martes, 20 de marzo de 2012

Pink Violoncello

     Por las rendijas de las persianas polvorientas entran los rayos de sol de una tarde de verano como miles de agujas doradas y largas lanzadas en una explosión de calima pegajosa. Al mismo tiempo, en ese mismo instante, la vecina del segundo, una chica pelirroja con el pelo corto, se pone a ensayar con su violoncello. La tarde perezosa de un día de verano, se llena de notas musicales que cortan el infiernillo de la siesta de junio. El bloque de viviendas, de cuatro pisos, se llena de la música de violoncello. No hay otro ruido en una tarde calurosa de verano. En los árboles no se mueve ni una hoja y los pájaros han emigrado a sus apartamentos de la playa. En la calle todos los coches aparcados sobre el asfalto derretido de una ciudad de veinte mil habitantes del extrarradio. Solo alguna chicharra. Al mismo tiempo la pareja del tercer piso empieza a fornicar como si fuese el último día del mundo. Joder que prisas y sin parar, sin cortarse un pelo ni en gritos, ni en mordiscos, ni en perversión, ni en nada. El violoncello lo cubre todo. La mujer mayor que vive en el cuarto piso se está tomando una menta poleo con pastas y está viendo un programa rosa en la tele rosa del canal rosa. Oye al presentador y oye los gritos de la vecina del tercero que es taladrada sin cesar por su novio o su compañero o lo que sea. La mujer mayor del cuarto que oye a la pareja del tercero con notas de violoncello formando una melodía minimalista o new age o un mix, o como cojones sea, piensa que son unos guarros que ponen la música muy alta y que toman drogas. Unos degenerados y unos punkis vamos. Sin embargo cuando se los encuentra en la escalera o en la reunión de la comunidad son muy educados y no parece que sean unos guarros que tomen ninguna droga. En el primer piso vive el presidente de la comunidad. Un hombre viudo de setenta años coronel jubilado del ejército pero que se saca un sueldecillo extra traficando con armas. En este momento está leyendo el periódico con la televisión puesta después de una pequeña siesta. Está vestido con una camiseta de tirantes blanca serigrafiada en la que pone Ibiza y se ve una pareja besándose. El hombre tiene un pantalón corto de deporte y unas chanclas. Sobre la mesa tiene un café con hielo, una pistola Glock 17 y una Beretta F-92 nuevecitas. Sus próximas ventas. El hombre del primer piso tiene varios contactos en el ejército. Una cadena de contactos que desde el almacén de armas hasta él suman un total de cuatro. Ni más ni menos. Y cada uno se lleva su tajada. Aunque parezca que no, en la calle se venden las armas a muy buen precio. Hay que tener ojo y ser selectivo. Solo clientes vip y nada de kinkis ni equivocaciones. Tiene un protocolo quirúrgico para eso y le va bien. La pareja del tercero ya ha llegado al orgasmo. Un orgasmo que si llegan a estar follando sin música no hubiera sido el mismo ni hubieran llegado a ese climax tan explosivo que los teletransporta a esas cimas tan altas y tan vertiginosas. Están fundidos y les tiemblan las piernas. Se están duchando pensando en el polvo que han echado pero ya refractarios. La chica del segundo piso está terminando un allegro. Está desnuda sudando tocando el instrumento sentada en la banqueta de la cocina abierta de piernas y acariciando el violoncello. Parece la encarnación de una musa. De una diosa desnuda de la música.  Está dentro de un nirvana al que siempre llega cuando termina de ensayar. Un nirvana diferente cada vez. Pero un nirvana efímero. Subidón y bajón. Todo en silencio de nuevo. La vieja del último piso se ha dormido viendo la tele y pensando en la pareja del tercero. Tiene un sueño en el que todos se drogan y tocan violoncellos de color rosa y fornican en una orgía con famosos en un programa rosa de la tele. Las persianas del bloque de cuatro viviendas siguen cerradas y solo entra el sol longevo de la tarde de verano por sus agujeritos. Las agujas doradas se clavan en el violoncello, en su dueña, en la vieja del cuarto, en la pareja del tercero, en el traficante de armas del primero, en el bloque de cuatro pisos y en la ciudad dorada del extrarradio.
                                        José Miguel Casado ©

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