martes, 19 de abril de 2011

Historias de autobús

Mirando por el cristal sucio del autobús o a través de algún anuncio de esos modernos que van pegados a las ventanas, ves a la gente de la calle diferente. Como en una película que empieza y uno mismo le pone las letras del principio. Gente que ves llegar y que ves alejarse. Como si vieras una carrera de muchos futuros que llegan y muchos pasados que se alejan. Ajenos todos mirando escaparates, paseando o sentados en carritos de niños o en terrazas de bar. Te evades. El placer de contemplar la vida desde un autobús o desde cualquier sitio sin interferir, sin decir nada, como un testigo mudo e inmóvil, lo confieso es uno de mis placeres favoritos. Da igual que esto pasara hace cinco años o ayer. El tiempo va a velocidad luz cuando estás viendo tu película favorita. Timbre. El autobús parará pronto para que alguien se baje. Dejo de mirar al exterior y me centro en el interior. Hay personas jóvenes y mayores. Estudiantes, madres con hijos, viejas con el carro de la compra, hombres leyendo el periódico y adolescentes oyendo música. Sentado junto a la ventana vuelvo a mirar hacia fuera. El asiento que hay junto a mí está vacio. Al otro lado del pasillo veo a un hombre muy anciano, delgado y canoso que muy cortés y educado, se levanta y le cede su asiento a una señora con un carrito y un niño pequeño. El hombre se sienta junto a mi y tras unos minutos, me pregunta la hora. Cuando se la digo, veo que lleva reloj y se justifica diciendo que ya no ve como antes y que le han operado de cataratas. Le digo que no se preocupe que yo voy por el mismo camino porque tengo unas cuantas dioptrías. –Sí, pero usted tiene toda la vida por delante –me dice sin perder la cortesía y logrando que lo mire con atención. Veo unos ojos llorosos tras sus gafas de sol. Consecuencia de la enfermedad o de la tristeza, lo ignoro. A partir de aquí el hombre me cuenta su vida a bocajarro.

-Ya no veo como antes. -me dice- Tengo ochenta y cinco años. Me he tirado cincuenta y tantos años de marino y ya no veo como antes. Con lo que mis ojos han visto. Yo le pregunto si había estado en la marina mercante. Me dice que no, que había sido militar e ingeniero, que primero estuvo en el acorazado Bismarck, que tenía doble nacionalidad española y alemana. El hombre me sigue contando con una nostalgia que solamente tiene un hombre de ochenta y cinco años con tres cuartas partes de su vida en el mar, como un viejo capitán Ahab o como un viejo capitán Nemo atrapado en un autobús de Granada.

Estuvo treinta y cinco años en el Juan Sebastián Elcano y se jubiló como capitán de navío. Grado equivalente a coronel. –Gran barco, le dije yo. El hombre asiente con la cabeza, triste y sin decir nada. Después de un breve silencio, traga saliva y me cuenta que tiene un hijo en Estados Unidos que no quiso la nacionalidad española. Lo de “no quiso” es literal. Se hizo americano –prosigue- y que también es marino como él. Me dice que es capitán del Enterprise, escolta del portaaviones George Washington, de la sexta flota y que tiene su base en las islas Hawaii. Consigue abrir mis ojos incrédulos –Nos vemos dos veces al año- dice sombrío y mirando al suelo. Le pregunto qué le parece lo que estaban liando los ingleses con el bicentenario de Trafalgar. Me responde que no le gusta meterse en política y que el almirante Nelson no era para tanto, lo que pasa es que los ingleses le dan mucho bombo. Antes de bajarse en la avenida Cervantes me mira a los ojos y me dice con voz triste que ahora cuida a su mujer enferma. Me lo dice como cuando miramos el horizonte. Como cuando recordamos algo lejano y queremos volver a vivir lo que hemos vivido y le reclamamos a Dios o a quien tenga el puesto de Dios, que no es justo. Que la vida se nos acaba a borbotones y que nos acordamos mucho de ella y del mar. Ese era el recuerdo más precioso de ese hombre.

El autobús llegó a su parada y el capitán de navío se bajó. Nos despedimos y por dentro me alegré de haberle conocido aunque nunca supe su nombre. Le seguí con la mirada hasta que se metió en un portal frío y oscuro tan lejos del mar como sus recuerdos.



José Miguel Casado García ©

1 comentario:

  1. Me a encantado,preciosa anecdota sin duda la que has vivido y tengo el placer de leer.ademas de otra aficion que tenemos en comun,ver como el mundo gira a nuestro alrededor,observando al genero humano en su propia selva y sin interferir en ello.Una bonita historia si señor...

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