sábado, 22 de septiembre de 2012

Reacciones infantiles

         Cuando somos pequeños no somos conscientes de nuestro comportamiento desde que nacemos hasta que tenemos una conciencia suficientemente madura y responsable. Varía con el paso del tiempo desde los diez años, mas o menos, en los que surge el “niño repipi o repelente” hasta los cuarenta con la incomprendida figura del “vivalavirgen” o adulto irresponsable y pasota. Los comportamientos pueden ser conscientes o inconscientes dando lugar a una gama de conductas anómalas dignas de entrar en la historia de la literatura. Quien no tenga un buen ramillete de reacciones infantiles que tire la primera piedra. Se pueden enumerar los más variados desfases fisiológicos desde el estornudo metralleta de la alergia a la primavera en su conjunto, a los picores que siempre salen donde no te puedes rascar en público o a los efectos secundarios a medicamentos, alergias alimenticias, etc. También reacciones involuntarias que saltan como resortes ante una situación determinada que implique principalmente miedo, rechazo o asco.

        Para empezar, la EGB fue demasiado larga. Cuando salía de clase y me encontraba con un perro en mi camino, se me nublaba la vista y como en una película del oeste antes de un duelo a muerte, no existía nada más en el mundo que el perro y yo. Empezaba una brisa sospechosa que traía matorrales secos rodantes y polvo desértico. El desierto más cercano estaba a doscientos kilómetros. Mi táctica comenzaba. Aparecía por casa dos horas después, con la correspondiente reprimenda de mi madre, ya que daba un pequeño rodeo que incluía el pueblo de al lado para esquivar al dichoso perro ya fuera caniche o rottweiler. No fiarse nunca de los caniches, algunos son unos verdaderos hijos de perra. En algún caso hice algún kilómetro que otro corriendo más que el coche fantástico, sobre todo cuando veía aquel fatídico pastor alemán con un ojo en blanco que le daba un aspecto de perro come niños demoníaco y que protagonizaba algunas de mis pesadillas más terroríficas. Conozco otras reacciones cercanas. Una amiga que a sus tiernos cinco o seis años, al ver las tribus de negros caníbales de las películas del Tarzán Johnny Weissmuller, le invadía un miedo incontrolable que le hacía vomitar hasta la leche que mamó. El caso también del niño de dos años que cuando no quiere comer más potito, empieza a toser como un experto fumador. Con su puño en la boca y todo. La cosa termina también en vómito. Habría que revisar también la composición química de algunos potitos porque cuando se calientan 0,2 segundos de más en el microondas, adquieren una textura parecida a la lava fundida y como se lo des al niño te quedas sin él. Otros niños, al ver un guante de goma les entra un miedo que parece que han visto al mismísimo hombre del saco. Cuando no queremos que se acerquen a unas escaleras o a un sitio peligroso y no tenemos esas rejas portátiles que se venden ahora, se pone el guante de goma y es mano de santo. El niño ni se acerca y pasa por ahí pegado a la pared como si andara por un desfiladero de los Alpes.

       Hay veces en que el mismo niño se dice a sí mismo, --seré imbécil. Esto es cuando el niño cree que en su habitación hay una bruja y lía unas pajarracas por las noches que despierta a todos los vecinos del bloque. La bruja resulta ser una percha de pared con un abrigo. En la escuela, fuera de las asignaturas, el principal culpable de las reacciones caóticas era el alumno repetidor que quitaba cromos y canicas por la cara y provocaba en más de uno sudores frios y carreras cobardicas hacia la madre más cercana. De ahí lo de correr es de cobardes. Más tarde, el caballo de batalla o de tortura eran las matemáticas tipo Logse. Cuando don José o doña Gertrudis empezaban a explicar nadie entendía nada y muchos empezaban a mover la pierna nerviosamente y a comerse las uñas o el lápiz que llevaba impresa la tabla de multiplicar. Además si el maestro era muy cerril y tenía la fea costumbre de dar con la regla de madera en las manos o en el trasero, peor que peor. El latín de segundo de BUP era mortal de necesidad. Había un ambiente prebélico, una paz armada cuando doña Gádor llegaba con su escasa presencia y empezaba a hablar la lengua muerta como una posesa. La foto de un aula de cuarenta personas con la cara pegada a la mesa por si acaso los llamaban al patíbulo, era impresionante.

       En el cine viendo aquella “Entrevista con el vampiro” mi amigo dijo –voy al servicio. A continuación escuchamos un golpe fuerte en la puerta de salida. Mi amigo cayó redondo al ver cómo le cortaban el cuello al vampiro Tom Cruise. Una reacción alimenticia legendaria es el miedo a las lentejas en todos los niños y ahí estaban las pobres madres que no tenían minipimer, con el pasapuré haciendo bíceps, pero que no daba resultado. Náuseas hasta la merienda.

       Como última reacción recuerdo cuando me llevaban al practicante (siempre me llamó la atención ese nombre: Practicante. ¿Qué practicaba? ¿el modo de agujerearte una nalga?) Esa jeringa de cristal recién hervida en manos de esa mujer gorda con gafas llamada doña Martirio, cuyo nombre le venía como anillo al dedo. Movimientos bruscos, sudor frío, temblores, arcadas, blasfemias en noruego antiguo y la cara de tu padre y tu madre sujetándote y diciendo con los ojos muy abiertos: “Si no es nada. Es como si te picara una avispa”.


                    José Miguel Casado ©



2 comentarios:

  1. No desentierres más esos miedos profundos, que me he sentido un poco mal al recordar al practicante.
    Se te ha olvidado el dentista del seguro.

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    1. El dentista, cáspita !!!, al final te daba un chupa-chup, para que volvieras con más caries

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