sábado, 15 de septiembre de 2012

Amalia´s life

       Amalia tiene 93 años y se entretiene haciendo ganchillo y viendo la tele. Tiene una pensión de seiscientos cuarenta y dos euros con quince céntimos. No tiene familia porque ha sobrevivido a sus dos hijos que murieron con setenta y tantos, eran solteros y la cuidaban. Tiene diabetes, hipertensión, la circulación regular y lleva gafas. – ¡La leche puta!, ya no me acuerdo de qué pastillas me tocan ahora. A pesar de los recortes y de la crisis viene casi todos los días una chica pagada por el ayuntamiento de su pueblo porque es un pueblo pequeño, sin deudas y son sensibles a la situación de algunas personas mayores. Cristina es la chica que viene a cuidarla y a limpiarle la casa de vez en cuando. Juana es una vecina pesada que se asoma todos los días antes de que venga Cristina, a ver si Amalia está viva. –Amaliaaa. A Amalia le hace gracia oir las voces y a veces le ha dado un susto haciéndose la muerta en el sillón y mira hacia la ventana abriendo un ojo a ver si se ha ido.

       Cristina llega hacia las nueve, –Amalia, ¿cómo estamos hoy?, dice Cristina con ese plural mayestático que utilizan los deportistas o mucha gente para hablar con los viejos. Afortunadamente Amalia tiene relativa buena movilidad porque no está muy gorda aunque come como una lima. Su plato favorito eran las migas con sardinas pero ya no. Ya no tiene los brazos para mover durante una hora una sartén llena de migas. Aunque se come bocadillos de pan bimbo con tocino frito cada vez que puede. El pan bimbo es porque no tiene muy bien la dentadura tampoco. Amalia tiene la manía de preguntar a todo el que ve más joven que ella -¿Tú tomas drogas?. A pesar de su edad Amalia tiene unos gases tremendos y de vez en cuando se le escapa algún cuesquete mientras se queda frita en el sillón, lo malo es que estadísticamente Cristina está a su lado en la mesa camilla el 99% de las veces. –Ay coñe perdona hija es que tengo unos gases tremendos. Cristina le dice que no pasa nada y cuando nota el olor se va sofocada al patio o a la cocina soplando y abanicándose con la mano. Muchas mañanas Amalia está viendo la televisión y el olor a sopa de pollo ya inunda la casa. Esto casi todos los días. -¿Pero ya ha puesto usted la sopa mujer?, le dice Cristina cuando llega. -Sí hija, es que como no tengo nada que hacer pues me entretengo. Amalia a pesar de todo es un poco desconfiada y mira a Cristina de reojo mientras esta le limpia la casa. Está deseando que se vaya para estar sola y darle un trago a la botella de Soberano que tiene escondida en su cuarto.

       El marido de Amalia era brigada de la guardia civil y Amalia tiene escondido en el baul una pistola Star y un subfusil MP-18 Naranjero, de la guerra civil. Su marido le enseñó a utilizarlo por si venían los maquis y está en perfecto uso. Como Amalia vive en las afueras del pueblo de vez en cuando se oye un estruendo de traca. Los domingos se libera, coge la botella de Soberano, se va al patio y dispara desde una butaca una ráfaga de balas al cielo coincidiendo con las campanas de la misa de doce. A ver si le doy a algún pájaro, dice. –Joder ya no me acordaba del follón que liaba esto. –Virgen Santísima. –Por los clavos de Cristo. Por poco se cae de la silla del susto. La botella de coñac la lleva por la mitad y le dura una semana escasa, por eso los lunes cuando viene Cristina, se encuentra a Amalia con una resaca de narices disimulada con los achaques de la edad y se levanta a medio día. Como casi nunca se toma las pastillas no mezcla los colores ni los nombres de la gente. Esto es cuando llama a Cristina con siete nombres diferentes antes de decir Cristina. Hasta que le dé algo.

       Amalia tiene un gato que se llama Nicolás porque así se llamaba un novio que tuvo y que no puede olvidar cuando su marido estuvo en el frente de Aragón. El gato Nicolás está muy bien cuidado y muy limpio. Lo tiene como los chorros del oro. Come sobras de comida y latas de sardinas que compra exclusivamente para Nicolás. La tienda del pueblo no está muy lejos de su casa y va poco a poco con un andador que le consiguió Cristina. Cuando llega a la tienda las vecinas se miran de reojo y dicen por lo bajini –ya está aquí la Tejera. Menos mal que no oye mucho. Amalia compra una longaniza, pan, fideos y una botella de Soberano. Un muchacho de la tienda la ayuda con la bolsa y se la acerca a su casa. –Amalia cuidese, le dice Pepa, la encargada de la tienda, al ver la botella. –Si me cuido, no estoy tan mal si es que me quereis mucho, dice irónica. –El coñac es para las visitas. –Y no tomeis drogas. Amalia llega a su casa con ganas de coger el Naranjero, pero se contiene, se hace un trozo de longaniza en la sartén y pone la tele. Lo primero que ve es a un político encorbatado con barba y gafas. –Ya está aquí otra vez el gilipollas este. Mira al cielo como diciendo “Señor, llévame pronto”. Apaga la televisión y se va al patio con un bocata, un vaso de Soberano y el Naranjero para matar pájaros.



                                                       José Miguel Casado ©
                  
                                       

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