo, gracias al video que le mandé con mis poderes. La estatua de la libertad es más pequeña y más verde de lo que yo creía. Mi entrevista con Stan, fue en la cafetería en la que no tenían café, solo había whisky. Después de una accidentada demostración en vivo de mis superpoderes por los rascacielos de Nueva York, le dije que el mejor Spiderman lo dibujó Steve Ditko seguido de John Romita pero también le dije que lo iba a denunciar porque el hombre araña soy yo y tengo los mismos poderes o más que el de la película. Me parto los piños de verdad, así que quería mi parte del pastel. Todo esto acojonado no por el viejo Stan, que tenía setenta tacos cuando nos vimos sino por el armario empotrao de su guardaespaldas que no me quitaba ojo. Me dijo que aceptaba pero con la condición de llamarme Peter Parker y dejar de llamarme Jose Miguel. A mi madre no le va a gustar, le dije. Pero firmé. De esto hace ya veinte años. Imaginemos un hombre de veinte años con superpoderes por todo el cuerpo pecador de la pradera. Por todo. El protagonista de la última película del hombre araña es un tipo que parece sacado de un campo de concentración. Su tia May o lo tiene a dieta o el tio no es de mucho comer. Cuando la araña me picó no fue en ningún laboratorio raro de experimentos ultrasecretos de ninguna empresa privada financiada por un millonario bipolar. ¿Se imagina alguien a científicos españoles experimentando con arañas?, ¿o experimentando con nanotecnología?, ¿o experimentando simplemente?. Ni con arañas ni con mariquitas. Aquí no se invierte ni en el boli bic que escribe la I de la I+D+I. Así la fuga de cerebros es como un sarampión mal curado, que te rascas una roncha y te están picando ya cinco en las antípodas. El día del picotazo fue todo muy rápido. Recuerdo que sucedió un lunes a eso de las siete de la mañana, antes de ir a mi trabajo eventual. Al sacar el vaso de colacao del microondas ¡zás!, sentí un pinchazo en la palma de la mano. La araña murió de un pisotón pero murió picando. En el trabajo empecé a sentirme mal. Me dolía la cabeza y todo fue como lo que pasa en la peli. Calcado. Al llegar a mi casa no encontré las llaves y el dedo se me quedó pegado al timbre. Cuando me resbalé en la ducha y me salvé de un costalazo letal con una postura del Circo del Sol, empecé a preocuparme. Eso fue hace veinte años. Cuando me pasó todo esto, pesaba quince kilos menos. No soy americano. Para eso de los kilos los americanos son muy radicales o no engordan ni en un bufet libre de cinco comidas diarias, o están como planetas. No hay término medio. En esa época iba en bici, corría, tenía un trabajo eventual, iba al gimnasio, etc. Cuando veo al hombre araña americano hacer el pino en el filo de la azotea de un rascacielos, me llevo las manos a la cabeza y me entra un cosquilleo que me doblo. La última vez que hice eso fue en el tejado del ayuntamiento de mi pueblo ya como hombre araña autóctono. Perdí pie y me quedé colgado de las manecillas del reloj como Harold Lloyd. La gente miraba para arriba. Yo oía con mis superpoderes hasta lo que pensaban. Comentarios como, está loco se va a matar, o es que van a arreglar el reloj o, tengo que comprar el pan y un kilo jureles. Pero nadie dijo nada de ayudar al pobre muchacho que estaba colgado del reloj. Todo esto con un pijama rojo y azul de Spiderman claro, pero más chungo. En realidad eran unas mallas de running y un pasamontañas. Con el tiempo decidí prescindir del traje y todo ese rollo de héroe enmascarado y decidí ir de incógnito. Mimetizarme con el entorno. Cerveza y tapas de vez en cuando para despistar. Ser un transeúnte más. Un transeúnte con superpoderes. Un Spiderman secreta.
     Cuando eres un superhéroe estás muy solo y como no hay un sindicato o un bar de superhéroes donde hablar de nuestras cosas, tienes un inmenso mundo interior. Mi psicoanalista se coge unas palomitas y una cerveza cuando me está atendiendo. El tema de la gordura es la normal en una persona normal, aunque yo no sea normal. Lo que pasa que a mi estos superpoderes me dan mucha hambre. Es una reacción interna. Un mecanismo de defensa. No se si es por la producción de la tela de araña que me sale de las muñecas o por el entrenamiento.  Entrenar no entreno mucho. Lo típico en un hombre de mediana edad con mi físico. Lo que pasa es que si me pusiera a entrenar en serio se descubriría todo el pastel y eso es algo que un superhéroe tiene que llevar a rajatabla. El anonimato. Mi mujer no sabe nada pero se huele algo. Aquella vez que se le iba a caer la tarta de cumpleaños cuando resbaló y la cogí a ella, a la tarta, a la bandeja y a la botella de fanta con los vasos sin que nada tocara el suelo, me miró raro. Ahora no tengo la agilidad de antes. El Spiderman de los tebeos no envejece el muy cabrón. Hay superpoderes que hacen que no envejezcas pero yo si envejezco, aunque más lentamente. Tienes cuarenta y aparentas treinta y nueve. Es un proceso más lento. Además aunque tengas superpoderes te vuelves un hipocondríaco con la edad y al mínimo dolor ya estás en el médico. Cuando estás en la consulta don Ramón te dice con una sonrisa socarrona ¿pero otra vez por aquí?. Este es el pago por pasarme la infancia y la juventud leyendo tebeos de la Marvel. El caso es que la gente todavía ve las películas de Spiderman y sigue leyendo tebeos y viendo dibujos animados de superhéroes. Algo es algo. Y sé de buena tinta que hay más superhéroes ahí fuera. Pero eso solo lo sé yo.
                                                                                 José Miguel Casado ©
 

miércoles, 16 de enero de 2013

Ultramarinos


 
       Las legumbres se dividían pulcras y ordenadas como para pasar revista, en grandes canastos de esparto y cestos de mimbre. Garbanzos marciales, lentejas férreas y responsables y habichuelas desvencijadas. Los bacalaos colgaban del techo secos como la mojama, chacinas ilustres y algún que otro jamón. Quesos como ruedas macizas y morcillas recién hechas de la matanza, salchichones y longanizas. En un aparador había tres bandejas grandes y redondas como tres soles repletos de arenques en aceite y un espejo milagroso encima que multiplicaba lo que veías como si fueran panes y peces. Algún tonel de vino y botellas de vidrio repletas de leche. De las de traeme el casco. Anís y coñac y mantecados en Navidad. Casi todas las dueñas de ultramarinos se llamaban María. Tenía los ojos pequeños sobre grandes ojeras en una cara blanquecina de poco sol. Sobre un jersey de lana gris tenía un mandil gastado de tela de cuadritos verdes. Siempre un lápiz afilado a cuchillo en la oreja derecha y unas manos que sumaban más rápido que el rayo sobre un mostrador de madera tan vieja y sabia como las vigas del techo. El peso Mobba de esos con pesas de un sistema métrico casi olvidado y exacto que lo mismo pesaba kilos de tiempo que kilos de guisantes. Fideos a granel, patatas a granel, días a granel. Sacos de alubias y habas secas para las madres y  tigretones y bucaneros  para los niños. Y los cromos de los danones de la abeja Maya y de don Quijote. La primera vez que supe de las pizzas, cuando María le dijo a mi madre: Llévate esto que es como una torta y le pones lo que quieras y la metes en el horno. La primera pizza de la historia que entró en mi casa acabó un poco accidentada. La segunda salió mejor. Y los primeros espaghettis que ví. Olor a granero, a sal, a aceite y a cosas en conserva. Tomillo, romero y pimentón el Avión. Un niño de puntillas para ver si detrás del mostrador había mar y chocolate o ambas cosas. Siempre luz sepia de pocos watios derramada como líquida hasta el último rincón. Un cuarto kilo de café y medio de galletas también María. La cortina de tubitos de colores era la frontera. Dividía el mundo real de un mundo de olores metidos en papel de estraza y suelo ajedrezado salpicado de granos de maíz. También había un gato despistado con la mirada fija en el niño con gafas y pantalones de pana con rodilleras de escay.

                                                                                                                                                                                              José Miguel Casado ©
 

 

viernes, 4 de enero de 2013

Los Reyes Magos de aquí

      El Papa Benedicto XVI, en su afán de protagonismo dogmático se ha acostumbrado a que la gente se crea al dedillo todo lo que dice.  Según el santo pontífice aparte de que en el portal de Belén no había ni mula ni buey, ha dicho también que los reyes magos no eran de oriente, sino de occidente. Del tope del occidente que se conocía hace dos mil años. De la mismísima Bética o de Tarsis en Huelva. Lo ha dicho en su último best-seller. Me imagino a esos tres hombres no cualificados, el día que les tocó hacer el viaje a Belén. Porque antes de irse estaban en el paro. ¿Que no?.
     Sevilla 8:45 de la mañana. Hola ¿cómo os llamais?, yo me llamo Melchor. Yo soy Gaspar y yo Baltasar. Tu no eres de aquí. No. Soy inmigrante subsahariano de Senegal. Pues yo soy del mismo Cai, del barrio de la Viña. Y yo de Dos Hermanas, dice Gaspar mirando el vestíbulo de la multinacional donde les han citado en Sevilla. Por la megafonía se oye una voz femenina: Señores Melchor, Gaspar y Baltasar vayan a la oficina 1, les está esperando el señor, Zanchez. Hola buenas que nos han dicho en Adecco que viniéramos aquí porque este trabajo está muy bien pagao.  El señor Zanchez, con Z, lleva veinte años en Gobierno Divino S.A. acaba de escribir algo en un pergamino con una pluma de ganso y raudo y veloz se lo ha llevado un mensajero de la agencia de mensajería Seur Tartessos. Les hemos citado aquí, dice el señor Zanchez con Z, para que realicen un trabajo en el extranjero muy bien pagado por cierto. ¿En Germania? Dice Melchor alarmado, porque mi cuñao se ha tirao allí seis meses y se ha tenío que venir más pronto que deprisa porque ya está todo mu trillao. No caballeros, dice Zanchez con Z. En Palestina, pero no se asusten que está muy bien pagao y por la seguridad no se preocupen tampoco. Por mí vale, dice Baltasar, yo estoy ya harto del top manta y de vender paquetes de pañuelos a los carruajes de los caminos. Por mi también vale, dice Gaspar, yo llevo tres años en el paro y con tres churumbeles, así que pisha, dónde hay que firmar. Melchor los mira con los ojos muy abiertos y dice: donde hay dos carajotes puede haber tres asin que vamos ande sea. El señor Zanchez con Z, pasa a explicarles la operación. Ni que decir tiene o por si no lo saben que nuestra empresa trabaja para el Gobierno y lo representamos allí donde haga falta. Ustedes representarán a los reyes de Tartessos, ante la imposibilidad de que viajen ellos en persona por razones de Estado. Les explico. José es un jubilado de nuestra empresa que nos ha hecho durante más de treinta años todos los trabajos de carpintería, entre ellos el harén de Tarsis es obra suya. Ahora se jubila, y queremos hacerle un regalo por el nacimiento de su hijo y por su jubilación.  José vive en Palestina, donde teneis que ir. Los tres candidatos se miran con sorpresa. Ya he hablao yo con Adecco y se os pagará un 50% ahora y el otro 50% a la vuelta. Teneis todo tipo de apoyo logístico y de personal para tan largo viaje. Los regalos que teneis que llevar son tres cofres con oro, incienso y mirra. Otra cosa. A José le gusta el ilusionismo así que también le vais a llevar un juego de magia Borrás, pero antes de dárselo le haréis dos o tres trucos para impresionarlo. Nuestro monitor de magia les enseñarán los trucos. Si hacen bien este trabajo, después pasarán a fijos discontínuos con nosotros. Buena suerte caballeros. Gracias señor Zanchez.
      Una vez en camino, Melchor Expósito, soltero, 45 años del barrio de la Viña de Cádiz, Gaspar Cogolludo, de Dos Hermanas, 39 años, casado y con tres hijos y Baltasar N´Dour 35 años casado y con un hijo en Dakar, Senegal, salen de Sevilla con una comitiva de diez mulas y tres camellos. Los acompañan una patrulla de lanceros tartessos hasta la desembocadura del Guadalquivir donde embarcarán en una trirreme que los llevará hasta el puerto de Tiro en Fenicia. Seguirán ruta hasta Nazaret en Galilea donde se supone que vive el tal José. Luego se llevarán la sorpresa de que la familia no está allí y tendrán que buscarlos si quieren cobrar, aunque sea por medio de una ETT.  Ya dentro del barco los tres compadres y todo el séquito se acomodan como pueden. Entre tanto remero y tanto animal aquello parece el arca de Noé. Me pellizco y no me lo creo quillo, dice Melchor, yo estoy aquí porque no encuentro na de na. Ni de pintor de cariátides joé. Lo que pasa es que el bicho este del barco me marea un poco. No preocuparte, dice Baltasar, yo vine en patera y ya acostumbrado. Melchor está ensimismado como soñando despierto. Lavin pisha que braguetaso hemos dao. Cuatrosientos sincuenta sestersios ahora y otros cuatrosientos sincuenta cuando vengamos. Cazi ná al aparato. Eso si espero estar de vuelta para antes del carnaval quillo. Mi amigo Nicolás también lo llamaron de otra ETT para trabajar en algo parecido. Repartir también mogollón de regalos y eso. Algo parecido a lo nuestro solo que él tenía que hacer el trabajo solo, con un disfraz rojo y en turno de noche. Tenía que ir solo y además estaba gordo como una camella preñada, no sé cómo pudo terminar el trabajo.
     Nazaret, 11:35 de la mañana. La caravana llega a la ciudad un poco azorados y polvorientos por el viaje desde tierras tan lejanas. Un día normal en una ciudad con mercado y gente que va arriba y abajo. Le preguntan estérilmente a un hombre con turbante que les contesta si quieren una alfombra de Mesopotamia buena, bonita y barata insistentemente como unas veinticinco veces. Gaspar lo mira y le dice que es más pesao que un acreedor argentino. Después le preguntan a una mujer que vendía licor de coco ¿José el carpintero? Sí, ahí al lado está su carpintería pero salió hace unos días hacia Judea, con su esposa embarazada, iban en una burra. En la carpintería cerrada a cal y canto había un letrero de “Se alquila este local”. Era una construcción de adobe no muy grande, de unos cien metros cuadrados rodeado de casitas bajas y alguna que otra palmera. Los tres reyes magos se miran con los ojos muy abiertos ¿qué hacemos quillo?, dice Gaspar. Yo que zé qué vamos a hacer habrá que zeguir pa donde zea zi no ya zabeis ustedes. Baltasar dice que ese sitio le recuerda un poco a su tierra pero que él quiere seguir hasta encontrar a José y entregarle su regalo de jubilación. En eso que Melchor le sigue dando vueltas a que este José tiene que ser algo más que carpintero porque la que han liao para entregar un regalo de jubilación no es normal. Que con un reloj de oro enviado por Speed Tartessos hubiera bastao. Pero tenemos que ir tres tios como tres castillos a entregar tres cofrecitos con oro, incienso y mirra. No lo veo normal. ¿Quillo para qué querrán el incienso y la mirra? Pues pa qué va a ser, porque por aquí no escasea y es pa echárselo a los guisos. Pero si no es por José. Es para que veais el poder que tiene una multinacional, dice Melchor con cara de admiración.
     Tres días de camino y tres tormentas de arena después salen de Betania y se dirigen a Belén, la última ciudad antes de entrar en el desierto de Judea. ¿Estais seguros que estamos en el buen camino?. Según el guía Barrabás están en el camino correcto. La noche cae sobre la comitiva de los tres reyes. En el cielo estrellado aparece un resplandor inesperado. Una luz que raya el cielo lentamente y que poco a poco les hace mirar hacia arriba y seguir su rastro. Qué es eso, qué es eso, grita Baltasar desesperado y con los ojos muy abiertos. Joer pisha no me acordaba, dice Gaspar. Baltasar está mirando el cielo asustado como si hubiera visto al mismísimo demonio. Eso es el cometa Halley, prosigue Gaspar. Me lo dijo mi Manolito que le gusta la astronomía y le hemos comprao un telescopio. Sin darse cuenta entran en Belén que es una pequeña aldea, y ven una fogata bajo un dintel rocoso, cerca hay dos mulas y dos bueyes descansando en el suelo.  Allí preguntan a un hombre de unos cuarenta años con barba canosa y túnica marrón. Me llamo José hijo de Jacob. Carpintero de profesión. Bieeeeeeeeeen. Todos estallaron al encontrar a José. Venimos en representación de los reyes Tartessos y de la empresa Gobierno Divino S.A. ¿Gobierno Divino S.A.? pero si yo trabajé en esa empresa más de treinta años. Les hice el harén de Tarsis entre otras cosas.  Nos han mandado para hacerle unos regalos por su jubilación y por el nacimiento de su hijo, dice Melchor mientras mezcla una baraja de cartas. Elija una carta José, que le voy a hacer un truco de magia. Detrás de Melchor está Gaspar ensayando otro truco de magia con Baltasar, pero maldicen la hora en que aprendieron a hacer trucos de magia porque no les sale ni uno. Después de la magia se acercan a ver a una mujer que había unos metros detrás. María, la mujer de José, de unos veinte años, guapísima y con el pelo rubio oculto tras un turbante azul, estaba sentada con un bebé en sus brazos. Menuda gachí dice Baltasar por lo bajini. ¿Cómo se llama el niño? -Vanessa. Melchor, Gaspar y Baltasar se miran y se cuestionan si se habrán equivocado, se cuestionan si el viaje habrá servido para algo y sobre todo si les pagarán los cuatrocientos cincuenta sestercios que les deben. ¿Seguro que se llama Vanessa?. Pero si nos dijeron que iba a ser niño. Y a nosotros, pero se ve que no tenemos esos adelantos todavía, dice la mujer resignada. ¿Ahora como busco yo al ángel que nos dijo que iba a ser niño y que le pusiéramos por nombre Jesús?, porque si me lo echo a la cara le meto dos guantás que se acuerda de mí. Con el montón de ropica de niño que tenemos ya comprá. Un par de pastores que pasan por ahí miran la escena mientras llevan el rebaño al establo y muy educados dicen buenas noches.
                                                                                   José Miguel Casado ©