lunes, 3 de octubre de 2011

Pesadilla de otoño

     Cada año pasa lo mismo. Cuando veo que las hojas de los árboles se empiezan a caer, me echo a temblar. Por estas fechas se nos suele estar cayendo el moco por culpa de los cambios de temperatura. Los días empiezan con mañanas frescas y a partir de mediodía calor hasta que oscurece y vuelve el frio. La mala puntería del hombre del tiempo es un factor muy socorrido, aunque sea un cliché y aunque a veces acierte. Hay gente que duerme con la ventana abierta y tapados con la colcha y la sábana hasta la coronilla y se levantan con las tragaderas inflamadas y las amígdalas como huevecillos pertinaces. En el espejo con la boca abierta pensamientos como ¿pero por qué tenemos eso ahí? o como ¿por qué no me las cortaron de pequeño y a mi hermano si? son los más comunes. El entretiempo es lo que tiene. Hay dos entretiempos al año. El que va del invierno a la primavera y el que va del verano al otoño. Este último es el que ahora nos ocupa y entretiene. El otro es otro cantar y si no intenta hablar en abril sin estornudar y tocándote el bigote por si acaso está ahí el moco delator que con la nariz anestesiada no notas si hay algo o no. Entre los mocos, la tos, los estornudos, la bronquitis, la gripe y la indecisión, pagamos como corderos en el matadero. Ese autobús inefable lleno de damas y caballeros que a finales de septiembre parece la pasarela Cibeles en un desfile de Ágata Ruiz de la Prada. No por el colorido sino por los atuendos a que dan lugar las cabezas indecisas del otoño. El que no va en tirantes va enseñando el tatuaje rumbero-tribal-Camela, en zonas que suelen ir tapadas normalmente. Cabalmente. O por arriba descapotables y por abajo ensotanadas y viceversa. Tanto hombres como mujeres. El mayor peligro dentro del autobús es el viejo que estornuda. En cada autobús hay uno. Es como el conductor. Foto interior.

Como no escarmentamos seguimos sacando el coche por la mañana con el bañador, la camiseta y las chanclas del mes de julio. Ese fresquito suave pero traidor como bomba de relojería que te sube por el muslo arriba y arrasa con todo. Esa chaqueta fina que de buena mañana te hace sudar y te la tienes que quitar y miras al cielo con lágrimas en los ojos y preguntas qué me pongo. Hay misterios como la camisa de manga larga con pantalón corto y náuticos sin calcetines o como la chaqueta de chándal con pantalón corto y chanclas. Por qué va la gente así por la calle es un enigma insondable que taladra mi cerebro una y otra vez. Por favor ¿qué pasa con esos rayos fulminantes que caían en tiempos bíblicos? ¿ubi sunt?. El catarro en sus diferentes modalidades sume al que lo lleve contagiado en un estado de semi-inconsciencia o duermevela que se caracteriza por no poder abrir los ojos llorosos más que hasta la mitad, andar casi arrastrando los pies, tos seca, tos con mocos, tos australiana, sorberse los mocos cada treinta y seis segundos, sonarse los mocos cada minuto, no poder sonarse los mocos porque la nariz está entumecida y por sus agujeros no cabe una brizna de oxígeno, una décima o dos de fiebre es el arma devastadora que te deja el cuerpo para echárselo a los buitres. Una basurilla vamos. La desesperación hace que recurramos a inhaladores adictivos, pastillas efervescentes, sobres de polvos con sabor a fanta caducada del 85, jarabes con nombres alquímicos y olor inefable. Sus efectos son tan dispares como ese sueñecillo suave por la autovía conduciendo el coche o el efecto Red-Bull a la hora de acostarse. El médico el noventa y cinco por ciento de las veces te remite a esa panacea de la medicina moderna que es el paracetamol pero que no sirve de mucho. Lo peor de todo, ya lo dije hace un año, es que el maldito resfriado te roba dos de los sentidos más importantes. El olfato y el gusto. Puedes estar comiendo sopa de ajo, de primer plato tres horas seguidas, de segundo, callos con garbanzos y tortilla de patatas de cinco huevos con pimientos y de postre una fuente de arroz con leche. No por gula. Es por ver si se arregla la cosa. Pero nada. No te encabezones que no te vuelven los sabores como los tenías de fábrica. Se te saltan las lágrimas porque te has comido la gloria bendita y no has saboreado nada. Te sientes vacío como una tubería de cobre por la que ya pueden pasar las mejores viandas, los mejores platos con las mejores especias de oriente que seguirás sin sentir nada. Te sabrá todo a agua del grifo. Mocos. Impotencia. Frustración. Decadencia. Pena. Tos.

José Miguel Casado García ©


6 comentarios:

  1. Amigo Casado:

    todos los síntomas que describes revelan un caso claro de hipocondría crónica en tu caso. En una situación como la actual de recortes generalizados en la sanidad se me antoja que este parece ser el sector que más afectado va a resultar sin duda: el de los hipocondriacos.
    Salud.

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  2. verdaderamente eres un genio josemi

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  3. jajaja tu lo que tienes es un trancazo de mil pares de narices "atrás satanás" ...remedio casero: leche calentita, y calor de pecho ajeno!

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  4. Ostras ha salido el comentario! biennnn...fui yo, Intuición.- ;)

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