domingo, 9 de septiembre de 2012

La Pompeya de Plinio

     Se cumplen mil novecientos y pico años de la erupción del volcán Vesubio y que sepultó las ciudades de Pompeya, Oplontis y Herculano. Sabemos lo que pasó gracias a Plinio el Joven que en su carta a Tácito narró el devenir de esos días, aunque veinte años después. Plinio se crió con su tio Plinio el Viejo y con su madre. Su tio le inculcó una educación completa y ferrea y se convirtió en un destacado naturalista y cronista de su tiempo ya que tuvo un talento precoz y destacó como historiador y naturalista. Plinio el Joven, estaba en Miseno a treinta kilómetros de Pompeya, junto a su madre y su tío Plinio el viejo, cuando el Vesubio estalló el 24 de agosto del 79 d.C. Plinio el viejo zarpó de Miseno en ayuda humanitaria de Pompeya y Herculano al recibir una carta de Rettina la esposa de su amigo Casco. Plinio el Joven no le acompaña por indicación de su tío y le encomienda seguir sus estudios y cuidar de su madre. Eso fue lo que le salvó. Plinio tenía quince años. Imaginemos un joven que escribe en su diario lo que hizo el día que visitó Pompeya. El día antes de la catástrofe.

–Ayer estuve en Pompeya y digo ayer porque no me gustaría estar hoy allí por las columnas de humo que salen del volcán y por los terremotos. Que Júpiter ayude a mi tío que está ahora en el centro de la catástrofe. Sin embargo ayer todo estaba tan tranquilo que no hacía presagiar la erupción del volcán. Los pompeyanos son gente feliz, de naturaleza tranquila y pacífica pero acostumbrados a que se les mueva el suelo bajo sus pies con los terremotos que sacuden la ciudad desde hace siglos. Pompeya es preciosa como una Venus desnuda que te seduce y te da a beber su néctar y por eso nunca la olvidaré. Mi mejor amigo se llama Publio Quinto, hijo de Publio Aureo cónsul y prohombre de la ciudad. Me enseñó desde el anfiteatro y el puerto hasta el barrio de Venus. Si mi amado tío me viera me crucifica como a un cristiano. Lo primero que me viene a la cabeza sobre Pompeya es Novelia Patricia. Una meretriz hispana con unos ojos y una sonrisa que eran la perdición del más templado de los hombres. Tiene unas ubres como mi cabeza y unas caderas que me hechizaron con una danza de su Hispania natal. Me cogió entre sus piernas y no me soltó hasta que nos despertó uno de los terremotos tan comunes en estos días. No sé lo que me hizo, pero por Júpiter juro que las piernas me temblaban al bajar las escaleras del lupanar de Aurelio Pompeyo. Mi amigo Publio me esperaba en la calle apoyado en una columna con media sonrisa cansada y diciendo que tengo la cara como el marmol de las tetas de la diosa Minerva. –Tu desvirgamiento me ha costado cinco sestercios, ¡capullus!. –Lo que tu digas Publio pero acongojado me hallo de ver ese pedazo de nube de humo y ceniza que sale del Vesubio ¿tu que opinas? –No te preocupes, es algo normal. Lleva muchos años así y no creo que ahora pete. Es como una mala tos. Caminamos largo rato hasta los pórticos cercanos al foro donde en la fonda de Antonino se sirve un vino tinto que quita el sentío acompañado de sardinas con un garum exquisito. En mi cabeza flotaban en todo momento las tetas de Novelia Patricia que para doblarme la edad era una diosa hecha carne. –Bebamos por Baco amigo mío y olvidemos epidemias y plagas lejanas o venideras. Entre trago y trago de vino me fijé en que frente al foro los sacerdotes del templo de Júpiter, miraban al volcán y vaticinaban buenas cosechas y dicha para todos. Las sacerdotisas del templo de Venus danzaban y predecían fertilidad para todas las mujeres del imperio. Las sacerdotisas del templo de Juno discutían sobre que si la nube tenía forma de almendro, de trirreme o de mujer gorda y las del templo de Minerva que si tenía forma de queso de tetilla y se formó un pitoste en el que cada persona que había en la plaza del foro tenía un dios diferente y hasta los que estaban en las termas y en los baños discutían sobre las diferentes naturalezas divinas conocidas y por conocer de los terremotos y de las nubes de ceniza. Aquello parecía la verdulería de Aemilia Paquita recién terminada la cosecha. –No creo que la sangre llegue al río, dijo Publio. -¿Tu crees que se acordará de mí? Porque a mí no se me quita de la cabeza. Le dije. ¿Quién? ¿la chica del lupanar de Aurelio Pompeyo?, -Sí. Le dije. –Pues claro, si te portaste como un jabato. El sol se colaba cuando otro terremoto movió la ciudad desde sus cimientos. Seguimos andando hasta el puerto donde me esperaba su padre el cónsul Publio Aureo con una de sus naves y cinco esclavos para llevarme de vuelta a Miseno. Me despedí de Pompeya, de sus dioses y de Publio Quinto mi amigo del alma al que hoy tanto recuerdo cuando veo el fuego y la ceniza desde lejos.

                              José Miguel Casado ©







1 comentario:

  1. El joven Plinio estuvo muy cerquita de espicharla in situ. tuvo suerte. Te veo muy Quo.

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