sábado, 7 de abril de 2012

El día según san Matías

     Matías está viendo la tele saboreando un pepinillo en vinagre derrumbado en el sofá y pensando en la jornada que termina. Se da cuenta que ha sido un día incomprensible, incompleto y surrealista. Le falta algo y no sabe exactamente qué es. De todas y cada una de las personas con las que Matías ha entablado conversación a lo largo del día, ninguna ha terminado esa conversación o se han ido por los cerros de Úbeda. En todos los casos Matías se ha quedado con la boca entreabierta sin decir ni mú y asintiendo con la cabeza a su interlocutor.  Ahora duda si tiene algún problema psíquico, dislexia o algo por el estilo. No ha sacado nada en claro y lo único que recuerda más nítido son los “holas” y los “hasta luegos”.  Matías tiene una frutería y recuerda que María, su vecina, le ha pedido un kilo de fresas y luego ha empezado a hablar de la loca de su hija y en lo mejor de la película, María empieza a hablar del tiempo, de las tetas de silicona que se rompen y se va. Matías recuerda a Paco, un viejo del barrio, que ha comprado un saco de patatas y ha empezado a hablar de fútbol y ha terminado diciendo que las papas están muy buenas y que él le exige a su mujer, pobre mujer, que le haga siempre las papas a lo pobre y se ha puesto como un basilisco y se ha ido. Luego entró un policía local para un tema de un vado permanente que hay junto a la frutería, el policía suelta una letanía de la ley tal barra no se cual y termina hablando de las películas de John Wayne y de lo bien que trabajaba. ¿Pero qué se ha fumado la gente hoy?.Dice Matías mirando al horizonte.
     Una mujer se ha equivocado de nombre y en vez de Matías le ha dicho Mateo y ha empezado a hablarle de su padre que se llamaba Mateo y entre sollozos le ha pedido un mango y una papaya que no estuviesen muy verdes. Al borde del chillido y entre cliente y cliente cuando no hay nadie, Matías mira al techo y pide por su alma al Cristo de la Buena Muerte. En ese momento de recogimiento, un coche con megafonía, inunda el barrio desde lejos. Anuncia un partido de fútbol y termina con una coletilla en la que el locutor dice “ven aaaal fúrboool”. Sí. Fúrbol con R en vez de T. Después entra en la frutería un niño de unos seis años, despeinado y con un moco verde incipiente que le ha preguntado a Matías, siempre en nombre de su madre, que si vendía bacalao y que si no vende bacalao, que le dé un kilo de plátanos. Todo esto en nombre de su madre. El niño ha preguntado, ya motu proprio, si vendía gusanitos y cromos de la liga de fútbol. Otra vecina que  ¡oh Zeus! no quería nada, ha entrado a la frutería a hablarle del novio que se ha echado la hija de otra vecina que es cajera de un supermercado. Después viene Antonia, otra vecina, y le pide que le dé unos plátanos que no estén muy verdes y unas uvas gordicas y que si sabe a qué hora pasa el autobús y que si ha visto lo mal que se pone la calle cuando llueve. Que se lo diga al ayuntamiento.  Antonia antes de terminar  lo que iba a decir, coge una intersección y le dice con los ojos muy abiertos y una mano en la cara, que ha subido mucho la luz y el butano y que se ha dejado el puchero puesto porque hoy viene su Javi a comer y le gusta mucho el puchero con cebollas en vinagre.  Cero coma dos segundos antes de que Matías pueda argumentar ni un solo monosílabo Antonia se larga y entra en escena Faustino un hombre mayor del barrio, que va siempre con la sonrisa en la cara estilo “Ha llegado un ángel” de Marisol. Lo malo es que a Faustino apenas se le entiende nada porque no vocaliza ni una sola palabra. Matías entiende entre el puré de palabras de Faustino, “médico” y “artrosis”, pero cuando está a punto de mandarlo al logopeda de urgencias, Faustino desaparece como por ensalmo. Matías, que hoy ya está a punto de resolver la conjetura de Poincaré sobre un papel de estraza, cierra la frutería porque se le va a ir la cabeza y se larga raudo y veloz antes de que venga otra petarda. Cierra como cuando levantan el puente levadizo de un castillo para que no vengan más enemigos. De camino a su casa sólo le pide al cielo que lo que hay dentro de una botella de cristal marrón en el frigorífico sea cerveza fría. Y eso blandito sobre lo que se tumba sea una cama. No pide más.
                                                               José Miguel Casado ©

1 comentario:

  1. Me has hecho retroceder a un pasado ya lejano...cuando yo era un Matías también, pero de las fotocopias....

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