miércoles, 26 de enero de 2011

Enzo

Enzo se levanta temprano. Sentado en la cama le viene el mismo pensamiento de todas las mañanas y que apenas dura un instante. Piensa si habrá algún ser superior que observa lo que hace todos los días, como ese dios omnipresente o como ese gran hermano de Orwell. Alguien que controle su vida con unos hilos invisibles y que lo maneje como un muñeco para realizar su santa voluntad, aunque Enzo crea que no. Algo parecido al efecto de la publicidad subliminal. Cuando oye el despertador piensa que es el momento más duro del día. De joven se prometió que tendría un trabajo en el que no tuviera que madrugar, pero por ahora es lo que hay. Se viste, desayuna, se lava la cara, los dientes y se va a eso de las 6:30 de la mañana. De camino al trabajo va oyendo una emisora de radio con las noticias del día. Antes de llegar, se detiene en una gasolinera para llenar el depósito. Joder cada vez me cuesta más dinero echar gasolina –dice gesticulando con las manos como gesticulan los italianos. Ficha en la fábrica a las siete menos cinco y se va a su puesto de trabajo siete horas. Es una fábrica de coches cerca de Milán en la que hay más de mil personas trabajando. Espero que no se lleven la fábrica a China o a cualquier otro país fuera de Europa, porque con un sueldo de los nuestros pagan a dos o tres chinos. En la fábrica hay muchas máquinas, incluso hay máquinas de café, de refrescos y de comida, aparte de la cafetería.

Cuando acaba el turno llega a casa, se ducha, come y descansa un rato hasta las seis de la tarde para ir al hipermercado a hacer la compra semanal de los viernes. Quiere llegar pronto a casa para ver un partido de fútbol de la Champions League. Para hacer todo eso tiene que ir por una autostrada ya que ahorra un montón de tiempo no pasar por el centro de cualquier ciudad para comprar en las afueras. De nuevo en casa guarda todo lo que ha comprado, principalmente alimentos. Se ducha, se prepara una pizza con unas cervezas y se dispone a ver el fútbol. Mientras empieza el partido hace zapping y pasa por todas las cadenas dos o tres veces mientras sus pensamientos vuelven a la idea del ser superior que controla nuestras vidas. No es una idea demasiado original pero no hace más que darle vueltas a lo mismo. ¿será posible? La invisibilidad sería una característica inherente a ese estado de ser superior. Menudo chollo –se dice tumbado en el sofá, con media sonrisa y los ojos entornados mientras sus manos sujetan la Carlsberg bien fría como si fuese una prolongación de su pene.

Lo que Enzo a lo mejor no sabe es que la pasta de dientes que utiliza, los alimentos, los productos de limpieza y de aseo que ha comprado, el mismo hipermercado en el que ha estado comprando, las máquinas de la fábrica en la que trabaja, desde el más sofisticado robot hasta las máquinas de café, la fábrica entera, los canales de televisión que está viendo, la emisora de radio que escucha camino del trabajo, el asfalto de la autostrada por la que ha circulado con su coche, la gasolinera en la que ha llenado el depósito de gasolina, el equipo de fútbol que va a ver por la tele, la electricidad que hace que funcione esa tele y las de media Italia, el periódico que lee los domingos o el cemento y los mismísimos ladrillos de su casa. Todo eso pertenece a un mismo ser superior que si quiere te ve y te escucha y que cambia las leyes de los hombres a su antojo. Un ser superior llamado Silvio Berlusconi. Mientras Enzo apura la tercera cerveza, se queda dormido viendo el fútbol y dándole vueltas a ese ser superior tan divinizado y anónimo de su cabeza y que tiene tan cerca. Pero sobre todo en la posibilidad de ser invisible.



José Miguel Casado García ©