lunes, 13 de febrero de 2012

Los monguis

             Fue una mala elección. Comprarle al moro Ahmed “Carauvapasa” esos monguis fue una mala elección. No es que costaran muy caros, unos sesenta euros, sino que ahora estaban dentro de una película de dibujos animados y no sabían cómo salir. Julio y Pedro. Pedro y Julio. Dos amigos de la infancia que ahora uno se cree que es un chicle y el otro ve como las palabras de la gente vienen hacia él y explotan delante de su cara antes de comprender nada. Ni oye ni comprende nada. Pedro trabaja en un laboratorio y cuando era pequeño sobrevivió a un accidente de bicicleta. Cayó por un terraplén de diez metros. Un brazo roto y una brecha en la frente. Su madre le dijo que no cogiera más la bici. Pero ni puto caso. El niño iba en bici a todas partes. Doña Úrsula era la señora del kiosco de las chuches donde Pedro se gastaba la paga. Era un kiosco muy sui géneris. Tenía un patio con mesas y sillas en las que se sentaban los hombres a beber vino y jugar al dominó. En el kiosco de doña Úrsula también se vendía vino y cerveza aparte de garguerías. En aquel tiempo Pedro le compraba chicles y pipas. Su madre compraba aquellas patatas fritas a granel que estaban de vicio y que hacía la misma doña Úrsula. Pedro trabaja en un laboratorio de control de calidad de juguetes. Aplasta cabezas de barbis, quema ositos de peluche y le arranca la cabellera a muñecos cabezones sin piedad. Su amigo Julio trabaja de cartero ocasional haciendo sustituciones. Menudo caos Correos, dice él. Julio de pequeño ganó un premio en un concurso infantil de televisión. Ganó unas acuarelas y un parchís. Se quedó segundo. El primero ganó una Torrot BMX. Desde entonces es un resentido. Julio fue un empollón hasta 5º de EGB. A partir de las divisiones por dos cifras, se jodió todo. En el instituto, letras puras por supuesto. En clase de educación física en 2º de BUP, se partió la mano al caer de la barra de equilibrios cuando vió el escote de una chica que creía que todavía no tenía ese escote. Ahora Pedro y Julio están intentando salir de la película de dibujos animados en la que se han metido por culpa de las setas alucinógenas que le compraron al moro Ahmed alias “Carauvapasa”. Personaje de los bajos fondos, ex legionario, camello de poca monta y feo de cagarse. Ahora Pedro se cree que es un chicle y se pega a las paredes con los brazos y las piernas abiertas, hecho un San Andrés. Si se despega de la pared le da mucho vértigo y se marea y grita pidiendo socorro y diciendo. –¡Julio, Julio, lo veo todo en 3D como en el cine!. -¡Ayudame!. Julio, por su parte, ve las palabras salir de la boca de la gente y éstas explotan ante él antes de llegar a entenderlas. Pone la cara como si le hablaran en chino. Está cagado de miedo. Cuando la tarde se va y empieza a oscurecer llevan veinticuatro horas alucinando y la peli de dibujos animados que es su vida, termina. Pero poco a poco. Los dos están sentados en un banco del parque recordando los años de escuela a carcajadas. El efecto de los monguis se ha diluido en sus cerebros como un terrón de azúcar en un vaso de leche caliente. Un perro destartalado se para ante ellos y los mira extrañado. En ese mismo momento un taxi está a punto de atropellar a una vieja que cruza la calle por donde no debe. La vieja esgrime su bastón como una espada de madera, con esa rabia asesina que les sale a los jubilados cuando el planing del día que tienen previsto en el cerebro se les desvía un milímetro. El taxista manda a la vieja a la mierda y se va. Pedro y Julio sentados en el banco miran la escena en silencio y vuelven a reírse sin parar. La cabeza les duele como nunca. Es una olla a presión llena de recuerdos de muchos colores gracias a su experiencia alucinógena con los monguis. – Somos unos gilipollas por lo que hemos hecho. –Por eso los llamarán monguis digo yo. –Menudo viaje. La virgen. Todo esto muertos de risa.


                                                    José Miguel Casado ©

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