MOTEROS VIEJOS
Pues como no empiece a llover ya, yo no sé
para cuando vamos a encender la lumbre. Cipriano y Jeremías hablan del tiempo
mientras se toman un café solo y una copa de coñac en el hogar del pensionista.
Todos los días empiezan igual para ellos. Son una especie de viejos moteros,
mejor dicho, de “moteros viejos”, que en vez de ir en una Harley por la ruta
66, van en un Vespino LC y una Derbi Variant, respectivamente por las calles
del pueblo. En la parte de atrás de la moto llevan una caja de plástico con
bolsas liadas con guitas finas. Después del desayuno en el bar, se van a ver lo
que hay por esos caminos del Señor entre huertas e invernaderos a ver si llenan
la moto de alcachofas o de lo que encarte que para eso son unos hachas. ¿Tomates?,
tomates, ¿aceitunas?, aceitunas, ¿higos?, higos. Lo que sea, previa puesta al
día de precios en el mercado municipal. Hay que estar informado y levantarse
temprano. Venden la mercancía en la esquina estratégica del puente del río o
del mercadillo en plan ambulante sin parar de moverse. Las motos tienen unos
treinta y cinco años pero están bien conservadas y tuneadas con sus cajas de
plástico, sus parabrisas rayados y sus ruedas de radios. Un día Cipriano fue a
echar gasolina a su Vespino LC, una joya renacentista que todavía funciona.
Cuando fue a tirar de la moto hacia atrás para ponerle la pata de cabra, le dio
al gas con la mano derecha y acabó a cincuenta metros de la gasolinera. La moto
delante y él detrás agarrado al manillar como un hilo a una cometa. Fue como un
rayo. Una estrella fugaz con forma de Vespino. La gente que iba a repostar se
bajaba de los coches, aplaudiendo y riendo creyendo que era una cámara oculta.
Cipriano, el Vespino LC y la caja de berenjenas que llevaba detrás acabaron en una
huerta de coles colindante a la gasolinera. Me cago en la puta reina, se oía a
lo lejos al Cipri. –Que me parece que le he dao a lo que sirve para correr.
Virgensanta qué susto. Su compañero Jeremías que hasta sus cortas entendederas
llegaban a atisbar lo que había pasado, llegaba a sospecharlo pero no terminaba
de creérselo. Estaba aislado en un Jeremias que lo miraba desde su Derbi
Variant, roja como el trueno, con un
ducados en la boca y serio entre la gente que reía.
José Miguel Casado ©