domingo, 12 de octubre de 2014

Granada bajo la lluvia


     Llueve sobre Granada y sobre el sueño plácido de la gente. A las tres de la madrugada el tintineo de la lluvia sobre las tejas de mi casa me despierta. El sueño se transforma en insomnio tan rápido como Superman se cambiaba de traje en una cabina telefónica. La lluvia a veces me recuerda el mar, el sonido de las olas que hipnotizan como si fuesen un corazón oceánico y que hacen que la gente mire el horizonte buscando en el desván caótico de sus pensamientos y fijando la vista en un punto invisible. El sonido rítmico de las olas anheladas de la arena del verano y del olor a salitre. La lluvia es una máquina del tiempo que solo te transporta a veranos pasados o al presente confortable e inmediato de un invierno interior bajo las sábanas. Escribo esperando que el sueño que se ha llevado la lluvia vuelva, pero es poco probable. A esta hora los adjetivos se agolpan con los sustantivos en una fila de churrería un domingo por la mañana. Valoro la opción de los somníferos pero desecho la idea de estar todo el día con una resaca inmerecida que me duerma por las esquinas.
      El teclado del portátil suena clandestino en la madrugada, el ordenador te pregunta que donde vas quillo que no son horas, pero es lo que hay. En la radio solo se habla de plagas bíblicas o de deportes así que ha sido descartada. Con las gotas de lluvia a borbotones fusilando las persianas, agua de sopetón que echa de menos la lluvia de los 80 que caía mejor repartida que ahora excepto por levante con su gota fría y sus gordos de lotería de Navidad. Al parecer antes una cosa era sinónimo de la otra.
     Asomar la mano por la ventana a horas intempestivas es un ejercicio de irresponsabilidad y de tontuna de naufrago caprichoso. Es arrasada inmisericorde por la voracidad del agua y de inmediato el olor a tierra mojada y a oscuridad invade la habitación. La lluvia sumerge a todos los barrios vecinos bajo su manto de hilos verticales que atraviesan el velo sucio de la contaminación y que deja la ciudad como los chorros del oro. Si no cae el agua como el otro día que dejó Granada como los chorros del oro pero sumergida como una Pompeya acuática. Por las calles color sardina se ven reflejos de faros de coches solitarios que rajan la oscuridad un instante y se marchan dejando una estela luminosa en el suelo mojado. Aunque no sea lunes, Granada se transforma en una ciudad ocre a eso de las siete.

                                                                                          José Miguel Casado ©


2 comentarios: